Es de suponer, y así lo supongo yo, que cuando se habla de Historia, de la ciencia histórica, se está precisamente frente a una disciplina científica en la cual la subjetividad, el pensamiento visceral, la interpretación interesada y en definitivas cuentas, las creencias, no caben. Eso nos lo podemos permitir cuando estamos de bromas con los amigos, cuando queremos hacer chistes o cuando realmente no buscamos la trascendencia de nuestras palabras. Sin embargo, cuando tenemos que ponernos serios, cuando nuestra reflexión histórica tratamos de hacerla lo más académica posible, entonces es cuando tenemos que ser sensatos.
La Historia (fíjense que la pongo en mayúsculas) es una ciencia, que está encuadrada dentro de las ciencias sociales y que por serlo, por ser una disciplina científica, utiliza para su estudio y comprensión el método científico. Los historiadores, yo no lo soy, tratan, a través del estudio y la investigación, de darnos lo más fidedignamente posible un relato de nuestro pasado, y para ello se valen de toda una serie de fuentes primarias o secundarias como son las bibliográficas, el estudio de los archivos, la narración oral, la documentación audiovisual, en definitiva cualquiera documentación que una vez analizada, ordenada, interpretada y, como dice el método científico, realizada la hipótesis o la valoración a la que lleguemos, que esta hipótesis se falseada, es decir, verificada después de haberla puesto en cuestión, y una vez hecho ese intenso trabajo: sacar conclusiones y difundirla.
Todo esto que digo en el anterior párrafo espero que no tenga que ser muy criticado por los historiadores, no lo creo, pues al fin y al cabo lo que he señalado es en términos muy generales y resumido, lo que hacen estos científicos cuando trabajan. Por eso, resulta evidentemente descorazonador, que haya de manera permanente, y en estos últimos tiempos de manera muy grosera, un intento constante en tratar de revisar la historia a través de argumentaciones, relatos y conclusiones sobre los hechos de la historia realizados sin ningún rigor científico, al albur de creencias míticas en algunos casos, y a sabiendas de que lo que se está diciendo es una trola histórica de dimensiones muy potentes.
Que en Europa y por ende en España, los movimientos ultraderechistas están avanzando posiciones, es algo indiscutible, y no solo por los porcentajes de votos que vienen sacando en los distintos comicios que se van celebrando. Es algo más, y tiene mucho que ver con el cambio de estrategia (hace algunos meses dediqué tres artículos seguidos en este mismo medio para hacer un análisis y un esquema de cómo era la estrategia de la ultraderecha, cuales eran sus ideólogos, de donde tiraban sus discursos…) que han puesto en marcha hace algunos años. En España, concretamente, uno de los pilares fundamentales en esa estrategia es el de insistir machaconamente con las realidades o hechos alternativos, que no es otra cosa que, independientemente de lo que diga la realidad, que no puede ser otra cosa que lo que nos llega por los sentidos, hay un relato alternativo: mentir, insistir con la mentira, señalar el relato real como el erróneo, ningunear las fuentes del conocimiento histórico (por ejemplo, si hay imágenes de represión franquista, fusilamientos, etc. se da la vuelta a las imágenes diciendo que eran merecedores del castigo porque eran asesinos o cualquier cosa).
El problema, y en eso llevo insistiendo mucho tiempo, es que hay un efecto contagio en la derecha menos ultra, en la derecha menos beligerante con la realidad histórica, y así salen de sus covachas desde personas a las que se les supone cierto empaque intelectual, aunque solo sea por lo que fueron, léase Ignacio Camuñas, que sin cortarse un pelo y con un desparpajo que solo podría ser perdonado por un diagnóstico negativo de su salud mental, va y dice que en España en el 36 no hubo un golpe militar, y por supuesto que la imputación de responsabilidad por la guerra la tuvo el gobierno de la República.
A mí, realmente, me ha sorprendido que haga estas declaraciones, pensaba que más allá de que sus posiciones estén en la parte diestra del espectro político, su compromiso con la democracia era también real. Pero no. Su compromiso con la democracia tiene más que ver con un ejercicio de cinismo y simulación que a mí me parece detestable.
Quien no me ha sorprendido en sus palabras ha sido uno que fue General en el ejército y que ahora es diputado por Vox en el congreso, el cual llega a decir que lo de Franco y compañía fue producto del hartazgo de la población y que hoy estamos en las mismas circunstancias. En fin, un tonto con medallas, pero tonto al fin y al cabo, llamando a la insurrección.
Por último, recordar que en Japón acaban de cesar sin contemplaciones al director del espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio porque han descubierto que en la década de los noventa hizo bromas y apología negacionista sobre el holocausto nazi. Ya ven. Al diputado que fue militar de Vox no se le puede cesar porque ha salido elegido en unas elecciones democráticas, pero valga como muestra un botón de lo que supone tergiversar la historia.