Que la política española y, mucho me temo, la de cualquier país que podamos elegir, se ha futbolizado, término que ya se utiliza normalmente para conceptualizar el hooliganismo, el “míos y tuyos”, con los propios con razón o sin ella. Y esa degradación no sería posible analizar si no somos capaces de orientarnos sobre los motivos o, mejor aún, para no enredarnos en disquisiciones, ¿A dónde nos lleva?
Un diputado actual, pero con un par de trienios en esto del poder legislativo, me comentaba como cada vez lo pasa peor en los plenos del Congreso, como cada vez la zafiedad, la grosería, la mala educación es el pan de cada día en tan solemne edificio en el cual, no lo olvidemos, los partidos llevan −se supone− lo mejor de cada casa: los más listos, los más preparados, los más decentes. Eso dicen. La realidad, como dice este diputado, es que ni siquiera en el estadio fútbol −al que acude a ver a su equipo cada fin de semana que juega en campo propio−, se oyen las barbaridades que se oyen en el hemiciclo. Verdaderamente, el sitio, aunque en televisión parece muy grande y espacioso, no lo es, doy fe porque estuve un par de veces en la tribuna de invitados, y sorprende mucho su reducido tamaño y lo cercanos que están unos de otros, concretamente lo cercano que están del que esté haciendo uso de la palabra en el estrado, de tal forma que cada insulto, cada grosería, cada amenaza le llega al orador perfectamente.
Me dirán ustedes que eso no es nuevo, que ha pasado siempre, que las interrupciones, abucheos, aplausos desmedidos, insultos, gritos, pataleos…son casi inherentes a la función parlamentaria, e incluso me podrán como ejemplo de que en todos los países en igual al Reino Unido. Sí, sin duda, siempre en el Congreso de los Diputados ha habido sesiones tensas, debates iracundos con personas iracundas, mal gusto a veces y pocas ganas de debatir y sí muchas de molestar, pero me cuentan, y no paran, viejos del lugar que lo que sucede últimamente, pongamos desde hace dos décadas, no tiene antecedentes en nuestro país excepción hecha de cuando en la II República se formaban verdaderas tanganas en los plenos.
Es de agradecer, de todas formas y por lo que he visto y escuchado en estos plenos de la pseudo investidura de Feijóo, que la bancada correspondiente a los grupos de la izquierda han decidió, con buen criterio, no interrumpir los discursos de los adversarios y en todo caso, procurar no parecer un grupo de matones. A la vez lamento que la bancada de la derecha haya decidido lo contrario: interrumpir constantemente, murmurar para intentar desconcentrar al orador, patalear, insultar, vociferar…A mí, que ya me coge un poquito de vuelta de todo eso, no es que me asuste porque la estrategia de todos unos excelentísimos señores diputados y diputadas sea la del matonismo combinado con la de aficionados ultras de equipos de fútbol, lo digo fundamentalmente porque ahora se está dando un paso más: justificación de la agresión, la amenaza y, finalmente la agresión propiamente dicha.
Poco edificantes, pero ejemplificadoras fueron, hace pocos años, las imágenes de centenares de personas día tras día en las puertas del domicilio del entonces vicepresidente del gobierno, la ministra de Igualdad y sus niños recién nacidos, gritando, insultando, intentando agredirles, fue terrible, como terrible ha sido las coacciones y amenazas recibidas por el Diputado Óscar Puente por el simple hecho de haber tenido un discurso duro en el pleno de la pseudo investidura. Ojo con estas cosas, justificar la violencia es invitar a ella; y siempre hay descerebrados que recogen con mucho gusto esa invitación. Cuidado con ese desbarre porque la calidad de la democracia no está en llevarse todo el día mentando la Constitución o haciendo extraños homenajes a la bandera, singularmente pienso que la calidad de nuestro sistema consiste en primer lugar en dotarnos de una cultura política democrática, es decir, de respeto entre diferentes y creo, en mi molesto entender, que el Partido Popular, en su escoramiento, supongo que táctico, hacia la derecha, está dando alas a unos discursos que no le corresponden.
Ya están teniendo problemas en sus alianzas con Vox y esa pelea cultural donde la cancelación y la censura, se ha convertido en su praxis política. Retiran o cancelan películas de cine, obras de teatro, cambian programaciones para acercarlas a lo que ellos denominan cultura tradicional y en definitiva, unas acciones de gobierno que no deberían, la gente del PP, permitir. Ya saben lo que dijo Heinrich Heine, el gran poeta del romanticismo alemán, un siglo ante del ascenso de los nazis en su tierra: «Quien comienza quemando libros, posiblemente termine quemando personas», y me temo yo que estamos a un tris de que comiencen a quemar o impedir el acceso a los libros, o a la cultura que a ellos nos les guste. Impídanlo