Ha salido a la palestra durante los últimos días un pseudohistoriador de Vox que va predicando teorías de carácter negacionista, y en cuyo currículum figura haber calificado los juicios de Nuremberg como una "farsa". Casi nada.
Y seamos sinceros, a estas alturas de la película ni la aparición de tal personaje ni sus teorías han sorprendido a nadie. Permanece la audiencia, de un tiempo a esta parte, acostumbrándose a que la realidad parezca la primera plana de El Mundo Today. "¿Con qué barbaridad nos sorprenderán hoy?", se pregunta un sector de la izquierda, aún desnortado tras el bofetón de las últimas elecciones en Andalucía.
El listón de la desvergüenza nunca estuvo tan bajo. Comenzaron, como los que no querían la cosa, a discutir la verdad acerca de hechos sobre los que ya planeaba alguna leyenda urbana, siempre malintencionada: así, se convirtieron en pan de cada día las "numerosísimas" denuncias falsas por violencia de género, las "fabulosas" pagas a los inmigrantes, el "despilfarro" en políticas de igualdad o el combate "fraternal" de la Guerra Civil.
Espoleados por el aplauso de un sector de la población altivo, acrítico y poco leído, avivados por la polarización electoral post 1 de Octubre que alimentan PP y Ciudadanos, y definitivamente desmelenados con la irrupción de Vox, estos jinetes de la posverdad han puesto en marcha sofisticadas tácticas de manipulación de masas, aplicando las recetas triunfales de los equipos de los Trump o Bolsonaro.
Por el camino, quedó sepultada la verdad. Daba igual que en los debates —donde el resultado del mismo apenas les importa— desmintiera este populero revisionismo un experto, ya sea un abogado, un historiador, un politólogo, la policía o las estadísticas oficiales. Porque se ha manipulado tanto la verdad, se le ha pisoteado y humillado tanto, que mucha gente considera normal darle la espalda. Se han devaluado los hechos.
A buena parte de los votantes de Vox no les interesa lo más mínimo la verdad, aspecto que puede llegar a ser frustrante en los cara a cara. Consideran estos tiempos como una guerra de guerrillas en el que todo vale. Por eso ese ritmo de sacar una boutade cada día. Por eso vomitan confrontación sin complejos, porque sacan rédito.
Y en todo este entuerto proliferan negacionistas del Holocausto, machistas empedernidos, fundamentalistas sin más Dios que el suyo, terraplanistas, talibanes de la homeopatía, nostálgicos del franquismo, negadores del cambio climático, vendedores de vientres, profetas de la mediocridad y del mal gusto, absolutistas sin posibilidad de réplica. Violentos actores con escasa talla intelectual que nos están llevando, a velocidad de vértigo y sin remedio, de vuelta a las cavernas.
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