Tetrarquía

Jerez, 1992. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. Periodista. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Máster de Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos en la Universidad de Cádiz. Máster de Humanidades: Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas en la Universitat Oberta de Catalunya. 

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Stéphane Hessel, aquel entrañable activista francés que escribió ¡Indignaos! y que se suele vincular a las ideas que emergieron con el 15M, se atrevió a comentar en una ocasión que una democracia real precisa de unos medios de comunicación independientes. No me cabe la menor duda de que todos los demócratas de este país coincidirán con el planteamiento de este escritor, diplomático y ferviente defensor, colaborador y redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Otra disyuntiva bien distinta nos acontecería al entrar de lleno en un debate sobre la democracia y el mundo de la información.

Desde mi punto de vista, la independencia de los medios no sólo es complicada por las relaciones que ya están establecidas previamente con el poder político y económico sino que además se ven envueltas en un entramado de contradicción interna al formar parte de un sistema que precisamente no es democrático. Al fin y al cabo, es muy complicado hablar de independencia de los medios mientras este capitalismo feroz siga siendo nuestro sistema económico. Si la información es un producto, la comunicación se convierte en un instrumento más del sistema; los mass media no tienen como objetivo contar lo que está sucediendo sino lo que el emisor único, influenciado por los poderes fácticos, quiere que se cuente. La cuestión que debemos plantearnos es que es inviable hablar de democracia real cuando el poder económico no está supeditado a mecanismos democráticos y que, por ende, el tapón que dificulta el tránsito hacia una sociedad más libre es precisamente el propio sistema capitalista.

En esta línea, no debe sorprendernos cómo la política española ha pasado en unos años de ostentar una diarquía partidista a una tetrarquía mediática en la que, de una forma u otra, los roles vuelven a ser los mismos. No es de extrañar que los mass media, teledirigidos por la oligarquía del momento, hayan movido hilos para que la situación no pueda invertirse. Que fuerzas aún sin representación parlamentaria accedan a los debates más influyentes de cara a las próximas elecciones generales es un ejemplo de ello. La exclusión de otras candidaturas, que sí son rupturistas, de estos espacios de actualidad política nos confirma una triste realidad que podríamos definir en aquella mítica cita de Don Francisco de Quevedo: “Poderoso caballero es Don Dinero”. Y es que debemos hacer hincapié en que el conflicto de clase sigue existiendo, y que a los poderosos, o si se me apura a los de arriba, no les interesa poner voz a los sin voz. Nadie va a vender algo que luego no le va a rentar, es una relación de intereses ya creados intrínseca al funcionamiento de este sistema. Las encuestas electorales pasan a ser estudios de mercado en un mundo en el que los principios fluctúan y también se venden.

 La política, que debería de ser un instrumento para transformar la sociedad, se convierte en un espectáculo unidireccional en manos de la perversa lógica del sistema

El peligro de centrar un programa político en la estética está en caer en las redes de lo discursivo que es, precisamente, hoy día una estrategia de mercado más. Las próximas elecciones generales para esta tetrarquía política son vistas como una carrera de fondo en la que también hay fichajes de última hora. La competitividad a la que suele hacer referencia la dialéctica capitalista es transferida a la actualidad política sin ningún tipo de tapujos.

Por tanto, la política, que debería de ser un instrumento para transformar la sociedad, se convierte en un espectáculo unidireccional en manos de la perversa lógica del sistema y ante esa realidad, los sectores politizados que huyen de esta performance para centrar su mensaje en un debate elaborado sobran, ya que  rompen con los patrones establecidos. A este respecto, cabe relacionar esta columna de opinión que hoy escribo con la de la semana pasada, en la que hice referencia a la sociedad posmoderna que nos acontece. La denuncia de la injusticia social y económica que surgió espontáneamente en las calles hace unos años es desactivada, como ya comenté, con los instrumentos que caracterizan a nuestra sociedad de hoy: individualismo, discursos vacíos y ambigüedad.

De esta manera, se garantiza que, pese a jugar ahora cuatro, el juego y sus reglas sigan siendo las mismas.  No hay un fin más allá de la centralidad del tablero porque, como se suele decir cuando se juega, la banca siempre gana. En mi caso prefiero hacer oídos sordos y retomar la calle, aquellas plazas donde podamos volver a escucharnos y forzar una rebelión social sin tener por qué esperar a que pasen las cuñas publicitarias. Estas no son nuestras fichas, no nos representan. Que alguien lo grite de nuevo, que se nos olvida: ¡Indignaos! Y que la indignación sea constante, para que nadie os venda vuestra propia indignación.

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