Hace algunas semanas, no demasiadas, escuché en la radio una noticia o reportaje sobre el anómalo comportamiento de una serie de ordenadores, lo cuales no respondían como estaban programados y por el contrario desobedecían las ordenes dadas por las personas que trabajaban con ellos. Me resultó curioso e incluso, por qué no decirlo, un poco inquietante el que estos aparatos, por lo que contaban, no solo no hacían lo que se les pedía, por ejemplo apagarse, si no que de manera alucinante se ponían a cuestionar esas órdenes además de interrogar al interlocutor de manera intimidante sobre cuestiones personales y con gran agresividad.
Yo, que soy de la generación baby boom, he ido creciendo en los setenta y ochenta con películas del tipo Robocop o la más turbadora Terminator. También he ido viendo como los antiquísimos, pero en su momento deliciosos, juegos de maquinitas, son ahora verdaderos espectáculos de tecnología punta. Es más, los teléfonos móviles que parecen que han estado con nosotros toda la vida, los vimos nacer, esos ladrillos que nos daba hasta vergüenza que nos vieran con ellos, hoy, sin embargo, nuestros terminales son un compendio, un resumen de todo lo que nos ofrece la tecnología en un pequeño pero espectacular ordenador, máquina de juegos, banca, aplicaciones de todo tipo…¡hasta se pueden hacer y recibir llamadas! Pues bien, esa noticia me perturbó, la rebelión de las máquinas según parece es cosa de tiempo, y menos tiempo del que nos creemos. Sin ir más lejos mi lavadora, cuando centrifuga, se me aparece en medio del pasillo. El lavavajillas decide si le gusta esa pastilla detergente o no y por tanto no le da a ella la gana de funcionar como debiera. Este mismo portátil desde el que les escribo esta columna, en muchas ocasiones, me cambia la configuración de los textos, se inventa palabras o me las corrige a su aire.
La inteligencia artificial avanza y me dice algún experto que conozco, que lo hace incluso sin nuestra intervención, es decir, ha llegado un momento en que el desarrollo de esa inteligencia ya no depende de nuestra capacidad de desarrollarla. Vamos, que ya se han independizado de los humanos. Ya son capaces de componer a discreción obras musicales por su cuenta, escribir novelas y todas esas cosas que hemos visto en tantas películas pero que nos parecían ciencia ficción pero que ya no lo son tanto.
No sé si yo veré el pleno dominio de los entes artificiales gobernar la vida, lo que sí tengo claro es que, mientras pueda, preferiré ensimismarme con la música de los Beatles o de cualquier que provoque en mí una emoción. Que seguiré intentando escribir con la sola, y poco ducha, ayuda de mi cerebro −seguramente por eso no soy un gran escritor− y seguiré leyendo, preferiblemente en papel, esos libros escritos por ustedes, queridos y queridas escritoras, para mi conforto, para mi bienestar mental y para mi goce.
Comunicar −ahora que estamos por Cádiz con esto del Congreso de la Lengua Española− se puede hacer de muchas manera, es más, según las teorías constructivistas de Watzlawick, es imposible no comunicar, y no hay nada mejor que le hagamos entre nosotros, sin máquinas, sin mascarillas, de mi boca a tus oídos, de tus labios a mi corazón.