Estas líneas no tienen ninguna intención de confrontar, sino de aportar ideas, datos y soluciones ante una actividad turística que, tal y como sentimos la inmensa mayoría de vecinos y vecinas de Cádiz, se encuentra absolutamente desbordada. Estos párrafos nacen desde la construcción y, en ningún caso, como arma arrojadiza.
Empecemos con los últimos titulares de prensa. Hace una semana: Más de 8.000 cruceristas llegan al puerto de Cádiz. Hace cinco días: Más de 5.000 cruceristas llegan al puerto de Cádiz. Hace un día: Más de 10.000 cruceristas llegan a Cádiz. Hoy: Nueva jornada de miles de cruceristas en la ciudad (más de 8.000).
En total, Cádiz, una ciudad en la que viven en torno a 111.000 vecinos, ha recibido solo a través del mar —sin contar otras vías— a más de 30.000 personas en una semana. Casi un tercio de la población natural llegados en barcos que, como es lógico, hacen uso de nuestros recursos naturales. Por hacernos una idea, un crucero medio en cada uno de sus amarres consume una media de 628.000 litros de agua, según el último de estudio de la Universidad de las Islas Baleares. Así que hagan el cálculo de los recursos hídricos que esquilman en un contexto de sequía. Y eso sin contar quienes vienen a través de otros medios y pernoctan.
El Puerto de Cádiz lleva años fomentando una política de barra libre para los cruceros. Una gestión que provoca una gentrificación en la ciudad y en la que no se obtiene ningún beneficio palpable para la gente. Si fuera cierto que el turismo genera riqueza democráticamente, ¿por qué las economías de los territorios más pobres coinciden con aquellos en los que el turismo es su base económica? Si el turismo genera riqueza, ¿por qué ni la ciudad, ni las arcas municipales, ni la inmensa mayoría de gaditanos y gaditanas obtienen el más mínimo rédito de esta afluencia desbordada?
Y aquí, en esta reflexión, es fundamental no señalar nunca a quien viene, ni a quienes nos visitan, ni a quienes de manera digna y sostenible muestran nuestra ciudad y patrimonio. No. Es más arriba. El turista es como tú o como yo, que disfrutamos y necesitamos conocer otros territorios y desconectar unos días. El problema es quien se enriquece de este modelo. De una estructura laboral en la que la base es muy precaria, en la que el trabajo vale muy poco, y la cúspide se enriquece a base de un sistema de expolio.
Lo mismo, exactamente lo mismo, ocurre con el modelo de la vivienda. Basta con leer el titular que se ha viralizado en los últimos días: “Desahucian a una anciana de 87 años para poner un apartamento turístico”. Un apartamento turístico de un especulador que expulsa a una vecina de la ciudad para llenar únicamente sus bolsillos. O asumimos que la vivienda, que los hogares, es un derecho básico y fundamental y que por tanto debe potenciarse desde lo público, o la expulsión de gaditanos y gaditanas seguirá produciéndose a borbotones.
Por eso, en este apartado son necesarias varias reflexiones por parte del alcalde. La primera: no se trata de elegir entre hoteles o vivienda turística, como expuso en su última entrevista, porque es una hipótesis en la que nos quedamos o con lo malo o lo peor. Es momento de plantear otro modelo de ciudad en la que la universidad sea un pilar y la industria verde, otro. No podemos poner todos los huevos en la cesta de esta burbuja turística, porque las burbujas (como comprobamos con el ladrillo) explotan. Por otro, si es verdad que el mismo PP que votó en contra hasta dos veces de la regulación de los Apartamentos Turísticos -y que denunció desde la Junta a este Ayuntamiento por la medida- ahora sí es consciente de este problema que expulsa y acaba con el centro de la ciudad, lo lógico sería llevar a cabo una ordenación aún más ambiciosa y restrictiva con esta lacra. Porque, aunque hasta el momento se trate de la medida más ambiciosa que existe, siempre es necesario profundizar más en el derecho al hogar y a la ciudad. Contarían con todo nuestro apoyo.
Como contaría con nuestro respaldo en medidas que son urgentes y que van tarde: implantación de la tasa turística, ampliación en la restricción de VFT, blindaje del suelo público y fiscalización de las condiciones dignas de quienes de verdad generan toda la riqueza en el sector: camareros, camareras, 'kellys', plantillas de hoteles o guías turísticos que luchan contra el intrusismo, por citar algunos ejemplos.
Medidas que serían únicamente un primer paso de un camino más largo. Porque nos jugamos la supervivencia de Cádiz. Tal y como sostenía una pancarta en las últimas movilizaciones de Canarias: ¿Vivimos del turismo o sobrevivimos a él?
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