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El parque, ese espacio destinado al juego de los niños en la ciudad moderna. Cómo eran, cómo son y cómo nos gustaría que fueran.

Cuando uno piensa en la ciudad, en los niños y en el juego, es inevitable pensar en los parques infantiles. Un fenómeno relativamente reciente, de la segunda mitad del siglo XX, pero hoy en día asociados de forma natural al ocio de los niños. Y ojalá sea así por mucho tiempo porque a día de hoy estos parques constituyen una vía de escape de ese otro ocio de interior-tecnológico y tantas veces solitario, en el que se encierran los niños modernos.

Hace muchos años los parques infantiles se llamaban descampados o plazoletas, eran explanadas de tierra donde correr, jugar a dar patadas a una pelota (o similar) o sentarse a charlar y comer pipas. En Europa el nacimiento de los parques infantiles llegó con la reconstrucción de las ciudades después de la Segunda Guerra Mundial. A España llegaron más tarde y en muchos casos se construyeron en barrios residenciales dotados de todo tipo de instalaciones para sus vecinos. Algunos espacios públicos también se adaptaron a las nuevas demandas del público infantil y en las plazas se colocaron toboganes, columpios, balancines…Parques que poco tenían que ver con los de ahora, con entramados metálicos por los que repechar y colgarse, cunitas de las de sálvese quien pueda y aquellos sube y baja de los que había que proteger los pies en las bajadas y evitar salir volando en las subidas. Esos parques de grava que en las caídas te acariciaban las rodillas y te dejaban bonitos recuerdos en forma de postillas cubiertas de mercromina.

Los parques de ahora son más seguros y asépticos. Asépticos en el buen y en el mal sentido de la palabra (limpios de gérmenes, limpios de emociones). Los parques deben diseñarse y cuidarse atendiendo a los que van a ser sus principales usuarios, los niños, y sin perder de vista su función principal: ser espacios para el juego donde se favorezca además el encuentro y el desarrollo de la vertiente social del niño.

Echo de menos esto en los parques de esta ciudad. Poco aporta un tobogán-engendro-infernal de bonito diseño no recomendado para menores de 6 años en un parque pensado para la convivencia de niños de todas las edades y especialmente de los más pequeños. Mejor algo más sencillo que los conecte unos con otros. Si a eso unimos la falta de interés por la creación de nuevos espacios para niños (en el centro de la ciudad hay un único parque infantil) y la falta de mantenimiento de los existentes, es inevitable la sensación de que a los niños se les tiene poco en cuenta a la hora de planificar el Jerez del siglo XXI.

La gran aportación del arquitecto holandés Aldo van Eyck, considerado pionero en el desarrollo de los parques infantiles, fue poner la mirada en un ciudadano en el que nadie había reparado hasta el momento: los niños. En la reconstrucción del Ámsterdam de posguerra, Van Eyck repensó la ciudad y propuso ocupar los solares que habían dejado atrás los bombardeos de una manera distinta. En lugar de levantar edificios, estos lugares se convirtieron en los primeros parques infantiles (como los concebimos hoy), con sus columpios, sus puentes y sus barras de metal.El trabajo De Aldo Van Eyck fue posible gracias a una mujer, Jakoba Mulder, que promulgó una ley mediante la cual cualquier ciudadano podía identificar un vacío en la ciudad y comunicárselo al municipio para solicitar construir en él una zona de juegos. En estos parques se combinaba de manera brillante austeridad económica con creatividad, utilizándose elementos muy simples (columpios, areneros, piezas de hormigón), con gran variedad de formas y texturas al servicio de la imaginación. Entre 1947 y 1978 se diseñaron más de 700 parques infantiles en Amsterdam, como intervenciones urbanas y sociales diseminadas por toda la ciudad. Estamos hablando de la misma ciudad en la que los años 70 los niños protagonizaron una movilización social que hizo posible que los coches se cambiaran por bicicletas y recuperaran las calles. Ciudadanía, buenos profesionales y políticos se dieron la mano e hicieron posible el cambio.

Después de Van Eyck vinieron el danés Sorensen y sus parques basura, donde se aprovechaban materiales de deshecho para construir elementos de juego como sus cabañas en la calle, y la británica lady Allen of Hurtwood, que transformó los parques de Sorensen en parques de aventuras (muy extendidos en los años 70), concebidos como espacios de juego dinámicos, espacios poco convencionales de juegos arriesgados. Como ella misma decía "el propósito básico de estos parques es que los niños se vayan más felices que cuando vinieron".

Un paseo por la historia de los parques infantiles es inspirador. El descubrimiento de los parques Do it Yourself de Paul Hogan, de los Tyng Toy de la arquitecta Anne Tyng, de los cubos de juego de Richard Datner, de los túneles de Sidney Gordin o de las construcciones recientes de David Rockwell. Actualmente hay una generación de creadores de parques sensibles a convertirlos en espacios que acompañan en el juego a sus grandes protagonistas, los niños. Parques espectaculares como los parques textiles diseñados por Toshiko Horiuchi MacAdam a partir de grandes superficies tejidas con crochet, y que consigue la creación de espacios ingrávidos a partir de elementos textiles entre los que los niños saltan, se balancean, se cuelgan…

Un paseo por los parques de esta ciudad es poco motivador. Recuerdo cuando hace unos años la denuncia en un periódico del mal estado de un rincón del parque de la plaza del Progreso acabo en clausura. En lugar de su arreglo aquella foto denuncia propició un cierre que se presumía indefinido y que solo acabó con la movilización de los usuarios y una nueva llamada a los medios. Solo entonces nos hicieron caso. Faltan cuidados, faltan medios, falta interés y sobre todo falta imaginación. Posiblemente aprenderíamos mucho dejando hablar a los niños, escuchando sus demandas, lo que les gusta y no les gusta de estos parques, lo que echan de menos, lo que entorpece sus juegos… Ya va siendo hora.

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