Por los pasillos de un edifico antiguo y grande, frente a la Caleta de Cádiz trimilenaria, corre el viento y nadie más. Inhóspito, el antiguo hospicio quiere ser algo, quiere y no puede. Quiere y no sabe qué hacer con sus salones. Su fachada señorial va dando paso al pelaje desvaído del hidalgo sin dote, un don sin din.
Más allá, en la bahía, pasando un tramo de la vía Augusta Julia, cruzando el puente viejo, y ya en Puerto Real, después del caño de la Cortadura, según se tuerce a la izquierda, entre pinares, ha ido emergiendo un campus, sobre la arena misma de la algaida.
En algún momento, la necesidad de dar utilidad al espacio vacío de Valcárcel se convirtió en trasladar la Facultad de Ciencias de la Educación del Campus de Puerto Real a la ciudad de Cádiz. Es lo que en lenguaje coloquial se llama desvestir a un santo para vestir a otro, y todo esto sin valorar criterios de oportunidad, accesibilidad para el alumnado, beneficio para la comunidad universitaria, o la finalidad misma de la universidad, que no es la de rellenar huecos en edificios vacíos.
Esta discusión, bastante estacional, ha derramado discursos parroquianos, ha construido columnas de papel, se ha vertido en programas electorales y ha dado pie a un goteo de posicionamientos localistas y banderas de identidades universitarias cuando no es el caso.
Hay ciudades que crecen alrededor de su comercio, otras lo hacen basadas en la industria u otras actividades de la creación o el intercambio propio de la socialización humana, pero solo unas pocas se han ido gestando en torno a sus universidades.
Por el contrario, la mayoría de las ciudades, históricamente, han ido incorporando a las universidades como espacios singulares e integrales para el desarrollo cultural y científico, para la extensión del saber y la creación de nuevos saberes. Siendo así, los espacios universitarios han de pensarse y situarse de la forma más accesible, en lo social y en lo territorial, para quienes van a formarse.
En resumidas cuentas, tenemos en Cádiz una Universidad distribuida en varias comarcas, tenemos un Campus en Puerto Real que se encuentra en un lugar central de la Bahía, una Bahía que se va configurando como un espacio metropolitano, una Facultad de Ciencias de la Educación que necesita mejoras evidentes en este Campus y un alumnado que accede a esta Facultad desde diversas poblaciones del entorno.
En estas circunstancias, parece razonable centrar el debate en la adecuación de las instalaciones, en su accesibilidad y comunicación territorial; en la integración, coherencia y posibilidades de interacción de las distintas disciplinas; en la dotación de servicios comunes que faciliten cubrir las necesidades materiales, de convivencia y expresión cultural; en la convicción de la igualdad de oportunidades y la equidad, de manera que la llamada a la excelencia universitaria no se reduzca a un privilegio de clase, en las posibilidades de acceso a un alquiler razonable en los periodos lectivos; en la importancia de establecer relaciones de ida y vuelta entre el saber académico y la vida de las poblaciones de su entorno y, por supuesto, con la ciudad que la acoge; este es el debate universitario.
Y, dándole a cada cual su sitio, el hermoso edificio de Cádiz, el antiguo Valcárcel, merece un debate propio, una finalidad propia en el diseño social, cultural y público de la ciudad, un espacio singular en el planeamiento urbano de la ciudad. Tanto el Campus de Puerto Real como el futuro del Valcárcel tienen y han de tener identidad y objetivos propios y no deberían estar sometidos a los vaivenes y ocurrencias de los tiempos políticos de los partidos.