Siempre que llega la época estival, de su mano también aparece la llamada serpiente de verano, que hace referencia a un hecho noticiable de recorrido largo e imprevisible evolución y conclusión, que nos llega a través de los medios de comunicación y de la propia ciudadanía. Es el tema caliente y candente que aparece en todas las sopas, saraos y tertulias. Hoy más que de “serpientes de verano” se habla de trending topic por aquello de las apariciones, menciones, tags, conversaciones y en definitiva tendencias que aparecen en la red, particularmente en Twitter que es el radio patio más auténtico.
Hay serpientes de verano siempre en deportes y un año si y otro también nos hablan del culebrón del verano para referirse a tal o cual fichaje imposible o complicado. También hay culebrones en el ambiente del cuore: que si fulanito o menganita se juntan, se separan o aparecen fotos (robadas claro, dicen ellos) en las playas más de moda y que solo sirven para que puedan pagarse unas vacaciones los mismos personajillos. En la política y en el mundo que la rodea también hay serpientes, culebrones, sapos y todo tipo de reptiles y anfibios. En verano se suelen formular y ejecutar crisis de gobierno, se hacen declaraciones y entrevistas con titulares más gruesos que en otras estaciones del años. Y que me dicen de los impagables los reportajes de políticos y políticas luciendo michelín con la familia. Esto último, por mor de la pandemia, han quedado reducido a algún chascarrillo absurdo, como las declaraciones, mientras estaba de vacaciones en la costa, de Casado, criticando que el Presidente estuviera de vacaciones en la costa. Todo como muy de Marx, de Groucho, por supuesto.
Esta columna quería dedicarlo a lo que yo pudiera considerar como esa serpiente significativa que nos entretuviese o preocupase en las calendas de una manera muy sustantiva. Pero hete aquí que, como Indiana Jones, me he caído en lo alto de una especie de madriguera o manada de esos bichos reptantes. Anoten algunos ejemplos con nombre propio: cambió el gobierno y con el cambio se fueron los Ábalos, Redondo, Calvo y llegaron otras personas, ministros y ministras de los cuales aún soy incapaz de recordar ni los nombres ni las caras.
Dejo a un lado el culebrón de la pandemia, así con mayúsculas, fundamentalmente por hastío, por el hartazgo que produce seguir cada momento acordándonos de lo difícil que se nos ha puesto la vida desde que, por fin, nos dimos cuenta lo vulnerable que somos. Obvio también las serpientes de verano más consabidas como son las deportivas: los extraños juegos olímpicos de Tokio, los fichajes de millonarios en pantalones cortos que le dan patadas a una pelota. También hemos tenido nuestra ración de corrupción con la Kitchen, todo un clásico. Por supuesto no han faltado las recomendaciones en todas las televisiones generalistas, sobre lo que hay que hacer en las olas de calor, faltaría más.
Y así un sinfín de temas recurrentes que se convierten (otro modismo) en patata caliente para los protagonistas. Además todo tan mezclado, que ya no sé si hemos llegado al rebaño con clausula de rescisión, si Mbappé es negacionista, que la luz es un robo -eso seguro-, y así una larga mixtura de asuntos que si a mi ya me lían, y mira que le pongo interés, me imagino que a los comunes de los mortales les parecerá algo así como un jeroglífico.
Y es que las cosas cambian mucho y últimamente cambian tanto que es imposible estar al día. Por si acaso y porque el calor, en este principio de septiembre, aprieta voy a comprarme un repelente de serpientes y un elixir de buenrrollismo. Mejor me leo o último de Aramburu. Y en cuanto a la política, mi consejo del trimestre: Agrupémonos todos pero si empujar. Con ello espero no tener que, como Silvio Rodríguez, soñar con serpientes