Es probable que desde el principio de los tiempos los dos sentimientos que han predominado en las relaciones humanas son el amor y el odio, incluso en la formulación de las artes, en las obras literarias, la escultura, el cine, teatro y en general cualquier manifestación humana, estas han reforzado su crecimiento, se han alimentado tanto del amor como del odio siendo conceptos antagónicos, pero que a la vez tienen connotaciones, y una complejidad que los hacen depender uno del otro creando figuras nuevas, extendiendo su significado a otras dicotomías como por ejemplo el Bien y el Mal. Pero ¿qué es el odio?, ¿en qué lo diferenciamos de otras emociones, sentimientos o conductas, como la ira?, ¿son complementarios, por ejemplo, el odio y el rencor, o son consecuencia el uno del otro…? El odio es un sentimiento que si se tiene sobre una persona significa aversión, antipatía, repulsión o profundo desagrado, de tal manera y con una fuerza tan al límite que podríamos descargar todo ese odio sobre la misma deseándole, sin freno, lo peor, y seríamos capaz de hacerle el mayor daño posible basado en ese sentimiento de aversión absoluto.
Según el psiquiatra Vicente Ezquerro: “El odio es persistente, la persona que odia vive en el odio, desea una especie de venganza y manifiesta la rabia a través de tres formas: destruir, hacer sufrir y controlar a los demás”. Siguiendo lo que los estudiosos nos dicen y la experiencia nos dicta, la ira sería más una reacción inmediata a una situación que no nos gusta, sin embargo el concepto del odio es mucho más complejo, más profundo, más difícil de extirpar de los sentimientos humanos y más peligroso.
Los griegos ―ya se sabe que con los griegos comienza casi todo― estudiaron y definieron el odio como una pasión, y no dejaban de tener razón al igualarlo, como decimos, con el amor, pues aunque nos muestran pasiones contrapuestas, ambas son emociones y así son consideradas por la psicología actual. Si odio y amor son sentimientos y pasiones son, por tanto, emociones. Castilla del Pino nos advertía de lo complicado de trabajar sobre el odio, puesto que era imposible decirle, precisamente porque son sentimientos, a una persona que no odie como lo es decirle al que ama que no ame. Por tanto, como primera consideración, tendríamos que tener claro que la simple formulación de nuestro deseo de no odiar es inviable si llegamos a la científica solución de que las pasiones son de poderoso arraigo y a menudo incontrolables a diferencia de la ira o cuando hablamos, más que de amor, de mera atracción.
Pero no hemos llegado hasta aquí para exponer las teorías científicas sobre el odio, por el contrario quiero prescindir de ellas, sin olvidarlas, para significar que siendo parte de nosotros, esos sentimientos son también parte de nuestras vidas y tenemos, como seres inteligentes que somos, aprender a segregar los sentimientos negativos, el odio sobre las personas (el odio se manifiesta sobre cosas, ideas...pero al final tiene un destinatario con nombres y apellidos. Los nazis odiaban los libros y los quemaban, para posteriormente quemar, si fuera posible, a los que los escribían), y servirnos de la inteligencia, que se nos supone, para ayudarnos a vivir, porque si no es así, como dice Antonio Gala “si la inteligencia no nos ayuda a vivir mejor, no la necesito para nada” y vivir mejor, desde luego, también es esperar que cada día que vivimos sea una buena oportunidad para ofrecer nuestra mejor cara a los demás, esa sonrisa que alivia tanto sufrimiento. Decía Herman Hesse “No honres con tu odio a quien no podrías honrar con tu amor”.
Hoy está de moda el odio, incluso aquellos que lo propagan nos invitan a desarrollarlo, como ellos dicen “sin complejos”, y aunque parezca una locura (Byron escribió que el odio es la demencia del corazón), socialmente se está aceptando, sin ningún tipo de cortapisas moral, que el discurso del odio, el odiar lo que no conocemos, lo que es diferente y lo que altera mis emociones es algo bueno, es deseable. Un oximorón en toda regla. Nos dicen, utilizando una trampa verbal y emocional terrible, que odiar es un ejercicio de libertad. Pues bien, yo no quiero odiar y no odio, porque cuando lo haga será tarde, ya no habrá solución. Dicen que el amor es lo que ha hecho avanzar al mundo, y hay quienes dicen que ha sido el odio. La única manera de saberlo es amando u odiando, y yo espero seguir amándote, es la única terapia que conozco para sobrevivir en este mundo tan loco.