Los admiro. No, es mentira. Solo para ponernos en situación de esa república bananera del propio interés.
Odio generalizar. Por ello no olvido que habrá quien luche por mejorar lo nuestro, lo de todos y no también de camino lo suyo. Por favor, preséntenmelo.
Fueron necesarios, útiles, a veces azote de ayuntamientos, punta de lanza por épocas y ahora, y desde hace mucho, parece que son ancla, lastre y freno de mano. Moho negro. Maldito moho negro. Maldito moho negro en una esquina del techo de febrero, que se niega a irse, que aparece al tiempo con otra cara, otros nombres, igual de irrespirable.
Alrededor de una mesa, expertos técnicos, dictadores, marionetas e ilusos, así de diverso es Cádiz, libreta en mano, carpeta abierta, Ipad opcional, pero qué bien y profesional queda ahí el texto que les han redactado, recopilado, se les da bien recibir órdenes, o también ser embaucadores, servir de olla de boca ancha, recoger solicitudes, oír las mayorías, fabricarlas, encauzarlas.
Propuestas, propuestas por aquí, mira mi mano, mi manga, no escondo nada, mira otra vez, ya no hay nada, aparece, voilá, qué te parece, todo igual, parece que cambia pero no, magia, ilusión, mentira, para revoluciones La Habana sucia, aquí nada se envilece, nada se tuerce, nadie me echa.
Reuniones de iluminatis chungos, club Bilderberg de Flagela, pretendiendo dirigir en las sombras, construyendo, planificando el Nuevo Orden Gaditano del Carnaval que es el mismo viejo de siempre. Proponiendo múltiples simples retoques solo para que nada cambie. El poder de firmar cheques siempre fue jugoso. La vanagloria del nombre en la prensa. Apretones de manos, fotógrafos, declaraciones, Sevilla, Madrid, qué bonito romperte las fronteras, Cádiz. La bandera del Carnaval ondeada por el propio ego. Hacer ruido o simplemente no hacerlo y que no se note que existes y tal vez si respiro bajito me mantengo aquí por los siglos de los siglos. Reyes soberanos del porcentaje de participación y pases, sentenciadores de modalidades, decisiones de hormigón.
Ay, Carnaval, qué fácil es envenenarse de arrogancia, a quiénes les hemos dado las tijeras, los sillones y las llaves de esta casa.