Berlanga, cuando rodaba lo que sería su grandísima película Plácido, tenía otro nombre, otro título para la cinta, concretamente Ponga un pobre en su mesa; al final por motivos comerciales, de producción y porque la censura podría actuar, se quedó con Plácido, y por supuesto con esas escenas maravillosas de todo ese lumpen, esa pobreza, esos sans coulottes en esa cena provocadora y altamente simbólica.
Lo de llevar a casa por Navidad a un mendigo o persona con imposibilidad de celebrar esa fiesta como dios manda, fue algo que en determinadas familias bien se puso de moda, más que nada porque el lavado de conciencia, el tener una coartada para ignorar a la población menos beneficiada, era siempre algo recomendable y recomendado por ejemplo en las hipócritas homilías de hipócritas curas. Se cuenta, me cuentan, que en los cortijos de nuestra tierra, era muy habitual que los señoritos y caciques se hicieran los espléndidos con la mano de obra semiesclava, aportándoles viandas variadas en alguna nave normalmente utilizada para guardar pastos o ganado y que gracias a la Navidad, por una tarde o noche, era ocupada por los pobres del mundo. ¡Qué bueno el señorito que incluso se tomaba la molestia de hacerles una visita para que esas familias de desarrapados pudieran darle las gracias y besarle la mano por su bondad!
Pobres ha habido siempre, y señoritos, por supuesto. Evidentemente, y si hablamos de nuestro país, ha habido épocas, momentos históricos, donde la miseria era lo habitual, el hambre campaba por las casas, cuando se podía tener casa donde guarecerse. También, dependiendo de la época, los ricos, los poderosos, han sido más numerosos o menos, pero siempre los hubo, faltaría. Las crisis, los regímenes, los gobiernos… todo, en buena lógica, influye en el nivel de vida de los ciudadanos y, efectivamente, en determinados momentos y ante determinadas circunstancias, el número de personas en riesgo de pobreza y exclusión aumentan de manera significativa. Curiosamente, cuando aumenta la pobreza, cuando la población con dificultades se incrementa, también se incrementan los niveles de riqueza de los que tienen en sus manos contribuir a la reducción de esa miseria. La brecha entre ricos y pobres aumenta y, singularmente, se añaden nuevos pobres, ahora ni siquieral el tener un empleo te libra de tener que estar en el grupo de los que lo pasan mal. La precariedad, la temporalidad, los criminales aumentos de los precios en las viviendas y en definitiva todo lo que supone el actual estado de cosas, nos lleva a tener hasta trabajadores pobres que se suman a la lista de la vergüenza de un país del primer mundo como España.
Todo es demasiado desgraciado, como el consejero del Gobierno de Díaz Ayuso que dice que en Madrid no ve pobres, que eso es un invento de Cáritas, de la Iglesia católica, que como todo el mundo sabe es una institución medio comunista…hay que comentar, para poner la información completa y en su justa medida, que ese señor gana al año más de 100.000 euros, maneja fondos de inversiones privados de más de 1.500.000 euros y que tiene un patrimonio inmobiliario muy importante. No ve pobres. No ve nada. Es la puñetera ceguera, enfermedad producida por el dinero, por la insensibilidad. Un señorito que no va a caballo como los caciques de antaño, éste va en coche oficial que le pagan todos aquellos pobres madrileños que él no ve.
Pero ese señor, con ceguera, que no ve pobres, se olvidó que por lo menos uno sí tendría que haber visto, tendría que verse a sí mismo porque es tan pobre que solo tiene dinero.
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