El valor de las humanidades

Las humanidades surten de pensamiento crítico y flexibilidad que hará que los líderes tengan la creatividad suficiente para estrechar lazos con el pueblo

 María del Carmen Calderón Berrocal

Dra. Geografía e Historia. Ciencias y Técnicas Historiográficas, USE-UHU

El valor de las humanidades.
El valor de las humanidades.

El mundo se mueve a una velocidad increíble, es verdad eso de que "los tiempos cambian que es una barbaridad", tal y como decía el dicho del XIX. La dinámica mundial es tal que los valores han cambiado radicalmente también y esto necesita una reflexión.

Hoy están valorados, sobrevalorados, los conocimientos técnicos y/o experimentales, en detrimento de otro tipo de ciencia que igualmente lo es: las humanidades.

Solamente quienes tengan esa dimensión humanística podrán, de alguna forma, controlar estos veloces caballos, llamados cambios, como el Auriga de Delfos, para que no se desmanden, pues esta velocidad lo mismo puede llevar a un progreso positivo que a una involución, lo mismo pueden hacer bien -en principio, todo está bien con moderación-, que mal, si no se los ubica correspondientemente.

Es importante conocer las variables culturales, geográficas, geoestratégicas, históricas, sociales, etc., solo quienes tengan consigo estas dimensiones serán capaces de adaptarse y adaptar bien estos cambios. El conocimiento humanístico hace al hombre trascenderse.

Los políticos, los directivos, los grandes empresarios tendrían, obligatoriamente, que tener formación humanística, muchas veces he pensado que todos deberían primero licenciarse en Geografía e Historia, conocimientos muy útiles para saber dimensionar y ver con claridad temas que, demasiadas veces, se tratan equívocamente.

Partiendo de una base errónea el político introduce o puede introducir en la mente del colectivo social ideas que no son y el colectivo obra en consecuencia. Si esto se hace conscientemente es terrorismo intelectual institucionalizado, sigamos pensando que deberían haber pasado primero por la Facultad de Geografía e Historia.

Las humanidades son indispensables para saber gestionar óptimamente un mundo sumergido y atrapado entre la globalización y la particularización que algunos pretenden imponer adoptando posiciones extremas de individualismos (políticos, geográficos, ideológicos) que son un detonante de conflictos. Todo está conectado, cualquier movimiento que hagamos influye en el mundo, por humildes que queramos ser, esto es así.

Estamos en el mundo porque de alguna manera somos precisos y nuestras acciones actúan, a modo de dominó, sobre los demás y sobre nuestro entorno; y nuestras acciones se extienden como ondas en el agua, agrandándose, influyendo. Se puede empezar a cambiar el mundo desde uno mismo, es preciso mejorarlo.

La VIDA se cobra los errores de la "humanidad", al igual que la civilización tiene sus “peajes”, sus “precios”, sus “impuestos”, que pagamos o sufrimos todos los que seguimos por aquí, en este mundo. De una crisis nace algo nuevo, que no hubiese tenido lugar si esa crisis no se hubiese producido; y así, a saltos vamos evolucionando, pero hay que cuidar de no involucionar, que todo es posible.

Nuestra civilización ha quedado sumergida en la tecnología y la ciencia tradicional, pero hay que reivindicar el papel de las humanidades. Solo un pensamiento que sepa serlo, que tenga una verdadera dimensión humanística, será capaz de plantearse cuestiones trascendentes y de aportar soluciones eficaces. El hombre (genérico) es mucho más que materia.

Las humanidades nos proyectan hacia el desarrollo personal y social, intelectual y espiritual, cultivan en el hombre la bondad, fomentan el pensamiento crítico que aleja a la persona de la masa, despersonalizada y amorfa; hacen a la persona encontrarse consigo mismo y poder darse a los demás de una forma más efectiva, más eficaz. Vivimos en sociedad para servir y para ser servidos.

Las humanidades insertan en el ser una dimensión que aleja a la persona de ser un simple número en las estadísticas, las fortalece para impedir ser dirigidos desde arriba; o desde abajo, -según se mire-, cautivas de un férreo autoritarismo ideológico que enajena a la persona y la convierte en un ser primario y manipulable, al que se le graban pensamientos en la mente, que puede verse saturada de tanto amarillismo histórico, llegando a ser incapaz de pensar por sí, incapaz de pronunciarse de forma distinta a lo que se le impone tanto a las claras como subliminalmente.

Estamos en estos tiempos como en aquellos del “despotismo ilustrado” que abanderó el “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Los gobernantes han sido capaces de caer en ello abanderando radicalmente lo contrario. Y las masas quedan sojuzgadas por quienes no hablan para las personas sino para las masas, manipulando el concepto “democracia”, porque como Alejandro Magno decía para vencer que le dieran masas no individuos. Y, de esta forma, con las armas y su ideario, conquistó gran parte del mundo conocido en su tiempo a una edad que no superó la juventud.

