Jair Bolsonaro y Donald Trump, expresidentes de Brasil y de EEUU, en una imagen de archivo.
Jair Bolsonaro y Donald Trump, expresidentes de Brasil y de EEUU, en una imagen de archivo.

Donald Trump es el hijo de Fred C. Trump, un empresario inmobiliario que cuando descubrió las excursiones de su hijo a Manhattan lo envió a la Academia Militar de Nueva York. Estudió economía al mismo tiempo que trabajaba en la empresa de su padre. En 1971 asumió la dirección de la empresa, cuando su padre cumplió sesenta y cinco años y quedó como presidente de Trump Management. En 1973 aparecen en los titulares de varios periódicos acusados de discriminación contra personas de raza negra que se interesaban por el alquiler de las viviendas baratas que su empresa administraba. En 1975 termina el proceso con un acuerdo en el que se les obligaba a publicar un anuncio con el que todas las personas eran bienvenidas en las viviendas de los Trump.

Donald Trump es un empresario cuya biografía política es corta y poco importante. Su biografía personal es algo más compleja y explicaría mejor cómo actúa. Un padre estricto en exceso y ultraconservador; un hermano mayor que quiso ser piloto y por ello despreciado por su padre, que le decía que ser piloto no era mucho más que ser conductor de autobús, cuya vida terminó encenagada en alcohol a los 43 años. Un joven que lo mismo navegaba un velero que se subía a un avión deportivo, divertido, discreto: Freddy. El propio Donald Trump admitió haber sometido a Fred a una doble presión junto con su padre.

Donald Trump es un empresario de la vieja escuela, ultraconservador, con la biblia en la mano si se presenta necesario, envuelto en sombras y alguna luz: entre 1985 y 1994 perdió 1,17 millardos, no millones, de dólares. Su éxito parece más propaganda que realidad.

Trump es ese que trataba de defender su capacidad para la gestión política con sus éxitos como empresario, que una familia o una nación se administran como una empresa, algo que solo cabe calificarse de equivocado y falso: ni una familia ni una empresa son comparables entre sí, ni comparables con un país. Y no solo por la administración económica sino porque son tres lugares distintos de emoción, y las emociones son fundamentales. Él mismo habla de la emoción de ser americano como única, y de las otras dos también como únicas. Demasiada euforia quizá.

La diferencia entre una empresa y una familia es que su modelo de empresa está basado exclusivamente en el negocio, en el resultado del balance, en la sensación de poder sobre otros y en la actitud de que la vida empresarial sea como una guerra. Su padre, según varios biógrafos, le insistía en que debía ser un tiburón, algo que Freddy, su hermano mayor, no podía ni quería ser y que Donald sí quiso ser.

Su gestión en la política está siendo una verdadera catástrofe en todos los asuntos. La pandemia de coronavirus es la demostración máxima de que sus talentos para la gestión son mínimos o nulos, con casi 110 mil muertos y su negación de la gravedad de la situación desde el principio o sus frivolidades de médico aficionado, siempre buscando lejos de él mismo a los culpables para todas sus incapacidades. Su modelo de gestión es este: ineficiente, ineficaz y sin ningún tipo de reparo ni respeto ante la dignidad del ser humano.

En medio de toda esta situación llega el homicidio o asesinato, veremos, de Georges Floyd, ante lo que Donald Trump saca una vez más de su sombrero sus habilidades como entretenedor de reality show, por lo que se hizo famoso en la televisión americana con su programa. Utiliza a Georges Floyd para ponerlo de su parte desde el cielo, enviado allí en muerte violenta por una política de racismo estructural que él mismo defiende. La pandemia y el levantamiento social contra ese racismo estructural han sido demasiado, tanto que el republicano Colin Powell ha salido ante la prensa para llamar a Trump “mentiroso peligroso”.

Donald Trump es la imagen de hasta dónde ha llegado el vaciamiento de la política institucional, que durante la pandemia no ha sido capaz de gestionar los problemas y la seguridad de la vida de las personas: en América las personas que más mueren son las pobres, las de piel negra, las venidas de otros lugares pobres y los viejos. Exactamente el mismo esquema que en la Comunidad de Madrid y la gestión del PP + Ciudadanos + Vox, el mismo que en Brasil con Bolsonaro. La gestión política dedicada a los negocios y al mayor beneficio cueste lo que cueste, y ahora vemos los costes, el desastre. El desastre de la gestión empresarial de la vieja escuela neoliberal que fue tomada como ejemplo para la gestión política por todas las derechas. En esto, y a pesar de todas las críticas necesarias, se ha impuesto la diferencia con Alemania en una mezcla de socialcristianismo que los viejos de la CDU, el partido de la Merkel, reclamaban recuperar ya hace varios años, y una socialdemocracia medio muerta encandilada por la seda y olvidada de la pana. Estamos ante el desastre del modelo neoliberal empresarial de vieja escuela, y no de la política, el desastre que la vieja escuela empresarial trajo a la política.

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