A raíz de mi opinión, al consejero Pacheco. Artos, linces y pedreas, me he marcado un Óscar Puente y he bloqueado a un individuo en el caralibro. No estoy orgulloso, pero tampoco pesa en mi conciencia. Si lo cuento es porque viene a colación con la palabra del año, polarización, y porque me ha hecho recordar, Insurrección, una canción también elegida la mejor del año en 1986, y que El Último de la Fila ha vuelto a grabar en su reencuentro Desbarajuste piramidal.
El susodicho no estaba de acuerdo con lo que había escrito, pero no fue esa la razón de mi desencuentro. Estaría feo por mi parte, con mi trayectoria, que me ofendiese porque alguien me hace una crítica, discrepa de lo que digo y opina de forma diferente. De hecho me gusta que lo hagan, porque sumidos en nuestro mundo, sabedor de que no poseo la razón y de mis limitaciones, siempre viene bien una llamada de atención, una puntualización, una corrección, una aclaración, un análisis distinto de la realidad.
Además, se molestó en leerme, buscarme en las redes porque no éramos ni conocidos, y dedicarme parte de su tiempo, lo más valioso que tenemos. Algo, que sin duda, debo agradecerle y me hace sentir halagado, porque para eso opinamos, para generar debate, discusiones y plantear otros puntos de vista, aunque algunos piensen que es para tocar las narices, ofender, buscar problemas o por afán de protagonismo. Pero hay unas normas de educación y decoro que debemos mantener, y no podemos dejarnos llevar por nuestros instintos primarios, sobre todo cuando hay tiempo para reflexionar, respirar un par de veces y calmar los ánimos.
El caso es que para opinar de mi opinión, en apenas tres párrafos, me llamó mentiroso, hipócrita, ecologista de garrafón, de boquilla, oportunista y partidista. Pero no fue ninguna de esas descalificaciones, él lo llamaría descripciones, las que me llevaron a bloquearlo. Si de algo puedo alardear, es que no tengo la piel muy fina, no me ofendo rápidamente, y ninguno de esos adjetivos me parecen ningún agravio ni deshonor, como para negar la palabra a alguien y retarme en duelo al amanecer.
El insulto que desbordó el vaso de mi paciencia fue el de imbécil, y tampoco es que me molestase mucho. Era la sensación de estar perdiendo el tiempo con alguien que no quiere dialogar; que cree que su verdad es la única e inamovible; que miente para desenmascarar lo que considera mentiras; que, aclarando que no es de ningún partido, te relaciona insistentemente con otro empleando el “y tú más”; que utiliza la violencia verbal para tratar de imponerse y provocarte; y que usa argumentos manidos hasta la saciedad, que van en contra de la ley y que son las consignas de sus líderes de opinión, del partido, y probablemente amigos personales, a los que considera, como buen perrito faldero, debe defender.
Supongo que todo esto te estará recordando al Congreso de los Diputados, a esa polarización de la que llevamos todo el año hablando, que se está expandiendo por toda la sociedad, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, infectándonos a cada uno de nosotros, y separándonos en dos bandos que cada vez parecen más irreconciliables.
No sé si los políticos, con su mal ejemplo, son el origen de todo, o solo unas víctimas más, como nosotros, de un sistema que nos quiere divididos, enfrentados, y confundidos para evitar que nos convirtamos en insurrectos y vayamos a por ellos. Por eso lo bloqueé de mi pequeño espacio virtual, porque además de no aportarme nada, amenazaba con moverme la mirilla y sacar “mi trocito peor”.
Las redes sociales, por eso las uso, son una herramienta útil, de entretenimiento, contacto, publicidad, difusión, creación, pero también son los vertederos, las cloacas, donde muchos depositan, no descarto ser uno de ellos, la rabia, la frustración, el odio, el cansancio, la desesperanza, la soledad, la impaciencia que nos va corroyendo por dentro. Son una ventana, una oportunidad, pero también un cáncer, una droga, que nos debilita, nos hace perder el tiempo, las fuerzas y hasta la razón, desinformándonos, desestabilizándonos y haciéndonos confundir la realidad con lo imaginado.
Lo penoso de esta historia, es volver a comprobar que, para muchos, la palabra ecologista es un insulto. Lo positivo, es que con su repetitiva pregunta de dónde estaba yo cuando construían el Algarrobico, o arrancaban los árboles de Obispo Orberá, me trajo de vuelta la letra, improvisada en un WC contra su discográfica, del ecologista Manolo García, para recordarme que nadie es mejor que nadie, y mis propósitos para el año que comienza: gritar déjame en paz, recuperar el alma para no volver a caer y continuar en la brecha, en las filas de la insurrección.