Verano del 24: el verano ya no es lo que era

Habrá lugar para las verbenas y las improvisadas jaranas, y parecería difícil conjugar la alegría con la cantidad de cosas que le pasan al mundo y terminan en nosotros

'Verano del 24: el verano ya no es lo que era', un artículo de Pablo Martínez Calleja.

Se mandó a llover, con rayos que partían el cielo y truenos que hacían temblar la porcelana de la alacena. Alguien hubiera pensado que eran las trompetas simbólicas del Apocalipsis, pero parecía un tanto exagerado que la dimisión de un Biden bastante gagá suponga ningún terremoto sino una liberación y la posibilidad de que el señoro Trump pierda las elecciones en la capital de un imperio en franco declive. En realidad, el problema es que ya ni el verano nos permite disfrutar de aquel solaz despreocupado, aquel abandono de los diarios y nuestra entrega consciente y consistente en ignorar todo lo que no fuera chapotear con agua o acunarse con el soniquete de los grillos y las chicharras. Se sabía que las vacaciones desatentas de toda actualidad informativa no nos harían perder pie en ninguna conversación, y para las emergencias quedaba la noticia urgente.

El verano ya no es aquel lugar idílico por donde reptaba la serpiente informativa y nos llenábamos de somnolencia. Se nos llenó de crimen y genocidio ignorados, de estulticia publicada; este año, de deportes varios con sus decepciones nacionalistas o unos orgullos bastante chabacanos. Luego viene lo de Adidas. Habrá lugar para las verbenas y las improvisadas jaranas, y parecería difícil conjugar la alegría con la cantidad de cosas que le pasan al mundo y terminan en nosotros. Dormir por la noche con la ventana abierta y amanecer con la colcha caída en el suelo, al mismo tiempo que sabemos que tantas personas duermen en el suelo o mueren en el suelo. Es legítima la alegría, y el asueto y la vacación. Gilles Deleuze también afirmaba que es resistencia: “La alegría es potencia de vida, nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría.”

París. ¿Quién quiere irse este año a París? Los Juegos Olímpicos se ven mejor por la tele. Hará calor, pero no como siempre. Estará empetao de gente por todas partes. Macron recibirá a Milei y seguirá ignorando a Mélenchon. Pensar en aquella frase de “siempre nos quedará París” se volvió una cita rara, y no sabemos muy bien si ponernos melancólicos o esperanzados. La alegría desactiva la melancolía pesada y abre la prisión de la esperanza. Otra opción es el “Viaje alrededor de mi habitación”, o alrededor de donde queramos sin necesidad de armar los baúles y largarnos al otro lado del mundo o a la misma playa a la que va todo el mundo a la hora que más pega el sol y rebozarse de arena mientras se encrema.

Sentado en la calle Rosario, con una tostada de pan con salmorejo y aceite, su poca de sal. Café con leche, el color rojo de las ventanas, comparto cuarto con Lola Flores y Camarón, con Quiñones, con Monano, con Javi, con los marqueses de Casines y sus invitados. Baja una brisa muy rica desde la Santa Cueva y no necesito el abanico. Ya estuve en La Caleta, luego vuelvo. Me voy a la plaza por algo de fruta y unas gambas. Compro el pan de camino, en Candelaria. Me tomaré una caña y después de comer, la siesta. Junto a la cama hay una ventana que muestra Cadi como visto por Chirico, aunque los mejores momentos son por la mañana temprano o ya anochecido. Lo mejor de mi casa es la escalera de barco. Descubrí que para subir, o bajar, sin tropezar, hay que pegar el hombro al palo y dejarse caer sobre él, al mismo tiempo que mueves los pies con rapidez, para no tropezar.

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