Ha pasado demasiado poco tiempo para que, cogiendo distancia, pueda hacer una columna, artículo o algo parecido a un estudio más o menos profundo de la figura de Pepe Pettenghi. Murió el 3 de diciembre y hoy, cinco días después de ese momento final, se me hace muy difícil hacer algo sin la emoción de lo inmediato y, por tanto, aún impactado por lo inevitable, creo que como amigo -sobre todo amigo-, alumno admirador de su figura, compañero, por su talla como persona de valores humanos muy evidentes, por su autenticidad, su irredentismo y tantos otros motivos, incluso el compartir este medio, lavozdelsur.es , en el que cada quince días nos suministraba una píldora maestra de ironía, compromiso y esa capacidad tan demostrada -y de la cual yo carezco- de, en muy pocos párrafos, decir lo que quiere decir y decirlo bien, como en la canción de Silvio Rodríguez, dijo lo suyo a tiempo y sonriente, por todo ello es evidente que algo necesito decir, algo que modestamente quiero hacerlo aún con el pellizco de la pena, pero con la satisfacción y con la increíble suerte, que no todos han tenido, de compartir, de manera intensa, estos últimos años de su vida, que es como si me hubiera tocado la lotería.
Pepe era un hombre culto, leído, escritor de un puñado de magníficos libros y coautor de otros varios, el último acaba de salir publicado “Histeria Sagrada” en el que tanta ilusión puso, activista en favor de causas tan nobles como su apoyo a la enseñanza pública, crítico con todo aquello que suponía el adoctrinamiento, sobre todo el que se hace desde la religión católica o desde los medios de comunicación, catedrático de biología era, más que nada, una persona de un carisma que difícilmente se puede encontrar de una manera tan natural en mucha gente. Un carisma que le hacía ser admirado por tantísima gente que veían en él al hombre íntegro, al inquieto profesor, pero sobre todo ese líder al que todos escuchan -incluso sus enemigos, que los tenía, fundamentados en una especie de envidia de ver en su persona todo aquello que cualquiera con una mijita de ego y vanidad quiere para sí mismo: el cariño y respeto de la gente-.
Pepe concitaba a su alrededor un buen ambiente que tiene mucho que ver con su bonhomía y esa sonrisa tan característica. Su círculo más íntimo siempre de personas significativamente más jóvenes que él, posiblemente era demasiado moderno, progresista e inquieto para los de su quinta.
Como dije al principio, no puedo separarme de lo emotivo, todavía no puedo, pero sí que me he prometido seguir indagando en él, su vida, para más adelante, cuando pueda, si puedo, reflexionar más en profundidad en sus distintas facetas. Una persona tan polifacética necesita un estudio en la mejor tradición de los humanistas porque eso era resumidamente Pettenghi, un gran humanista, siempre en la mejor tradición de la izquierda progresista y transformadora.
Yo le debo mucho más de lo que pueda parecer, me acogió cuando más lo necesitaba, cuando comprobé, y sigo comprobando en mis propias carnes, que ser ingenuo es una ingenuidad. Pepe, todo generosidad, posibilitó, junto con Juan José Sandoval, persona indispensable si hablamos de Pettenghi, que, entre otras cosas, me pusiera a escribir lo que yo quería escribir y que se publicara. En su mirada estaba la indiscutible visión de lo mejor del ser humano.
Termino acordándome de su mujer, Rocío, con ella ya tenemos el pack completo de lo que cualquier puede desear de la amistad.
Como buenos ateos que somos, Pepe Pettenghi vivirá a la manera de lo que intuyó Jorge Manrique para su padre: vivirá la vida de la fama; y en esa vida intentaremos seguir riéndonos en las rutas de presentaciones e insistiendo en que un cangrejo es un crustáceo, aunque el cangrejo no lo sabe. Habrá tiempo de grandes homenajes y hacer lo que en las últimas fechas pensábamos y que le hacía tanta gracia: “Pepe Pettenghi, el musical”. Gracias por tanto, querido profesor, entrañable amigo.