Aunque la polémica persigue a lo real de la coincidencia en el día de fallecimiento de Shakespeare y Cervantes, hoy es el Día del Libro porque —prescindiendo de esos debates que tienen mucho sentido conociendo la historia verdadera− un 23 de abril de hace algunos siglos murieron las dos plumas más insignes de las dos lenguas occidentales más importantes por número de practicantes, el inglés y el español.
Cervantes y Shakespeare, que tantísimos años después, siguen rivalizando sobre quién es el mejor escritor de la historia —otro debate estéril y absurdo—, y como este mundo en que vivimos es como es, la cosa ha llegado hasta dirimirse en carísimas encuestas —hace poco leí una— que —como también es el signo de los tiempos— terminan por futbolizar también la polémica, dando por ganador al del lugar, es decir, si la encuesta, sea a profanos o a expertos, es realizada en territorio de español gana Don Miguel de Cervantes, pero si el sondeo se realiza en zonas con la lengua de “la pérfida Albión”, Sir William Shakespeare barre.
Hoy, en definitiva, es el Día del Libro, y como tal, no puedo más que sentirme muy afortunado de poder vivir en un lugar donde encuentras librerías y bibliotecas que me permiten salirme de lo cotidiano para adentrarme en la realidad más excitante, las aventuras más rocambolescas, el conocimiento en vena a través de las páginas −soy poco de ebook aunque me parece que es un medio más para llegar a la lectura—. Soy un afortunado de, seguramente en el momento justo, haber tenido un libro entre mis manos que me despertó la curiosidad, que me embridó para toda la vida en el sano vicio de no dejar pasar un día sin meterme en el cuerpo una dosis, pequeña o enorme, llegando a la sobredosis en alguna ocasión, de literatura, de la buena, de la mala, de la que me hace reír, de la que me procura un buen llanto, de esas que me dejan todo el tiempo abducido, de otras que se olvidan pronto, de las perennes, de las súbitas, de las que enamoran, de las que me proporcionan alimento a mi proverbial curiosidad.
Yo no soy un escritor, por más que cada domingo tengáis la amabilidad de leer mis torpes palabras en este periódico, o que tenga publicado dos libros o participado en tantos otros. No. Ni mis columnas ni mis libros tienen la calidad suficiente, ni yo tengo esta actividad por principal en mi vida. Yo soy lector. Yo leo, al igual que tú lees… hay un chiste muy bueno que dice: Yo leo, tú lees, Bruce lee también–, y estoy eternamente agradecido a todas aquellas personas que sacian mi drogadicción y escriben para mí, porque cada vez que leo un libro es como si estuviera escrito para que yo lo lea. Gracias a los escritores famosos, pero gracias también a los más anónimos, aquellos que, por ejemplo, hemos estado en la celebración anual que hace una librería de Cádiz, Plastilina. Gracias a estas personas, me permito ser más feliz.
Feliz Día del Libro. Lean libros porque ya saben: más libros, más libres.