Fue con Ayuso, principalmente, con quien aprendimos una nueva acepción de la palabra libertad; nos decía, con gran desparpajo, qué era ser libres y para qué servía la libertad, al igual que hace ya más de un siglo Fernando de los Ríos, socialista, que fue a conocer la novedosa Rusia de la revolución bolchevique y allí entrevistarse con Lenin, al que espetó -después de quedarse sospechosamente sorprendido por la forma de manejarse el incipiente régimen comunista- intrigado su pregunta "…¿y la libertad?", a la que el dirigente ruso contestó con cierto desinterés algo así como «libertad ¿para qué?».
La respuesta era inevitable e incluso años después fue completada por la excepcional Hannah Arendt en su libro “La libertad de ser libres”, y que, supuestamente en boca del militante socialista De los Ríos era un "libertad ¿para qué? …pues libertad para ser libres".
Evidentemente el PSOE no entró en la tercera internacional, la comunista, y marcó ya en ese momento uno de los grandes valores del socialismo junto con la igualdad y la solidaridad: la libertad. Ayuso, más de cien años después, en un gran despliegue ideológico, nos enseñó que libertad era tomar cañas y que, por supuesto, como hacen los libertarios de extrema derecha en EEUU o Argentina, la libertad supone eliminar del vocabulario cualquier concepto que tenga como objeto la igualdad, la justicia social, más allá de que, también por supuesto, ella, que acusa a todo cristo de totalitario, bolivariano y todas esas lindezas, es todo un ejemplo de eso tan manido de “haz lo que yo te diga pero no lo que yo haga. Pero, aunque con eso nos pueda parecer bastante, hay más.
También en los últimos años, y con más fuerza y potencia desde que apareció en la escena política el Trumpismo, la palabra libertad tiene otras posibilidades, otras utilidades: el libertarismo es sencillamente la posibilidad de hacer lo que me de la gana mientras que no moleste a los que “nos conceden” el derecho a la libertad. Me explico con ejemplos: libertad para hacer el tonto. Un derecho como es el de ser libres no puede dejar al margen la posibilidad de -si uno es futbolista de primer nivel, millonario y de extrema derecha- concebir la libertad como el derecho a ser un maleducado y de poder hacer el tonto.
La libertad yendo por ahí es un carajal -no confundir carajal con carvajal-, de la misma manera que si uno cree en la libertad de manera absoluta puede ser un artista que haga ganado gran prestigio y dinero por decir que “no hay marcha en Nueva York” -cosa que no puedo asegurar porque no he estado en ese lugar- y, por tanto, puede saltarse la ley “porque yo lo valgo”, además de ponerse muy estupendo porque, ya se sabe, él, que ha creado tanto empleo, no puede soportar que los que no creen en la libertad le afeen que no la cumpla como los demás.
En fin, libertad para hacer el tonto, o el listo, según se mire, que eso de la libertad de los poderosos da para mucho.