Este artículo quiero dedicarlo a dos jóvenes pero expertos viticultores de la vieja escuela de la zona, a Diego Campos y a Alfredo Campos, propietarios de la Viña El Toro. Y en ellos a todos los pequeños viticultores del Marco, particularmente a mis paisanos trebujeneros. Con la esperanza de que esta nueva y grave situación creada por la epidemia no se cebe aún más en su ya precaria situación.
1.- Introducción
En la segunda mitad del siglo XIX el viñedo de nuestra comarca fue invadido por tres importantes enfermedades cuyos efectos, aunque conocidos en algunos de los casos, en otros hasta esos momentos no habían sido sentidos en carne propia por nuestros viticultores. Efectivamente, el catálogo de la patología vitícola conocido hasta esos años se vio incrementado con la entrada en escena de dos enfermedades criptógamas parásitas producidas por hongos, el oídium Tuckeri y el mildiu, y una tercera, la filoxera, originada por el insecto hemíptero ampelógrafo al que se dio el nombre de Phylloxera vastatrix. La devastación causada por esta última, como es sabido, provocó hondas repercusiones sociales y económicas tanto en Jerez como en los principales pueblos vitícolas de la zona.
Diversos trabajos de investigación histórica que hasta el momento han visto la luz nos han permitido que hoy poseamos una aceptable información sobre la llegada, la extensión y las repercusiones que sobre la economía de la zona produjeron tanto el oídium como la filoxera. Sobre la primera de las enfermedades citadas, por ejemplo, resulta imprescindible la consulta del magnífico trabajo de investigación de nuestro querido y siempre añorado amigo Antonio Cabral Chamorro, Agronomía, agrónomos y fomento de la agricultura en Cádiz. 1750-1855, publicado en 1995. Uno de sus apartados se dedicó a estudiar el “nuevo reto” que para la viticultura del Marco de Jerez supuso la aparición y extensión del oídium en nuestros pagos en los años 1854-1855.
Poco es, sin embargo, lo que sabemos sobre la entrada en escena del mildiu en nuestra zona, sobre las primeras reacciones y respuestas, tanto de las autoridades como de los propios viticultores, o, finalmente, sobre las primeras medidas puestas en práctica para combatirlo. En nuestro Archivo Histórico Municipal se ha conservado el expediente 5353 (legajo 172), formado con motivo de la aparición por primera vez de esta enfermedad de la vid en nuestro término municipal en el año 1889, cuyo contenido es el que justifica estas líneas que siguen.
Al poco tiempo de declararse oficialmente invadido el viñedo jerezano por esta nueva enfermedad —en junio de 1889—, ya se había extendido por los demás centros viticultores de la comarca, como lo prueba el hecho de que el periódico local jerezano El Guadalete, en su edición de 10 de noviembre de ese mismo año, se dirigiera a la Diputación provincial y a los ayuntamientos de la zona y de la provincia, instándoles a que solicitaran del Gobierno la exención de los derechos de aduana para el sulfato de cobre, así como para que se difundieran cuanto antes las instrucciones y prescripciones para sus empleo en las viñas, y aun para que este producto les fuera proporcionado gratis a los pequeños cultivadores de viñas.
Algo más de 30 años después de la aparición del oídium Tuckeri en Inglaterra en 1845, M. Planchon observó otro hongo, al parecer originario también de América del Norte donde hacía ya largo tiempo que era conocido con el nombre vulgar de moho de la viña o mildew y que sería clasificado por M. Bary con el nombre de peronóspora vitícola.
Pocos años después esta enfermedad había invadido ya todos los departamentos vitícolas de Francia e Italia y en 1885-1886 en nuestro país ya causaba grandes pérdidas en las provincias catalanas, Navarra, Aragón y La Rioja. La parte más meridional de España tardaría también muy poco en ser invadida, a pesar de la sequedad de su clima. Finalmente, como se ha indicado antes, en junio de 1889 se detectaban por primera vez en nuestra comarca sobre las hojas de un parrón las manchas características de la enfermedad vitícola que nos ocupa, localizándose los primeros focos en los viñedos del pago de Lárgalo, en Jerez, viéndose bien pronto atacadas numerosas cepas, sobre todo en los plantíos de Pedro Ximénez.