Las humanidades surten de pensamiento crítico y flexibilidad que hará que los líderes tengan la creatividad suficiente para estrechar lazos con el pueblo o lazos laborales con el equipo al que dirige y sepan dar adecuadas herramientas para gestionar tanto las emociones propias como las ajenas.

Las Humanidades hacen que las personas, ante cualquier tipo de situación, sepan decidir entre valores y/o sentimientos a admitir o rechazar.

No se trata de sustituir unas disciplinas por otras, no se trata ahora de aupar a las humanidades en detrimento de la ciencia experimental o tecnológica, sino que se trata de complementar, de completar el bagaje curricular para la eficiencia política y laboral  que mejore la sociedad.

La inteligencia emocional es una asignatura que todos deberíamos haber aprendido y debíamos aprender en las escuelas. Sí, eso, es una asignatura pendiente. La forma en la que el individuo se plantea las distintas situaciones, posibilita o no, afrontar nuevos retos.

Ya el pensamiento clásico se detenía en el estudio y práctica de la oratoria y la dialéctica como medio para explicarlo e integrarse en el mundo; y, también, dominarlo de alguna forma, por lo menos de poder defenderse eficazmente en el mismo. Saber motivar, persuadir, influir en el conjunto para liderar adecuadamente y conseguir que los ciudadanos sepan responder óptimamente es una gran conquista. 

Quien no conoce la Historia queda al margen de poder plantearse las cuestiones de una forma eficaz para ser eficiente en sus pensamientos. No se puede opinar y menos afirmar rotundamente sobre algo que, en realidad, no se conoce. Como dice el dicho: “quien no sabe es como el que no ve”, puede estar moviéndose en un mundo de sombras engañosas que interpreta erróneamente, esas sombras le hacen entender una realidad distorsionada porque lo que cree no es la realidad, “la verdad verdadera”, sino solo su percepción.

La Historia tiene multitud de ciencias que se interconectan entre sí, auxiliares y anexas. La Historia es la memoria de la humanidad, sin ella la sociedad está enferma de alzheimer. También está la Filosofía, que enseña a pensar a la persona y entender las mentalidades, de las distintas épocas históricas y de los demás, sus contemporáneos. También está la Psicología y la psicosociología, estas disciplinas posibilitan la resolución de problemas por los propios individuos y en situaciones de las que no lo serían capaces de salir sin unos previos conocimientos, aunque sean básicos.

Es necesaria la formación en competencias psicosociales para fomentar la empatía frente al odio; la cooperación frente al culto ególatra; fomentar las relaciones sociales que faciliten el conocimiento entre las personas, lo cual es una baza fundamental frente a la lacra social del acoso, del maltrato en sus múltiples versiones y la manipulación del grupo por un solo individuo, que manipula para hacerse fuerte y hundir a su víctima con una cohorte de cómplices, mudos o activos. 

Es combatir, en definitiva, el culto a la cobardía ególatra, pues el acosador no es más que un ser acomplejado y mediocre,  insatisfecho consigo mismo, que admira tanto a su víctima que es incapaz de soportarlo y, al no poder ni igualarla ni superarla, opta por intentar quitarle lo que tiene por méritos propios, atacando precisamente aquello que más admira y envidia, sin tener otra “inteligencia” que decidir la anulación de su víctima, del mismo ser al que admira pero que no soporta admirar y decide su eliminación.

Muchas personas, -aun sin saberlo-, forman parte de este malvado complot que hace que la sociedad involucione en vez de evolucionar y trascenderse. La explicación, aunque no compartamos el planteamiento, no es más que si el acosador no tiene algo que admira y desea, tampoco quiere que su víctima lo tenga. No quiere una cosa similar a la que admira, quiere eso mismo, como esto es algo que no puede ser, por eso decide la eliminación de su víctima, su sola existencia, a este ser miserable, le causa menoscabo.

Este proceder puede darse tanto de forma consciente como inconsciente, generalmente es un comportamiento premeditado. Educar en humanidades, educar en valores, es fundamental.

Estamos en una sociedad en la que se desprecia el capital humano, cuanto más vale una persona, intelectual y laboralmente, peor parece que lo tiene, porque el sistema está planteado por mediocres y para mediocres, no se trata aquí de hablar ni de unos ni de otros, el sistema está mal planteado, en el mismo, el disciplinado, el honrado, el trabajador, deja en evidencia a quienes solo pretenden cobrar a fin de mes, sin que entre un cobro y otro sean visibles verdaderamente sus aportaciones a la comunidad.

Profesionales que constituyen un gran valor en capital humano se ven en el ostracismo, en forzoso paro laboral, sin posibilidad de poder aportar lo que de seguro sería muy beneficioso a la sociedad, si el sujeto va cumpliendo años y es mujer, esto ya es “el remate de los tomates”, como se suele decir en Andalucía.

Es preciso cultivar las Humanidades. Son la sal de la vida. Son nuestro flotador de salvación.

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