Esta semana, por fin, ha terminado de montarse el alumbrado navideño.
Un alumbrado navideño que pretendíamos que fuese el mejor hasta la fecha, que se dibujara por toda la ciudad, que llegara a puntos de Cádiz donde nunca se había visto una bombilla de colores. Un alumbrado de Navidad del que las gaditanas y gaditanos se sintieran orgullosos al mirar al cielo.
No ha sido así. Nos hemos equivocado, qué duda cabe, y el montaje ha finalizado demasiado tarde. Asumo toda la responsabilidad y pido disculpas. No eludo, ni por un momento, la responsabilidad mía y del equipo que dirijo porque, más allá de los cotidianos escollos y obstáculos que tenemos que sortear a diario como las permanentes denuncias en los juzgados o la falta de apoyo a los presupuestos, teníamos que haber garantizado que el alumbrado estuviera a tiempo.
Asumo la responsabilidad y pido disculpas por los errores que, sin duda, hemos cometido de falta de previsión. Ahora, eso sí, vecina y vecino, dejadme que, desde la más profunda confianza y respeto que os tengo, diga que esta misma indignación y enfado que he visto y leído estos días la eché de menos en otros momentos. Lo digo desde el corazón, desde la sinceridad, como uno más de los vuestros, de los que conocen de primera mano lo bonito y lo difícil que a veces se hace tirar ‘pa alante’ en esta tierra.
Ojalá percibiese este cabreo, por ejemplo, cada vez que el PP se niega a firmar el Bono Social de la luz privando del derecho al suministro eléctrico a más de 2.000 familias gaditanas. Esas bombillas, las del hogar, las que iluminan y calientan los salones de las casas, son las verdaderamenteimportantes, por más que lo sean las que cuelgan en las plazas. Porque, además, el único motivo por el que no firman es por no concederle a este gobierno ningún avance, aunque ese avance signifique beneficiar a las familias gaditanas más vulnerables. Eso sí que es para abrir portadas a cuatro columnas durante días. No son errores de previsión por la nulidad de un presupuesto. Es por pura mezquindad. Vaya tela, vecino y vecina, esas cosas sí que se clavan en el estómago como un puñal. Esas cosas, contra vosotros, contra mí, contra la gente sencilla, sí que duelen.
Si ustedes pretenden que yo sea el alcalde de las cosas superfluas o del lucimiento, sencillamente no me voten. Yo no pienso mentirles, no pienso agachar la cabeza cuando acabe la política
Miren, lo digo con el corazón en la mano. Si esperan de mí una política y una gestión de escaparate, no me voten. No vine para eso. No vine para convertirme en un alcalde de cartón piedra, en el alcalde de los dispendios de cara a la galería. Antes que eso prefiero volverme a las aulas, al instituto y a las clases. Yo aquí no gano nada más que la satisfacción de poder ayudar durante un tiempo a mejorar la vida de la mayoría trabajadora de esta ciudad. A mí, desde que soy alcalde, me gustan por igual la Navidad, el Carnaval o la Semana Santa, los vivo simplemente con los mismos nervios y la misma ansiedad por que todo salga lo mejor posible. No es una cuestión de preferencias personales, como he leído por alguna parte. En este momento de mi vida no vivo esas fiestas como un descanso o un disfrute, lo sabía cuando me presenté, no me quejo, pero no le impongo a esta ciudad preferencias personales, por el amor de Dios.
Voy a decirles algo con el corazón en la mano. Si ustedes pretenden que yo sea el alcalde de las cosas superfluas o del lucimiento, sencillamente no me voten. Yo no pienso mentirles, no pienso agachar la cabeza cuando acabe la política. No pienso esconderme ni sentirme avergonzado de lo que hice como regidor. Y no. No quiero convertirme en un político cínico y frívolo, que sólo piensa en los resultados electorales y ya ni recuerda para qué decidió un día prestarse a esta tarea pesada y digna de gestionar lo que nos pertenece a todos y todas las vecinas de Cádiz. Prefiero poner los pies, las manos y los cinco sentidos. No entiendo otra forma de hacer esto. Porque vine para mejorar la vida de la gente de esta ciudad. Lo tengo presente cada mañana, cuando me levanto, mientras cruzo la calle María Arteaga, la plaza de las Flores y la Catedral camino del Ayuntamiento para sentarme bajo el cuadro de Salvochea.
E igual ni se han enterado, pero mientras se hablaba del alumbrado de Navidad, en estas dos escasas semanas, se ha puesto en marcha junto a Cruz Roja el programa 'Bajemos a la calle', que rompe el aislamiento social de los mayores que llevan meses y años sin poder salir por culpa de una escalera demasiado estrecha o demasiado alta; el proyecto de bandas de rodadura del Campo de Sur; se ha cedido una vivienda para la integración de personas sin hogar; hemos eliminado barreras arquitectónicas en lugares como la Barriada de La Paz (y van ya más de 500); se ha subido el sueldo de las compañeras de la Fundación de la Mujer, que reclamaban esta demanda desde quién sabe cuándo; se ha reducido la deuda a proveedores a 6 millones. Cuando llegamos, el Ayuntamiento le debía 44 millones a nuestros comerciantes, habría iluminación en Navidad desde primeros de diciembre, pero faltaba lo más importante: cobrar y comer. También aprobamos 670.000 euros para arreglar viviendas municipales y presentamos, por primera vez en la historia, un Plan Estratégico de Asuntos Sociales para abordar los problemas reales de un servicio que puede funcionar mucho mejor en nuestra ciudad. Todo esto ha ocurrido en estas últimas dos semanas y, aunque evidentemente no veréis nada de esto en ninguna portada de algunos de los medios locales, no cambio todas las bombillas del mundo por una sola de estas medidas.
Sólo quería que supiesen eso. Y en primera persona, de mi puño y letra, porque es a vosotros a quienes debo tantas explicaciones como exijáis. Y os aviso que volveré a equivocarme, no sólo una vez, sino muchas. Pero, tened por seguro una cosa: nunca, absolutamente nunca, olvidaré para qué y para quiénes vine aquí. Ahí no pienso confundirme. Ni voy a llegar tarde.