Hace algunos años se hacían bromas a costa del presidente Zapatero sobre el talante. Él mismo se consideraba una persona con buen talante, y en su forma de gobernar y, sobre todo, de comunicar, ponía ese concepto como un valor muy por encima de otros. Las bromas eran bastante crueles, más que bromas eran burlas, se decía: “éste del talante es un bambi” “éste del talante lo que realmente le pasa es que es tonto”...eran muchas las burlas ejercidas sin piedad tanto por los políticos de otros partidos como del propio. También la ciudadanía participaba, no sé si mucho o poco, en ese desvalorar la figura de Zapatero a base de reirse de él con el dichoso término.
La gente asimilaba talante a ingenuidad, condescendencia, prudencia, moderación, bonomía, sosería y así cuantos calificativos se os ocurra para desmerecer una forma de ser, una forma de actuar. Pero “talante”, según definición de la Real Academia (ustedes disculpen que os suela meter el ladrillazo de la RAE, pero estarán conmigo que es la mejor herramienta para definir “oficialmente” cualquier término en castellano) es: Modo o manera de ejecutar algo. Semblante o disposición personal. Estado o calidad de algo. Voluntad, deseo, gusto. Todo eso es lo que dice la Real Academia de la Lengua sobre talante. No está mal.
En definitiva talante es la forma en que nos disponemos frente a la vida y sus circunstancias. Puedes tener buen talante o mal talante. Como estamos en Andalucía, y en Cádiz, tendríamos que decir que tener mal talante es sinónimo a decir de alguien que es un “malaje”, y si tienes buen talante es que eres una persona “enrollada”. No se trata que nos pongamos muy estupendos haciendo un tratado semántico o un estudio antrologicolinguístico sobre el término, pero queria centrar un poco lo que quiero decir exponiendo la cuestión formal de los significados.
Hubo un tiempo donde me tuve que dedicar a intentar solucionar conflictos de tipo laboral. Era un mediador entre empresas y trabajadores. Me gustaba hacerlo, además contaba conmigo con un equipo de personas de una alta capacitación que hacían de este trabajo algo enormemente enriquecedor, donde aprendí mucho de profesionales intachables, verdaderos servidores públicos. Lo cierto es que no se me dio mal. Habida cuenta que la labor de mediación se ejercía siempre y cuando las partes enfrentadas lo solicitacen, realmente se puede decir que no hubo semana donde no tuviéramos que enfrentarnos a algún conflicto.
Pues bien, como me decía un dirigente de CCOO muy querido y valorado por todos los que estábamos en estas cosas, yo no es que dispusiera de un gran conocimiento de los temas que se jugaban en esas, a veces, maratonianas sesiones de mediación, pero la gente precisaba de mis servicios porque afrontaba con una muy buena disposición las reuniones. O sea, yo andaba escasito de talento, pero iba bien despachado de talante. Apreciaban en mí un buen talante, necesario para crear confianza.
Pongo mi propio ejemplo porque hoy por hoy no estoy yo muy seguro de que es lo mejor, que es lo que se necesita para afrontar la vida tal y como se nos presenta. No obstante, de algo si estoy seguro: somos sociedad, somos un gran puñado de personas interactuando, necesitamos del talento de esa sociedad a través de sus individuos para avanzar, para progresar. El talento se necesita y desde luego nada hay más placentero que, por ejemplo, en estos tiempos de pandemias, enfermedad e incertidumbres, el talento que han desplegado los sanitarios, los investigadores, todas aquellas personas que han puesto sus conocimientos, sus talentos, al servicio de la humanidad.
Y son esos mismos profesionales los que nos están dando una lección de talante, de buen talante, a pesar de que con los comportamientos insolidarios de tanta gente se pone en jaque el trabajo de tanta gente. Por eso, yo, que no soy talentoso, valoro tanto a esas personas que tienen tanta capacidad. Pero, modestamente, solo soy de los del talante. Una buena sonrisa, eso es lo que muchas veces falta, una buena sonrisa.