En los tiempos que vivimos de pancomunicación, de redes sociales, de mega información, es difícil que podamos desenmarañar las claves para una buena comunicación entre las personas. Paul Watzlawick ya enunció sus famosos axiomas, su teoría de la comunicación humana y estableció bases consistentes desde distintos ámbitos del conocimiento como la psicología, la lingüística, la filosofía y el constructivismo social para una mejor formulación de lo que, en su espíritu, contienen esas reglas: somos animales sociales que tenemos la capacidad de comunicarnos de múltiples formas y nuestra relación está basada en intereses que pueden llegar a ser convergentes.
En la política también se estudia, y mucho, la comunicación: se trata obviamente como conseguir llegar mejor a la ciudadanía, como conseguir que los mensajes que se quieren dar se den en las mejores condiciones. Es aquello que hoy tan de moda se ha puesto, incluso para los neófitos en esta materia: imponer el relato. Tratar, como explicó fantásticamente George Lakoff en su libro “No pienses en un elefante”, de vencer a través de los marcos conceptuales, situarlos, meterlos en la mente de los demás. Eso, de eso trata la comunicación política, y es necesario y urgente saber que hoy por hoy, y aunque pueda parecer lamentable, da igual la gestión, da igual lo que se prometa, incluso da igual lo coherente de lo que digas con lo que haces; la cuestión es ganar, colocar el relato.
El político sueña con los titulares de prensa, busca la complicidad de los periodistas, o en general de los transmisores de opinión convertidos en creadores de la misma. El político cree que puede convencer a todo el mundo y que para ello es determinante que un periódico, o una televisión o el medio que sea hable bien de él. Y es posible que así sea. Dan igual las ideas, se puede ser de derechas o de izquierdas, que al final se llega a confundir el método con la finalidad, el objetivo con la tareas y con ello, en ese batiburrillo, todos contentos.
Yo te doy, tú me das. El político puede dar buenas exclusivas, empleos, subvenciones, lo que sea. El periodista puede dar visibilidad, buenos comentarios. Un feedback que se retroalimenta no tanto en la amenaza −a la manera del viejo chiste del dentista que tiene agarrado el diente del cliente que, a su vez, tiene trincado por sus partes pudendas al doctor−, si no más bien en el tú quieres esto, yo te lo doy a cambio tú me das lo otro que es lo que yo necesito. Y todos contentos.
Recuerdos en mis primeros tiempos en la política, era yo muy joven e inexperto, que uno de los primeros consejos que me dieron cuando tuve una responsabilidad que implicaba una relación con los medios de comunicación cotidiana, era que, por más que lo pareciera, ese o esa periodista tan “enrrollao” no era tu amigo, era solo una relación de mutua necesidad. Bueno, muchos años después puedo decir que sí tengo algún que otro amigo y amiga periodista y que no todo es “por el interés te quiero Andrés”, como mucho podría decir que efectivamente, hay que estar ojo avizor porque ante la necesidad −o la creencia de esa necesidad− del político y la conciencia del poder del periodista, capaz de alumbrar buenas carreras políticas o arruinarlas, se dan esos fenómenos extraños, para quien se extrañe, pero que en definitiva son tan viejos como la vida misma.
Ahora estamos en periodo electoral en Andalucía, pronto habrá también elecciones en los municipio, si son curiosos y se fijan, nada de lo que pasa es por casualidad, mira tú que casualidad. Y todos contentos.