Redoble de tambores. Saetas. Figuras de cristos. Penitentes o nazarenos. Cirios. Vírgenes dolorosas. Incienso…y un gentío entre el que destaca un grupito de muchachos de no más de veinte años, todos muy bien arregladitos: trajes de chaquetas bien entallados, corbatas modernas, zapatos mocasines, flequillos a elegir entre engominados o voluntariamente desarmados. El grupito de chavales, recibe con entusiasmo la salida de la Virgen de su cofradía.
Lágrimas de emoción y gritos de guapa, guapa y guapa. Los gestos de estos jóvenes son muy amanerados y todo apunta a que son gais, o mariquitas, que es como los llaman en la cofradía sus compañeros y compañeras, hermanos y hermanas de la misma. Y es que esa imagen, muy habitual como ustedes mismos pueden atestiguar, denota lo que es un factor determinante en estas hermandades: la pertenencia a la misma de personas homosexuales. El mundo cofrade ha sido, y es, un espacio en la que la presencia de gais es bastante importante. Según me cuentan, es habitual que determinados cometidos en las cofradías lo realicen personas no normativas en cuanto a sus inclinaciones sexuales.
Me dicen que los adornos de flores, vestir a las vírgenes o a los cristos… Y es de suponer que esa realidad constatable dentro de estas entidades tiene como consecuencia una buena praxis de tolerancia, de una sana experiencia de convivencia respetuosa en igualdad. Es de suponer. La iglesia católica, ya saben, suele mantener un difícil equilibrio entre la exigencia con el exterior y con la laxitud en su interior. Ya saben, la eterna contradicción entre el haga usted lo que yo diga, pero no lo que yo haga. O tirando de refranero: Consejo vendo, que para mí no tengo. Ese “amor” por los niños. Esa “preocupación” por los bienes terrenales. A dios rogando y con el mazo dando.
Por todo, también por lo anterior, me resulta interesante el debate suscitado en torno al cartel de la Semana Santa en Sevilla. No es una cuestión estética, ya que, por lo leído y escuchado, poca gente con dos dedos de gusto artístico, niega la calidad de la obra del artista Salustiano. La cuestión es que el cartel pone en primera plana lo que, siendo una realidad, es negado con vehemencia, mal gusto y desde luego con pésimos argumentos, por parte de ese mundo cofrade y, en general, por los católicos interpelados directamente: la iglesia católica permanece en una contradicción constante; por un lado, el Papa Francisco aprueba bendecir a los homosexuales, a las parejas de gais, lesbianas, a los divorciados… Y por otro salen gente como un párroco de Cádiz, un tal Diufaín, cogiendo firmas para pedirle a su “jefe” que lo vuelva a prohibir esgrimiendo unas argumentaciones surrealistas y yo diría que risibles -seguramente ese párroco es suficientemente inteligente como para saber que con esas argumentaciones su grey, tomadas por menores de edad e inteligencia mermada, estarán con él, porque, ya saben, el papa habla por boca de dios excepto cuando dice cosas que no les gusta a los diufaínes que en el mundo han sido-.
La polémica es importante, ahora hace falta que muchos, muchísimos de los homosexuales que, en uso de sus gustos y libertades, se comprometen con sus cofradías y con las semanas santas de toda nuestra geografía, levanten la voz y se permitan la enorme satisfacción de lanzar su #SeAcabó a toda la carcunda. En definitiva, en estos momentos en los que, como ya hicieron y hacen los evangelistas en los Estados Unidos, en el mundo católico español se orilla la religiosidad para convertir todo ese espacio en un movimiento cultural ultra, es necesario que los que aspiran a tener unas creencias religiosas no politizadas, no permitan que transformen su religión en un espacio para la defensa de valores divisivos en la sociedad. Y ese grupito de chavales que le gritan guapa a la figura de la Virgen, que sigan haciéndolo, pero sin permitir que los denigren. Eso no.