Hay una página web muy divertida que se llama algo así como "odio el fútbol moderno", en la que ponen en valor lo que era ese deporte en la década de los 70 y 80. Los jugadores llevaban melenas, se dejaban el bigote, nada de tatuajes, puro pelo en pecho, calcetines caídos… los partidos, en cuanto caían cuatro gotas, se convertían en una especie de lucha libre en el barro y, por supuesto, los jugadores nada de simular faltas, de eso nada, patadones a las espinillas y a romper tibias. Tenía su aquel ese fútbol al que yo también admiré, bien como socio del Cádiz, bien como espectador o como jugador esforzado. Me he acordado hoy de esta página y, en general, de esta cuestión, haciendo paralelismos con otros ámbitos de la vida; buscando el cómo era y cómo es hoy. ¡Y todo es tan diferente!
Hoy, en el fútbol, priman los dineros, las retransmisiones televisivas, mandan potentados árabes o chinos, aunque antes no vayan a creerse que todo era romanticismo que por entonces los dueños de los clubes eran empresarios corruptos de la construcción. Pasa como con la política, que tendemos a ser muy críticos con lo actual, idealizando otros tiempos, ya saben ese dicho tan estúpido que reza “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Otra cosa, y hay que ser justos, es ponderar con equilibrio, poniendo en balanzas los estilos, las políticas, los políticos, la situación y los resultados, de cada época. En España solemos o podemos comparar, mejor dicho se suelen comparar, los años de transición y primeros de verdadera democracia con estos últimos años. Y no sé si hacemos realmente justicia, sea lo que sea lo que salga vencedor en la comparación.
Como el fútbol, ahora la política está muy condicionada por elementos accesorios como puedan ser la imagen, la comunicación, las redes sociales. Los partidos políticos no tienen que ver, casi nada, con lo que antaño fueron. Si hasta el momento, todos, y digo bien, todos los partidos tenían la referencia histórica en las estructuras y formas de los partidos leninistas, hoy día están hechos a imagen y semejanza de los partidos americanos, estadounidenses. Si antes, la militancia era un ente activo, fundamental, ahora forma parte del atrezzo de mítines con un funcionamiento y formas más parecidas a un club de fans que a lo que ordinariamente han sido.
No me atrevería decir si los políticos de ahora son mejores o peores que en épocas pretéritas. Posiblemente habrá de todo, lo que sí podemos decir sin temor a equivocarnos que hoy los supuestos liderazgos duran menos, parecen menos consistentes y basan sus discursos políticos en pocas convicciones y muchas miradas de reojo a las posibles encuestas las cuales, por cierto, más que medir el estado de opinión de los ciudadanos, lo que hacen es determinar el mismo.
La futbolización de la política tiene sus consecuencias, desde luego, y muchas de ellas negativas para la ciudadanía que tenemos que soportar esa escasa claridad, el trabajo a través de bulos, la falta de pudor, el cuanto peor mejor que utilizan muchos para hacerse un hueco, y esa creencia, estúpida por otra parte, de que la gente corriente los seguimos y los tenemos como lo que ellos creen ser, estrellas de rock.
Desgraciadamente, ese es el marco de la extrema derecha, ese es el marco de desapego, de dejación de nuestras ideas, del empuje ilusionante de la ciudadanía. Pero ¡claro! Tampoco es que nos den mejores argumentos para que creamos más en ellos. Yo no odio el fútbol moderno y, por supuesto, tampoco odio la política moderna, pero sí es verdad que cada vez me gustan menos el fútbol y la política.