2. El mildiu entra en escena: nuestros ricos pagos de viñas, atacados
En los primeros días de junio producía la voz de alarma: el propietario de viñas Manuel Paúl comunicaba al alcalde de la ciudad que el capataz de la hacienda que poseía en el pago anteriormente mencionado le había avisado que desde la castra última se había presentado una extraña variedad de pulgón que atacaba las hijas de las cepas hasta secarlas, atacando con preferencia el viñedo más joven y lozano, causando daños de tal consideración que, a su juicio, era posible que perecieran ese verano plantas que en el anterior estaban en pleno vigor. Anunciado el peligro, un peligro aún sin nombre y cuyas causas también se ignoraban, no tardaría mucho tiempo en ponerse en marcha la maquinaria municipal. La primera autoridad del municipio encarga al ingeniero agrónomo titular de la ciudad D. Gumersindo Fernández de la Rosa que practicase las necesarias diligencias de averiguación sobre lo que hubiera de cierto sobre el particular.
Los resultados de esta investigación se recogerán en un informe que el mismo ingeniero hará llegar con urgencia a la alcaldía. Este dictamen resulta un precioso, completo y certero juicio de urgencia sobre esta nueva enfermedad de la vid jerezana, cuyo valor aún resalta más si se tiene en cuenta que en la fecha sobre la que escribimos la patología vitícola era aún, por decirlo con palabras del propio Gumersindo Fernández de la Rosa, “ciencia nueva y todavía oscura e incompleta y por consiguiente muy menguada para diagnosticar los males de la planta, e impotente para remediarlos en el mayor número de casos”. No he querido privarles a ustedes del placer de conocer su contenido. He aquí un resumen del certero y documentado informe:
Informe de urgencia del ingeniero agrónomo municipal D. Gumersindo Fernández de la Rosa
"… según mis noticias hasta el momento, se han notado daños de cierta consideración, y que no pueden atribuirse,- en mi concepto, y en el de los prácticos a quienes he consultado,- a causas ordinarias y anteriormente conocidas, es la que en el pago de Lárgalo posee el Sr. Don. Manuel Francisco Paúl. Este es, pues, el predio a que por ahora he limitado mis reconocimientos; y el resultado obtenido, si no justifica la grande alarma en pocos días difundida, es al menos bastante para mantener una prudente expectación, respecto a las enfermedades de que allí viene siendo víctimas gran número de cepas. Al ver que sobre algunos de los más sanos y robustos pies, se marchitaban y secaban en breve espacio los brotes, las hojas y los nacientes racimos, y que la rápida descomposición de los tejido se comunicaba desde los tiernos vástagos hasta el cuerpo leñoso, no han de parecer extraños los temores concebidos por el capataz y los trabajadores de la expresada hacienda. (…)
Iniciándose el mal por las manchas observadas en los pámpanos y hojas, menester es buscar en ellas sus causas determinantes; y que pueden estar en las intemperies, en los insectos, o en el parasitismo criptogámico. No han faltado quienes lo atribuyesen a una especie de afidido que se veía vagar por las vides atacadas, ni quienes desde luego pronunciasen la terrible palabra filoxera, ni otro que , por último, afirmasen que el daño era debido puramente a las condiciones atmosférica del año; pero el primer hemíptero aludido, ni por las circunstancias ni por el número puede admitirse como causa, respecto a la filoxera, no hay por fortuna indicio alguno, ni en las raíces que escrupulosamente he registrado, ni en la forma de exteriorizarse el mal; y en cuanto a las irregularidades meteorológicas, no han ofrecido una tan extraordinaria anormalidad que sea suficiente a explicar por sí sola el siniestro que se lamenta dando origen a fenómenos jamás vistos ni aun por los más antiguos cultivadores de aquel paraje.
