Hubo un tiempo, supongo que no hace demasiado, en el que uno de los atributos más celebrados por las personas era el de la buena educación. Encontrarse con gente educada, que trata de no molestar, de intentar elevarse de cualquier cutrez o elemento que violente la buena vecindad, es algo que agradaba y mucho. Disculpar la mala educación no ha sido nunca algo sencillo, y no me refiero a la falta de cultura, de conocimientos, no, no, es lo otro, lo de saber estar, lo de comportarse como personas civilizadas, con respeto al otro, al igual, al diferente, al que nos gusta, al que nos disgusta. Solíamos disculpar cualquier cosa menos la mala educación. Es por eso que no me encuentro cómodo cuando día tras día ese paradigma va cambiando, ya no es la buena o mala educación el termómetro que guía las relaciones sociales, ya no es el respeto el santo y seña de la vida en comunidad −que al fin y al cabo es nuestra vida desde hace miles de años−. No voy a ponerme en pose abuelo cebolleta y no os voy a castigar contándoos como, por ejemplo, la figura del profesor, del maestro en el colegio era respetada al máximo, como a los médicos, en un exceso de adoración, se les trataba de usted, aunque fuese tu primo. Pero, sí, es verdad, la mala educación vende, está de moda en unos tiempos donde lo importante es lo que está de moda, llámese reguetón, insultos, lenguaje choni, simplismo en las ideas, negacionismo del progreso…
Son los signos de los nuevos tiempos donde se han perdido los complejos. No se trata de ser mojigatos o más antiguos que un bosque, se trata de comportarnos como esperamos que se comporten con nosotros. Ni más ni menos. Pero eso, queridos lectores, no está de moda, y los referentes públicos se encargan de recordarlo todos los días, porque esa moda de los malos modos, la moda del “esto lo hago así porque me da la gana” el “esto es lo que hay” fue llegando, como todo, a la política y por los resultados, parece que llegó para quedarse.
Que en la fiesta de la Comunidad Autónoma de Madrid −no en la fiesta del gobierno autónomo como ha dicho su presidenta Ayuso− se impidiera de una manera más propia de matona de discoteca que de encargada de protocolo, la presencia en la tribuna de un ministro del gobierno de España ha sido algo realmente que está fuera de todos los códigos de comportamiento. Y lo peor de todo es como al día siguiente, en una entrevista en la SER, la ínclita Ayuso, con un lenguaje chulesco, ese que tanto daño hace a la imagen al exterior de los madrileños, con un deje cani, choni o como ustedes quieran llamarlo, lo justificara con una especie de “a joderse, que aquí mando yo y entra en la discoteca quien a mí me da la gana”, y efectivamente allí estaba hasta el líder de la oposición, Feijóo, un meme andante, cortejando a su principal enemiga, que es la propia Ayuso a la que teme más que a un nublado.
La mala educación se ha instalado en la política, ya no quieren disimular, más al contrario, las expresiones de mala educación, de maneras poligoneras, cuanto más visibles y ordinarias, mejor. O eso creen, que yo me resisto a pensar que la mayoría de las gentes aprueba ese comportamiento tabernario.
Por último, no entiendo como la ministra Robles, presente en el acto de marras, se quedara tan pancha dando abrazos y besos como si no hubiera pasado nada mientras una portera de discoteca impedía el acceso a un compañero ministro. Supongo que no diría nada, y que yo sepa nada ha dicho, por aquello de ser educada. No sé, no me convence, aunque fuera educadamente tendría que haber manifestado su disconformidad con esa actitud tan cani de la líder de la derecha.