Pocas galas de cine como la de noche de este pasado sábado me han provocado tal satisfacción. Quizá porque ha hecho alarde, como ninguna otra antes, de que algunas cosas, definitivamente, están cambiando en nuestra sociedad. El camino se hace, por supuesto, al andar; pero hay caminos que transitamos en silencio o a oscuras y otros que están llenos de fotógrafos y de micrófonos en cada esquina para retratar cada movimiento. Y, en este caso, es una verdadera suerte.
Por eso, pudieron retratar a la esplendorosa Benedicta Sánchez, que recogió el premio a la actriz revelación a los 84 años, con su blanquísima melena suelta y sin los dientes postizos, porque no le dio la gana de ponérselos. Ella demostró frente a un auditorio en el que estaban, no olvidemos, los presidentes del Gobierno de Andalucía y de España, que se puede ser –además de buena e inesperada actriz— espontánea, auténtica y adorable al mismo tiempo que se viste con un conjunto de hace dos décadas y se lanza un dardo a los nietos delante de todo el país.
Un ratito después, la gala volvía a reconocer a otra octogenaria, Julieta Serrano. Una actriz fetiche de Almodóvar que, por mucho que esté extraordinaria en el papel de la madre del artista en Dolor y Gloria, en la retina de muchos de nosotros siempre será la grandiosa enajenada en vespa de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Su alocución, llena de ilusión, nos recordó que se puede mantener la pasión por el trabajo bien hecho con 87 años y después de toda una vida dedicada a la misma labor.
Si Benedicta se reivindicó sin dientes, Julieta lo hizo desde unas zapatillas de deporte que hoy, mira por dónde, ya son alabadas por quienes se dedican a estas cosas del estilo. Pero también hubo otras mujeres “mayores” premiadas, cuya labor está detrás: Teresa Font, toda una institución en el mundo del montaje, con más de seis décadas a sus espaldas y más de 40 años de profesión montando las películas más importantes de nuestro cine. Para ella, Dolor y Gloria, a pesar de su experiencia, también constituía una primera vez, la de su colaboración con Almodóvar que le llegó como dicen de la descendencia, con un “premio” debajo del brazo.
Benedicta, Julieta, Teresa recogieron estatuillas. Pero en el escenario, además, esta vez para darlas, estuvieron Ángela Molina, con su sexagenaria melena cana al viento o Marisa Paredes, haciendo alarde de sus poderosos 73 años.
Todas ellas, en la globalidad de lo que constituyen y en su genio individual, son la prueba de que el talento, la creatividad, las ganas de construir, e incluso de reivindicarse, no sólo no merman con la edad sino que muchas personas están, estamos, listas para apreciarlas, porque la vida no termina a los 60 ni a los 80, sino cuando perdemos ilusión por hacer sea lo que sea que tengamos entre manos. Y, por supuesto, están para mucho más que para cuidar de los nietos, aunque quieran, como Benedicta, “que no se olviden de la yaya”.