Precisa inquirir la causa en algunas de esas parásitas con que se ha venido aumentando en estos últimos años el largo catálogo de los enemigos de este precioso arbusto; y el examen minucioso de las hojas, con sus manchas blanquecinas en el envés, correspondiéndose con otras en la haz superior amarillentas al principio, y después más o menos parduzcas y rojizas hasta la total desecación del parenquina; y el salpicado de lo que ha sido designado con el nombre de puntos de tapicería; y la figura poligonal de las manchas mayores, y su situación junto a las nerviaduras, y sus perceptibles diferencias con las de la erinosis, antracnosis y blak-rot; y, en una palabra, la conformidad de estos y otros caracteres con los que se ven descritos en las obras que tratan de la patología ampelográfica, me han hecho caer en la sospecha de que pudiéramos encontrarnos en presencia del hongo que desde hace diez años viene causando no pocos estragos en Italia y Francia; que se presentó en España en 1884 en los viñedos del Ampurdán, extendiéndose después por las provincias de Tarragona, Barcelona, Zaragoza, Navarra, La Rioja, Valencia y oras; y que se designa con el nombre de Mildew( mildiu) o peronóspora vitícola.(…) La sospecha desde luego abrigada , ha adquirido cierta vehemencia, por el prolijo análisis microscópico que, con el valioso auxilio de mi ilustrado amigo el Sr. Dn. Francisco Ivisón y O’neale (…) me ha sido posible verificar. Juntos, en efecto, hemos visto los vestigios de esa vegetación que en la cara inferior de la hoja producen los oósporos o gérmenes de la criptógama, aun pasado ya el breve periodo de la esporulación de primavera; pero en otras hojas que nos fueron proporcionadas, de un parrón que existe en el Camino de Espera, entre el Lárgalo y las Abiertas, y también en las recogidas, ayer mismo, en una viña de Macharnudo, y en las que comenzando las eflorescencias, el blanco polvo de las manchas aparece muy caracterizado, hemos podido observar las arborizaciones y los grupos de receptáculos fructíferos del peronóspora, con una claridad que apenas deja lugar a la duda (…) Sin antecedentes la enfermedad en esta zona vitícola, sin experiencia en la práctica del confuso proceso de sus desarrollo,- ojalá el tiempo no se encargue en breve de enseñarnos- la más vulgar prudencia aconseja no precipitarse, no aventurar juicios definitivos que pudieran inducir a exageradas e innecesarias precauciones, o a excesiva y perjudicial confianza. Aun cuando admitiéramos como cierto e indudable de todo punto que sea el mildiu el mal que hoy nos preocupa y amenaza (…), todavía debemos de estimar que al elevarse la temperatura y disminuir la humedad del aire cesen inmediatamente sus efectos desastrosos; (…) pero no hay que perder de vista que su reaparición suele ocurrir con mayor intensidad, apenas vuelven los rocíos y las neblinas. Los secos (…) no son favorables al desarrollo de la parásita (…) pero los gérmenes durmientes o de invierno, los que hemos dado en llamar oósporos, (…) son los encargados de perpetuar la plaga en los años sucesivos. Conviene, pues vivir prevenidos; y a este respecto nos parece oportuno citar lo que el distinguido Comisario de Agricultura de Tarragona, Sr. Miret, decía en una brillante memoria: “parece muy verosímil que en lo sucesivo tengamos frecuentes invasiones del mildiu, sobre todo en las comarcas más expuestas a los aires húmedos del mar, pero que serán poco intensas y peligrosas si no llueve mucho en primavera”(…)
Dios guarde a V.S. muchos años. Jerez de la Frontera 14 de junio de 1889.
Gumersindo Fernández de la Rosa".
3.- La respuesta municipal ante la amenaza del nuevo hongo
Las dudas y reservas iniciales acerca de la naturaleza de la enfermedad que súbitamente había empezado a aquejar a las viñas y que el ingeniero agrónomo municipal recogía en su prudente pero ajustado diagnóstico pronto debieron ser abandonadas del todo. Apenas una semana más tarde, efectivamente, el 18 de junio de ese mismo año recibía el alcalde de Jerez un telegrama del Gobernador de la provincia en el que le comunicaba que había tenido noticias de la aparición del mildiu en un nuevo pago, en Montealegre. Le ordenaba que a la mayor brevedad le informarse acerca de la importancia de este nuevo brote y de los medios de lucha que el municipio pensaba adoptar para la extinción.
Con este motivo el ayuntamiento de la ciudad encarga un nuevo informe que se evacuó por el mismo ingeniero el día 21 de junio. Las conclusiones de este segundo dictamen no dejaban ya resquicio alguno para la duda, ni acerca de la naturaleza de la enfermedad, ni de su imparable progreso y considerable extensión entre nuestros afamados viñedos. Terminaba Gumersindo Fernández de la Rosa esta segunda memoria con un vehemente llamamiento al sentido de la responsabilidad de los viticultores hacia un asunto de tanta importancia que parecía comprometer seriamente la próxima cosecha. Sobre todo, se temía que aquí en nuestra zona vitícola, como ya había sucedido en todos los países en que por primera vez se había presentado el mildeu, arraigara la creencia de que los daños notados en las cepas solo eran debidos al estado atmosférico. Esta opinión cada vez ganaba más adeptos entre los propietarios de viñas de Jerez y de otros pueblos de la zona también ya afectados. Había pues que impedir a toda costa que este estado de cosas tomase cuerpo entre los viticultores ya que si ello ocurría se impediría acometer con la celeridad que el caso exigía las primeras medidas.
