¿Habéis escuchado alguna vez que no somos nada más que simples recuerdos? La primera caída en el patio del colegio, el tacto de las manos de nuestros abuelos, nuestro primer beso. Sí. No hay dudas que nuestra vida gira en torno a recuerdos. Como una espiral que siempre está ahí para recordarnos que vivimos momentos inolvidables —positivos o negativos—. Indudablemente, esos pequeños flashes de memoria corroboran nuestro paseo por la vida. Fotos y negativos en blanco y negro, con los que siempre sacaremos una sonrisa al saber que existieron.
Pero, ¿y si nos arrebataran esos recuerdos? ¿Qué pasaría si estos se transformaran en una tupida nube de humo y polvo? Desgraciadamente, cada año aumenta el número de personas mayores – y no tan mayores – que no reconocen a sus seres queridos, que todo cuanto le rodea se les antoja extraño, que viven en un mundo pasado. Porque quien tiene algún familiar con Alzheimer, sabemos que ellos vuelven a su infancia. Sabemos que cuando se miran en el espejo cada mañana reconocen al niño o niña que fueron, aquel que jugaba en el barrio a las chapas, que iba al pilar más cercano a lavar ropa o que trabajaba en el campo de sol a sol, ese que fue su escuela. Sabemos de primera mano que sus palabras vuelven a tiempos de guerra, de penurias y hambre. Sabemos que aquellos tiempos que para muchos se han convertido en olvido, ellos los mantienen latentes y vivos.
A pesar de que se están desarrollando algunos avances médicos para ayudar a combatir esta maldita enfermedad, no debemos olvidar que los efectos de la misma no se ralentizan únicamente gracias a la medicina, sino también al propio ámbito social y familiar. Por ello, es primordial que haya una concienciación social, que las personas que la sufren no se sientan aisladas ni pierdan el valor como personas. En este sentido, el afecto y el calor de la familia y los cuidadores del paciente es fundamental.
Dentro de este infierno que viven pacientes y familiares, quizás —aunque suene egoísta— nos reconforta saber que nosotros sabemos quiénes son ellos, que si miramos en lo más profundo de sus ojos, aún podemos vislumbrar ese destello, esa luz, ese amor. Si sentimos sus caricias, podemos descubrir que ese alma infantil aún sigue mostrando cariño y afecto. Si les escuchamos, aprenderíamos a ver que entre sus palabras se esconde “contigo me siento a salvo, aunque no te reconozca”.
Así pues, aprovechemos cada momento, cada segundo, cada insignificante instante de nuestra vida con nuestros seres queridos, porque – aunque algún día podamos olvidarnos de quienes son – seguro que en lo más profundo de nosotros siempre quedará aquel faro que nos recordará – inconscientemente – el sentimiento de amor y cariño que nos une.
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