Igual que en una sentencia judicial hay esa expresión de “hechos probados” para referirse a aquellos actos que son incontrovertibles, y que lo son porque las pruebas así lo testimonian (otra cosa es que en los tribunales lo de la realidad de lo ocurrido en muchas ocasiones es una versión que podríamos llamar “original” por parte de los jueces), la historia ―en principio y por resumir sin meterme en tecnicismos―, es el relato de lo que sucedió. Es el relato del pasado. Historiadores, antropólogos, arqueólogos y otros científicos estudian qué ocurrió, por qué ocurrió, cómo, dónde y con qué consecuencias. La multitud de fuentes en diferentes formatos nos han ayudado a tener una cosmovisión del devenir de la civilización de manera aproximada, e incluso, con la participación de la técnica, son capaces de explicarnos de manera sorprendente, cual es la historia de cuando aún no había historia, nos explican, porque los avances de la ciencia lo permiten, hechos producidos hace millones de años, y lo que es más alucinante, enseñarnos, básicamente, sonidos e incluso imágenes de los supuestos momentos fundacionales de nuestra galaxia.
Siempre me ha sorprendido esa capacidad investigadora y curiosa de la humanidad, ese deseo de saber total, absoluto. Solo la religión ha intentado, y muchas veces conseguido, crear un relato alternativo al científico, y de esa manera todavía hay quienes se entregan a las teorías creacionistas y repudian cualquier avance científico que nos ayude a entender el pasado. Por eso, rechazan cualquier prueba que ponga en tela de juicio sus creencias sobre la creación del mundo, tal y como explica la Biblia en sus páginas. De hecho, aún hay colegios donde se les enseña a los niños y niñas las historias de Adán, Eva y hermanos mártires, y niegan, con una vehemencia que asusta, cualquier avance técnico, científico o relato que ponga en cuestión esas ideas, y les da igual que les enseñes un caballo blanco que te dirán que es negro.
Digo todo esto porque hoy domingo, es 18 de julio, día del aniversario del golpe de Estado militar contra la España Constitucional y democrática del año 1936. Ese día, un puñado de traidores ―y digo traidores porque su obligación, por juramento, era defender esa España constitucional, y desde luego no volver las armas que el propio Estado les confió para defenderlo, contra el mismo Estado.
Esto que acabo de decir es de perogrullo, hechos probados que diría una sentencia. Una realidad tan transparente como que mañana será otro día, pero que sin embargo no fue lo que nos contaron: Por mi edad, mi formación básica y media estuvo a caballo entre el régimen franquista y el democrático, y les aseguro, cualquiera de mi edad lo puede corroborar, que en el colegio la información era mínima y distorsionada. También hoy día, en muchos colegios se insiste en crear una realidad paralela, un relato alternativo que aunque sea disparatado ―como cuando se escribe que el poeta Pemán fue un demócrata de toda la vida― se trata de imponer con absoluta impudicia. Es la moda, da igual lo que digan los historiadores, científicos, las pruebas documentales, orales... da igual, de lo que se trata es de blanquear un golpe de estado perpetrado por unos militares delincuentes, una posterior guerra de exterminio, y una represión feroz en una dictadura feroz. Esa es la historia, lo demás es aquello que decía Groucho Marx: “¿A quién va a creer, lo que ven sus ojos o lo que yo le diga?".
El pasado viernes, en unas jornadas sobre memoria histórica, se presentó un libro sobre la investigación realizada en torno a la depuración de los empleados municipales de Cádiz. Más de 500 trabajadores, de los cuales algunos fueron despedidos, otros enviados a la cárcel, y desgraciadamente, muchos fueron asesinados. Depuraron a cerca de un cuarenta por ciento de los trabajadores del Ayuntamiento de Cádiz. ¿El motivo? Pertenencia a partidos políticos, afiliación a sindicatos, ser masón... Yo soy empleado municipal. Soy funcionario del Ayuntamiento de Cádiz, conocer estas historias es de agradecer. Todo lo que se haga por eliminar ese velo que lastimosamente acompaña a todos esos años de la historia de nuestro país, en este caso de mi ciudad, es muy importante, y da igual que sigan intentando imponer un relato absolutamente improcedente, la verdad es la verdad. Por cierto, ¿Sabéis quién era el Alcalde de Cádiz que propició esa salvaje depuración? Efectivamente, Ramón de Carranza. Eso es otro dato insoslayable, fue el que le buscó la desgracia más grande a más de 500 familias. Son hechos probados. Pero aún me dirán que era güena gente y que total...