Será también el ingeniero agrónomo citado el encargado de redactar una instrucción compuesta de siete apartados con la que se pretendía orientar, informar y ayudar a los propietarios a reconocer los primeros síntomas de la enfermedad, así como a preparar y utilizar los diversos compuestos ya empleados con éxito en otros lugares. Para que su contenido llegara al mayor número posible de viticultores fue publicada en forma de bando. Nos detendremos en exponer resumidamente los últimos cuatro capítulos de la instrucción que son los que hacen referencia detallada a las medidas para combatir los estragos causados por la enfermedad, a los métodos de aplicación de los principales productos preservativos recomendados y a las épocas en que estos tratamientos debían aplicarse en las viñas ya atacadas:
1.- Los medios preventivos recomendados eran la llamada lechada de cal, el agua celeste y el caldo bordelés, llamado así este último por haber sido preparado y utilizado por primera vez en los viñedos de Burdeos.
A) La lechada de cal es una solución preparada con 8 kg. de cal viva por cada hectolitro de agua: Primero había que apagar la cal con la cantidad precisa de agua, y el resto de ésta se incorporaba después, agitando bien la mezcla.
B) El agua celeste, a la que se concedía mayor eficacia, consistía en disolver un kg. de sulfato de agua en 3 litros de agua añadiendo 1,5 litros de amoniaco, agregándose posteriormente a esta disolución dos hectolitros de agua.
C) El llamado caldo bordelés, más generalmente empleado en las zonas ya atacadas por la enfermedad, se elaboraba apagando 1kg de buena cal en terrones con dos litros de agua, disolviendo aparte 2 kg de sulfato de cobre en 3 litros de agua y vertiendo finalmente toda esta última mezcla sobre la cal apagada. La mezcla resultante se diluía finalmente en un hectolitro de agua.
2.- Para rociar estos preparados se recomendaban escobillas de brezo o palma y como procedimiento de mayor perfección algún pulverizador, como el patentado por el francés M. de Vermorel.
3. Las épocas en que se aconsejaba practicar los tratamientos, en los viñedos ya atacados, eran al abrirse las yemas, a la florescencia de la vid y cuando ya los racimos empezaran a mostrarse en agraz, a ser posible en tiempo seco. Pero cuando era la primera vez que aparecía la enfermedad, como en ese momento, se aconsejaba hacer el tratamiento rápidamente, fuera cual fuera el momento.
4.- Finalmente, se recomendaba como complemento los azufrados de la vid, espolvoreando con los tubos de hoja de lata que tuviera de un 3 a un 5% de sulfato de cobre. Por último, recoger las hojas que fueran cayendo las cepas invadidas y los sarmientos después de la vendimia y meterles fuego.
4.- La reacción de los viticultores
¿Cuál fue la actitud de los viticultores desde el momento en que fue declarada la invasión? La celeridad mostrada por parte autoridades municipales para diagnosticar y atajar la enfermedad desde luego no corrió pareja a la que cabía esperar de los viticultores como más interesados. La primera reacción de los propietarios fue la confusión, la incertidumbre y una perjudicial confianza. Como siempre que una nueva enfermedad del viñedo hacía su aparición muchos de ellos se resistieron a creer en la existencia del mal. A demás, el hecho de que la enfermedad pareciera que había quedado parada por los fuertes vientos de levante que siguieron hizo que muchos de ellos encontraran en estas condiciones atmosféricas una razón para afirmar sus propias dudas y abrigar una confianza que se revelaría poco después bastante peligrosa. En suma, se pensaba que se trataba de algo pasajero. Una apreciación que no tardaría en desvanecerse por la fuerza de los hechos: efectivamente, aunque la cosecha de 1889 no se resintió grandemente, sí que se observaba que las vides habían sido ya gravemente castigadas y las lluvias que se produjeron en octubre reprodujeron los gérmenes de la enfermedad en una extensión e intensidad aterradora, como reconocía El Guadalete de 10-11-1889. Llamaba la atención de los propietarios para que se convencieran de una vez de la existencia del mildiu y comenzaran de una ve a aplicar los tratamientos a base de sulfato de cobre como único remedio preventivo. Fueron contadas las viñas jerezanas que en su término y en la zona trataron sus viñas con estos productos y soluciones de cobre, y las pocas que lo hicieron los aplicaron tardíamente o solo en algunas porciones.
No obstante, no podemos perder de vista a la hora de explicar esta actitud reticente generalizada entre los propietarios de viñas el hecho de que un tratamiento de dos aplicaciones con sulfato de cobre incrementaba los gastos de cultivo en 30 o 40 pesetas por hectárea, lo que sin dudas contribuyó de manera importante a que muchos pequeños viticultores se retrajeran a la hora de aplicar oportunamente, y en la medida requerida, el remedio recomendado.