Hoy no hablaremos de fútbol, querido Paco. Aunque sea domingo, esté terminando la temporada, tengamos a tiro las finales europeas y el Mundial a un mes vista, hoy tampoco toca. En realidad no lo hicimos en las últimas ocasiones en las que tuvimos ocasión de hablar. Porque siempre pudo mucho más todo lo que nos unía que lo poquito que nos separaba. Pese a no compartir la forma de entender nuestra gran pasión, siempre nos respetamos. Máxime cuando fracasamos dos veces en el intento de unir ambos sentimientos.
Pero te repito que hoy tampoco toca hablar de eso. Son las dos de la tarde y Pedro Alemán me ha quitado el apetito cuando me comunicó la noticia. Acabo de estar con Mari madre e hija y con Paquito. Les he querido dar el abrazo tan sincero y emocionado con el que tanto me reconfortaste hace casi un año, cuando falleció mi padre. Más que cliente, era un amigo de toda la vida de la Porvera. Nuestra Porvera. La calle más bonita del mundo. La de los hermanos Becerra, los Benicio, Pepe Benítez, Arroyo, la farmacia de Susana Muñoz, los Cotito, Mera...
Allí viví hasta que me casé con 29 años. Todos los recuerdos de mi niñez, adolescencia y juventud pasan por el kiosco de Paco Castro. Ese señor amable que era puro nervio. Delgado, de sonrisa sincera y blanca que parecía sacada del anuncio de una clínica de ortodoncia. Honesto y trabajador como el que más. De los de sol a sol y domingos y fiestas de guardar. Para él no había navidades, Semana Santa, feria ni verano.
Hace unos años, ya jubilado, me decías en una entrevista en la radio que eras incapaz de seguir en la cama más allá de las cinco y media de la mañana. Que tu cuerpo se había hecho a ese horario y que tenías que lenvarte. Por eso, hasta que la enfermedad impronunciable se cruzó en tu camino, seguías saliendo muy temprano a poner las calles de tu Jerez, de nuestro querido Jerez. Y nos cruzábamos a diario por la avenida de Andalucía. Tú ya de vuelta y yo aún cubriendo casi medio trayecto de mi paseo diario. Qué bien huele Jerez cuando amanece, me decías.
En uno de esos encuentros me comentaste lo de tu recaída. Sin embargo, no perdía la esperanza de volver a coincidir cualquier mañana de estas. Parar dos minutos y preguntarte otra vez más si recordabas cuando era niño y con la paga semanal de 125 pesetas iba corriendo a tu kiosco a comprar la revista Don Balón. Y cuando en verano, cansado de tantas vacaciones, me pasaba hasta tres y cuatro veces al día para ver si había salido el extra liga.
Cuánto disfrutábamos los lunes de las tertulias con Manolo Matos, al que tendrás ahora muy cerca. La de chaparrones que nos cayeron a los dos en el Domecq, y la de irritaciones y alegrías vividas todos estos años. Bueno, de los últimos mejor no hablamos, Paco, porque han sido los peores. Dejémoslos ahí y procuremos, ahora que tú lo tendrás más fácil que yo, pelear por lo que tanto anhelábamos.
¿Sabes que te debo mucho de mi vocación periodística? Ya sé que te lo dije en muchas ocasiones, pero quería recordarte una vez más colgando orgulloso con palillos mi primer artículo en el periódico. Luego vinieron muchos más (Diario de Jerez, ABC, La Voz…). Portadas, alguna que otra exclusiva… Eran tan tuyos como míos.
Aunque estuvimos en contacto a lo largo de tu enfermedad, bien personalmente o bien a través de Paquito tu hijo, no sabía que te estabas apagando. Casi al mismo tiempo que las luces de nuestra querida Feria del Caballo. Ya sabes que he acabado por no creer en las casualidades. Te has ido el mismo día que cerraba la temporada el Xerez CD. Pero sobre todo te has ido un 13 de mayo, festividad de la Virgen de Fátima, que sabes que para los creyentes tiene un especial significado.
Te vas habiendo sembrando mucho y bueno. En lo que a nosotros respecta, la promesa de volver a ver el fútbol juntos queda pendiente. No estaría de Dios. Un abrazo, amigo mío, y hasta siempre, querido Paco.