Hoy os voy a hablar de lo que parece perdido. De lo que a nadie parece importarle. Si bien es cierto que no constituye un factor determinante a la hora de realizar votaciones, sesiones y demás; la ética parlamentaria es, a mi manera de entender, el pilar sobre el que se construye la rectitud, firmeza y en cierta forma, la seriedad y credibilidad de las instituciones democráticas.
Pero vayamos al quid de la cuestión: ¿Qué es la ética? ¿Se puede aplicar esta en un contexto parlamentario? ¿En qué grado? ¿Por qué asistimos a una crisis sin precedentes contemporáneos de la ética institucional?, y un sinfín de preguntas que nos llevan a una conclusión. Pero para llegar a puerto, primero hay que navegar.
¿Qué es la ética? Definición exacta: “Conjunto de costumbres y normas que dirigen o valoran el comportamiento humano en una comunidad.”
¿Se puede aplicar la ética al contexto parlamentario? Por supuesto. Yo definiría la ética parlamentaria cómo el conjunto de tratos, modales, acciones y comportamientos por parte de los miembros de una cámara; que puede degradar o dignificar la institución que está legítimamente representando.
Y es que la ética política es el principal causante, para bien o para mal, del grado de dignidad, seriedad y compostura que ofrezcan las instituciones, y por ende, el país. Quizás un buen ejemplo de ello sean los Estados Unidos, que gozan de una ética parlamentaria y política envidiable (aunque no se salvan de la tendencia a la baja que lo moral está sufriendo), razón a mi juicio, por la que sus presidentes y demás cargos poseen un prestigio inimaginable en países como el nuestro.
Solo hace falta visualizar diez minutos cualquier sesión del senado, de la cámara de representantes o del congreso estadounidense. Sino nos quedamos embelesados por los tratos tan amables y respetuosos que allí presentan, es que hemos visto pocas sesiones del Congreso de los Diputados. Es habitual escuchar a la Vicepresidenta, o al presidente pro tempore (que preside el senado en ausencia del Vicepresidente) darles la palabra a los senadores con la siguiente fórmula: “Tiene la palabra, el honorable senador por el estado de -estado de los EEUU-, -Nombre del senador-.” A lo que el senador le responde: “Muchas gracias Señora Vicepresidenta…”.
Podéis creer que no dista mucho de aquí, pero la realidad es que hay mundos de distancia. No sólo por los formalismos protocolarios al pedir la palabra (que también), sino por la actitud al pedirla. No es confrontación, es respeto. No es un “Gracias Presidenta” con tono agresivo y desagradable, son unas palabras aparentemente sinceras, que darán paso a una intervención donde no se le faltará al respeto al adversario político, al contrario, tratan a sus adversarios siempre desde el más absoluto respeto y con un formalismo que casa a la perfección con la ocasión.
El simple y a la vez tan complejo acto de pedir la palabra, me ha servido de ejemplo ilustrativo de una buena y una mala ética parlamentaria; pero podría haber puesto muchos más y de mayor peso: El trato al rival en un debate, la seriedad con la que afrontan los temas, el sentimiento de respeto a un cargo electo pese a que se encuentren en las antípodas ideológicas…y un largo etcétera.
Quizás podéis estar pensando en el expresidente Trump, el presidente más anti americano que ha existido, y todo lo acaecido durante las elecciones presidenciales del pasado noviembre y sus consecuencias, cómo el asalto al capitolio o las pataletas del neoyorkino; como un ejemplo de mala ética parlamentaria. Y tenéis razón, pero gracias a dios (y a Biden), la ética y el respeto están volviendo a ser el plato habitual en los EEUU. Fuera de eso, pensemos como buen ejemplo de ética los EEUU anteriores y ya veremos si posteriores a Trump.
Tengo que hacer especial hincapié al trato que recibe la máxima figura electa que conforma el ejecutivo, es decir, Pedro Sánchez aquí y Joe Biden allí. ¿Alguien ha escuchado alguna vez, que se hayan referido a Sánchez como “Señor Presidente”? ¿Han oído tan si quiera, un aplauso imparcial a la figura democrática que representa?. Y ahora al revés, ¿Han oído en alguna ocasión a un congresista de EEUU referirse a Biden en sesión cómo “Mr. Biden”? ¿Tienen ustedes constancia de algún descalificativo como pueden ser “felón”, “traidor”, “cobarde” o demás de la misma índole, dichos por algún congresista opositor en sede parlamentaria en referencia a Biden?. Las respuestas hablan por si solas.
Ahí está la diferencia. A Sánchez le llaman “Señor Sánchez” en el más formal de los casos, y no recibiría un aplauso de las bancadas derechistas ni aunque trajese la luna. Biden por el contrario, le llama “Mr. President” hasta el más mindundi y extremista de los republicanos en Twitter; y recibe un sonoro y pronunciado aplauso por parte de todo el congreso en el discurso anual sobre el estado de la Unión. Dime cómo tratas a tu presidente, y te diré cuanto respetas la democracia de tu país. Siempre desde la legitimidad que tiene el hacer oposición, pero hay muchas maneras, y los americanos, pese a todo lo anterior, también hacen oposición; y todo hay que decirlo, mucho mejor que la de aquí. Tampoco es justificable lo anterior porque Joe Biden sea el jefe del Estado y Sánchez no, porque países con monarquías como Inglaterra se acercan mucho más a ellos que a nosotros.
¿En qué grado se debe aplicar la ética parlamentaria? Hay muchos que pueden pensar que ni EEUU ni España, ni blanco ni negro. Puedo llegar a entenderlo e incluso a compartirlo en determinados casos, pero como forma habitual o como pack completo, este humilde servidor elige los Estados Unidos sin pensárselo más de un segundo.
¿Por qué asistimos, en España especialmente, a una crisis sin precedentes contemporáneos de la ética institucional? Por dos motivos. Primero, la crispación en niveles récord hoy si y mañana también. Y segundo, por el carácter prototípico del español. No tenemos asimilada la cultura del respeto y del compañerismo, eso es una realidad, aquí no somos capaces de decir comentarios cómo “Yo no voté a Sánchez, pero solo puedo desearle suerte y acierto”, cosa que en EEUU no encendería ninguna alarma. Es el carácter confrontador del español el que nos lleva a que haya un Madrid y un Barça, carlistas e isabelinos, un PSOE y un PP…y con ello, la crispación que naturalmente provoca una sociedad así de dividida a la mitad. Además del factor electoral, ya que si Vox llama tanto la atención al votante más rancio del PP, es porque no tiene pelos en la lengua a la hora de faltar al respeto a todo lo que se mueva. Y si algo da votos, para adelante cueste lo que cueste.
Para finalizar, ejemplificar el grito de “¡BRUJA!” del juez en excedencia y diputado de la ultraderecha en las cortes, José María Sánchez. Y la frase del presidente Obama: “No somos demócratas o republicanos, somos americanos”. Cada cual que saque sus conclusiones.