Cuando eres un niño o un joven, la unidad de convivencia básica no es la familia, en todo caso la familia es, y no me lo podrán negar sin que se os note cierta contaminación por el paso del tiempo, el lugar de reposo, el de los cariños inevitables, las obligaciones…pero lo básico, lo indiscutiblemente más deseado, lo que de verdad le da un sentido casi épico a cualquier existencia, es la pandilla. Sí, la pandilla es el núcleo más importante en momentos determinados de la vida. No quiero decir que no haya otras realidades.
No quiero decir que las personas más importantes y de impecable notoriedad de nuestra vida sean solo las antiguas amistades, no, no estoy diciendo eso, sobre todo teniendo en cuenta que estas palabras escritas la estarán leyendo, casi con toda seguridad, personas como usted y como yo que peinamos canas, o que tienen la suficiente edad como para rebatirme esta afirmación con argumentación tan plausible como es la de tener una pareja, posiblemente hijos, compañeros y compañeras de trabajo siempre tan presentes y el acercamiento, tan humano, a la familia a la que en nuestra juventud no hacíamos ni caso. Verdaderamente todo eso es correcto y fruto del paso de los años, casi todos podríamos llegar a esas mismas conclusiones pero, y esto es lo que quiero que comprendan, es esa pandilla de la juventud, en ese momento y por las vivencias de esos años, la que permanentemente nos marca en nuestros recuerdos, normalmente agradables.
La pandilla de amigos y amigas es la “famiglia”, es el lugar, la logia de encuentro de nuestros secretos, la sociedad no firmada de lealtades. Cada uno en su papel −en una pandilla que se precie cada componente es absolutamente distinto−, cada uno con su carácter, con sus planes, con sus idas y venidas. La pandilla es la solidaridad entre distintos, aunque ellos aún no lo saben, y ese ser distintos se mostrará cuando la pandilla, inevitablemente, deje de serlo, y afronten su inexorable separación para, en un último acto supremo de carácter identitario, comprueben que cada uno tirará por su lado con toda esa carga de experiencia de lobby, de secta amistosa, de “amigos para siempre”.
Hacerse adulto no solo es una cuestión de edad y nadie se prepara para ello de un día para otro. De la misma forma que no hay un punto exacto de inicio de la adolescencia o juventud, aunque sí hay muchos momentos de iniciación, de debut, tampoco son detectables los momentos exactos cuando la pandilla deja de ser la unidad de destino en lo universal, aunque también aquí hay alguna que otra epifanía, léase la novia o el novio formal, el contrato laboral que te exige, la finalización de estudios…Se puede probar como lo hace David Trueba en su espléndida novela “cuatro amigos” y montarse una especie de road movie de despedida de la juventud. Todo vale.
Seguramente Pablo Casado se dio cuenta muy tarde de que ya no tenía pandilla. Es difícil, ya lo sé, y supongo que él pensaría que los mismos argumentos que les servían veinte años atrás con sus amigos y amigas le podrían valer cuando uno se deja barba, se casa, tiene hijos y, principalmente, aunque de rebote, es el Presidente de un Partido político.
“Siempre juntos” “llegaremos unidos al poder” “te apoyaremos hasta el final” “somos unos amiguis para siempre jamás”. Esas serían frases que Díaz Ayuso, Egea, Abascal, Casero, López Miras y el propio Casado se dirían cuando ellos eran jóvenes, y seguramente se las decían de verdad, harían lo de los Mosqueteros, todos para uno y uno para todos, poniendo sus manos unas encimas de otras entre todos, brindarían con Ron cubano del bueno −de los cubanos de Miami, no se vayan a creer−, y harían protestas, entre abrazos y castos besos, de sincero cariño.
Pero ¡ay Casado!, se te pasó el arroz, la barba que te dejaste para aparentar más edad y abandonar el pasado que todos tenemos −aunque el tuyo quiero pensar que no tenía nada que ocultar porque para eso eras un astuto cachorro de la camada alumbrada al calor de la Pachamama Aznariana−, no era necesario, te pusiste, sin darte cuenta, a hacer cosas de mayores y los mayores, aunque aún te cueste creerlo, no tienen más pandilla que la que le permite seguir haciendo cosas de mayores. Yo, como me imagino vosotros, hemos visto muchas películas y leídos muchas novelas de traiciones, de confabulaciones, y necesariamente para que haya una traición tiene que existir, previamente, una lealtad.
La historia tiene momentos culminantes en casos de traición. Casado no lo sabía, pero la Pandi ya no existía. Ahora ya lo sabe, incluso sabe que muchos que no eran de esa cordada juvenil pero que, ingenuo él, creyó que las sumó aumentando esa verdadera familia, no eran más que hombres y mujeres adultos que, si hablamos de política, entienden la amistad en función de lo que tu le puedas beneficiar. Esos, los que le aplaudieron por la espalda en su despedida del Congreso de Diputados, entienden mejor la evolución del ser humano, aunque nos pongamos muy campanudos y asqueados, como si le hubieran hecho algo inaudito…y mientras yo hablo de esto, Díaz Ayuso consigue que no se hable de corrupción.
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