La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en un acto reciente.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en un acto reciente.

La medalla no siempre va acompañada del poder. Díaz Ayuso podría sumarse al club de los Illa, Gabilondo, Arrimadas y compañía como fuerzas políticas más votadas que no consiguen formar gobierno. Triunfadores estériles. La falta de representación de Vox en Madrid podría suponer no llegar a la mayoría absoluta. Exhibirse como la alternativa política a Sánchez pasando por encima de Casado ha surtido efecto. Maniobras unilaterales como el tanteo ruso por la compra de Sputnik lo demuestran. Ayuso acude al epicentro del antieuropeismo populista representado en los hombros de un carismático líder al estilo imperial al que —singularidades y credos aparte— trata de parecerse. Lo de ‘comunismo o libertad’ debe desvanecerse cuando sale de España. La precampaña para 2023.

A diferencia de Casado en el ámbito nacional, en Madrid Ayuso no sabe a poco. Su espectro copa el umbral ideológico de Monasterio. Incluso es mejor valorada que los líderes de Ciudadanos y Vox según los propios votantes de éstos. La vida de los naranjas pende de un hilo, mientras que los verdes pasan en apenas unos meses de la fase de expansión popular al encogimiento madrileño. Abascal, al rescate, se pone al frente de los mítines pro-Monasterio para no caer en el olvido. Lo que sería una gran noticia para los populares, podría convertirse en la pérdida de su ciudad motriz por excelencia. Provocaciones al margen, lo de Vallecas a Vox es injustificable. El detalle perfecto para meterse en campaña.

A esto hay que sumarle la corriente de polarización social que ha inundado Madrid. La moda del temor. El blanco o negro provocado - más allá de Ayuso - por la candidatura de Iglesias. Lo que debería traducirse en un elemento movilizador de la izquierda, se convierte también en una motivación sin precedentes de la derecha. Voto castigo. Iglesias, o antiIglesias; Ayuso o antiAyuso. No importa con cual te identifiques, cualquiera de ellas suma un voto para un lado u otro de la balanza. Votar “en contra de”, en lugar de “a favor de”. El rechazo frente a la convicción.

La participación del sur de Madrid será clave para la izquierda. Aquella que suele dar un golpe sobre la mesa cuando se activa pero que en muchas ocasiones decide permanecer inmóvil por el rencor que le caracteriza. A diferencia de la derecha, la izquierda no perdona si el partido al que le deposita la confianza le falla. Acudieron a las urnas por Gabilondo, quien venció, pero no convenció para constituir gobierno. El catedrático es un hombre de estado, ajeno a la confrontación y al reproche. Tanto es así que la oposición a Ayuso ha sido ejecutada por Más Madrid, no por el PSOE. Con un tono moderado y argumentado, los de Errejón resisten según las encuestas, al margen del poder mediático del resto de personajes. Todo apunta a que estarán por encima de Iglesias. Aunque con un previsible desplome, los socialistas volverán a ser la principal opción.

La gestión económica —que no la del número de muertes en sus residencias, el más alto del país— ampara a Ayuso a pesar de la caída del PIB por la pandemia (sube un 4,4% frente al 0,4% de media nacional). Y así lo demuestran sus devotos para su defensa. Meritorio, sin duda. Aunque grandes potencias como Madrid, Barcelona, Bilbao o Valencia cuentan con todos los ingredientes para ello. Un crecimiento exponencial en Huesca, Soria o Jaén, con sus peculiaridades y escasas oportunidades, sería de Nobel de economía. Caso aparte el de Cataluña. Probablemente por la falta de gobierno, y de proyecto. Esquerra, cegado por la locura soberanista, no apuesta por la alternativa constitucional e Illa tampoco parece estar por la labor. Como Sánchez, o no está, o no se le oye.

La crisis económica, sanitaria y social exige liderazgo, y los españoles apenas ven a su presidente. O no tanto como requiere la situación. Menos mal de los actos conmemorativos y de las sesiones de control en el Congreso. Esas donde se grita mucho y se habla poco. Abucheo asegurado en caso de plantear una cuestión de interés popular. Errejón lo experimentó cuando puso encima de la mesa el problema de la salud mental. “Vete al médico” le espetó un diputado del PP. Desolador, cuanto menos, habida cuenta de que una de las causas principales - si no la que más - de nuestra constante merma psicológica es la de tener como representantes ciudadanos a personajes de este calibre.

Ganar no siempre significa ser el primero. Y, de nuevo pero con intercambio de colores, Madrid puede confirmarlo. El castigo popular será protagonista. Los triunfadores, quizá estériles.

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