Esperen, esperen, no me miren así. No es lo que parece. No me atrevería yo a insultaros a vosotros, lectores asiduos o esporádicos de esta columna semanal, y menos con un insulto de tan poca enjundia. No, no me estoy metiendo con nadie, es solamente que en esta semana que ha pasado, entre fiestas de Halloween, Todos los Santos, Fieles Difuntos y todo aquello que tiene que ver con la muerte, me ha venido a la cabeza, viendo en televisión y en muchos reportajes en distintos medios, mucha gente en los cementerios arreglando tumbas, colocando flores, limpiando los fríos mármoles debajo de los cuales están los restos de esos familiares y amigos que murieron, que hay un buen número de personas que no tienen un lugar donde acudir a recordar directamente a sus muertos. Son las fechas que, en todo el mundo y en todas las religiones, eligen como las ideales para ese recordatorio.
Yo esas tradiciones no las practico, reconozco que nunca he ido a un cementerio para visitar una tumba, un nicho… pero viendo esos reportajes en esta semana, en los cuales combinaban las magníficas Katrinas y altares mexicanos, con el alboroto infantil del Halloween que, aunque es una fiesta originalmente de este lado del charco y enviada a América, como suele suceder, nos la devolvieron con sus particulares formas de envolver la fiestas, un espectáculo. Pero lo de los cementerios me hizo recordar que también hay gente, distintas a mí, que queriendo ir a esos camposantos a rendir homenaje a sus deudos y que no lo pueden hacer simplemente porque no saben donde esas personas están enterradas. Y es que España, después de Camboya, ostenta el espantoso récord de tener más desaparecidos, más personas en fosas comunes, en cunetas, en vaya usted a saber dónde. Se habla de unos 100.000 hombres y mujeres asesinados y tirados literalmente en cualquier sitio. Son los padres de tus padres, son tus abuelos y abuelas, son los muertos innombrados, acallados más allá de su muerte. Son los muertos de tu padre. Y me he acordado de ellos y de la necesidad imperiosa de este país en cerrar ese capítulo espantoso que fue la represión de la dictadura franquista. Es un deber moral y ético.
No va a ser tarea fácil, hay un resurgir del neofascismo que va a intentar impedir que los españoles, de una vez por todas, estemos de acuerdo en condenar esos crímenes contra la humanidad. Hay, quizás demasiadas personas, que niegan incluso el que se puedan buscar y enterrar dignamente a esas personas. "Para eso ganamos la guerra”, he llegado a escuchar.
El matonismo, la falta de actitudes democráticas, el insulto grave, la intoxicación informativa, el señalamiento… son algunas de las prácticas que están poniendo en uso los nietos de aquellos que asesinaron a los padres de tus padres. Combatirlos es ya una cuestión de nietos. Combatirlos es una cuestión de decencia. El próximo año, en estos días de recuerdo a los difuntos, volveremos a contarnos, y los recordaremos a todos, incluso a aquellos que mataron, violaron y segaron la vida de decenas de miles de compatriotas. A ellos también los recuerdo hoy y saludo a sus nietos, acordándome de sus abuelos: los muertos de tu padre.