Desde una posición de izquierda soberanista, e incluso simplemente democrática, el objetivo principal inmediato, en las elecciones del pasado 2 de diciembre, era poner fin a casi cuarenta años de régimen psoísta en Andalucía. Un régimen que siempre se ha autopresentado como “de izquierda”, e incluso como “andalucista” cuando ello le convenía, y que había construido una red clientelar y en muy alta medida corrupta que fue la base sobre la que gobernó Andalucía como su particular cortijo, desactivando la acción y la conciencia transformadoras. Era una cuestión de higiene política. Claro que la alternativa a ese régimen no podía ser ni soberanista ni de izquierda, porque ese espacio no está representado actualmente por ninguna opción electoral de cierta relevancia y es débil a nivel de la sociedad, por muchos motivos en los que aquí no puedo entrar pero que merecen un detenido análisis y un debate riguroso. Por ello, fueron partidos más a la derecha aún que el PSOE (aunque con la ventaja de que no disimulan serlo), el PP y Cs, los que ocuparon el gobierno de la Junta con el apoyo de la ultraderecha escindida del primero de ellos.
En algunos ámbitos, los andaluces sufriremos una vuelta o dos más de tuerca en sentido negativo pero no cambiará la lógica con la que nos gobiernan: será la misma de siempre, porque durante todo el régimen psoísta —de la derecha inconfesa—, tanto cuando gobernó en solitario el partido “socialista” (??) como cuando lo hizo apoyado por partidos-muleta (en distintos momentos el PA, IU y Ciudadanos), el neoliberalismo y el nacionalismo españolista fueron las ideologías dominantes. Ahora estamos, aunque sea parcialmente, en un nuevo escenario en el que tenemos que aprender a actuar. Pero, al menos, no tendremos que luchar contra un gobierno neoliberal disfrazado de izquierda, con un disfraz demagógico que (contrariamente a lo que afirma una frase muy manida) sí ha conseguido engañar a muchos durante mucho tiempo.
En las elecciones generales del 28 de abril, el objetivo inmediato, desde la misma perspectiva ya señalada, era impedir que se pusieran en marcha nuevos recortes de derechos y libertades, políticas y sociales, incluida la inmediata imposición del artículo 155 a Catalunya que PP y Cs estaban dispuestos a perpetrar tanto por su propia ideología como para competir en “firmeza” con los energúmenos de Vox. La alta participación electoral evitó esto y muchos ciudadan@s se acostaron aquella noche aliviados. Es cierto que existía miedo, pero en este caso el miedo no se tradujo en parálisis sino que empujó a actuar electoralmente, haciendo que “las tres derechas” fracasaran en el intento de conseguir mayoría en el Congreso y de continuar controlando el Senado. En Catalunya y Euskadi esto se consiguió a través del apoyo, mayor que nunca en unas elecciones generales, a los partidos soberanistas. De tal manera que PP, Cs y Vox son ya hoy, en las instituciones políticas de esos pueblos-naciones, irrelevantes o incluso inexistentes. En todas las demás comunidades autónomas, no había más opción práctica para conseguir el mismo fin que la que los votos a la cuarta derecha —la derecha socioliberal del PSOE— más los votos a IU-Podemos superaran a los de aquellos.
Se autoengañarían PSOE e IU-Podemos si creyeran que todos los votos que recontaron suponen un apoyo a sus políticas y/o a sus líderes. Gran cantidad de esos votos no fueron “a favor de” ellos sino “en contra de” las otras tres derechas amenazadoras. En Andalucía, como en la mayoría de las circunscripciones del estado, tanto PSOE como Unidas Podemos recogieron cientos de miles de votos que fueron depositados en las urnas como un voto antifascista y contra la derecha “dura” y ultranacionalista (españolista). Fueron votos con un claro fin utilitarista, declarado o inconfeso, que salieron de la abstención o del apoyo testimonial a pequeños partidos, con el objetivo de impedir que cayéramos en lo que iba a ser (o se temía que fuera) una espiral antidemocrática de mucho mayor calibre de la que ya existe aquí y ahora. Fueron votos decididos en una situación percibida como de emergencia, más que votos resultado de la confianza en esos partidos o el apoyo a sus programas políticos o a sus líderes.
Es difícil saber cuántos votos de los que fueron a parar al PSOE o a UP tienen la procedencia y explicación que aquí estoy señalando. Pero fueron muchos, decisivos y, no se olvide, puntuales, como respuesta a una situación también puntual. Quienes los emitieron, lo hicieron conscientemente con la intención de que no empeorase aún más el escenario de las luchas por las libertades políticas y los derechos sociales, económicos y culturales (individuales y colectivos) y no para apoyar —aunque los votaran— a partidos como el PSOE, que es el eje central de la alternancia dinástica neoliberal y españolista que vertebra el Régimen del 78, o como Podemos, que de denunciar a “la casta” política y anunciar el “asalto a los cielos” ha derivado a que sus líderes se integren en aquella y a mostrarse como el máximo defensor de la constitución española (para no hablar de su transubstanciación política y organizativa en IU). Me parece importante esta consideración porque obliga a quienes así actuaron (o actuamos) a un compromiso de implicación personal en los movimientos sociales emancipatorios y en experiencias transformadoras que tendrían aún más dificultades para desarrollarse de las que ya tienen si el otro escenario político se hubiera materializado. Pero, si no se lleva adelante este compromiso, ese voto ya no sería una táctica para facilitar la actuación sino que se convertiría en un apoyo oportunista al inaceptable estatu quo actual.
Apostaría a que ni Sánchez, ni Iglesias, ni la gran mayoría de opinadores y «expertos» mediáticos ven las cosas de esta manera. Achacarán el triunfo de la supuesta izquierda (tan constitucionalista ella y tan lejos de cuestionar el Régimen y el Sistema establecidos) como una victoria personal de sus líderes o como un apoyo, sin más, a sus siglas o incluso a sus políticas. Y tampoco estarán de acuerdo quienes se consideren guardianes de ortodoxias y “esencias” doctrinarias y exijan coherencias abstractas desde su olimpo de clickes en el ordenador y/o de citas a los clásicos. Convendría que repasaran conceptos como los de estrategia, táctica y otros. Esto sería importante para el debate sobre cómo hacer avanzar la conciencia soberanista andaluza. Un debate necesario para el que sería clave saber analizar los escenarios.
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