Antonio Dubé de Luque lo ha sido todo en la Sevilla cofrade del último medio siglo. Escultor, imaginero, pintor, diseñador, restaurador y cartelista del Misterio de la Pascua cristiana, de ese triple paso de la vida a la muerte y de la muerte a la vida, el padre espiritual de hermandades como la de La Sed lo es también, en buena medida, de otras cofradías a las que su gubia, su aguja o su pincel fueron transformando siempre a mejor, como saben en el íntimo diálogo con sus titulares los hermanos de la Resurrección, por su Virgen de la Aurora, o los hermanos de Los Negritos, por los bordados y la Santa Ángela de su paso de palio. Incluso en Jerez de la Frontera, la patria chica de su propia madre, terminó don Antonio dejando la impronta de su compromiso en cofradías como la del Cristo del Amor. Y nadie lo ha olvidado cinco años después de su ascensión de Triana a al Cielo. De ahí la exposición colectiva en su honor que, comisariada por Luis Rizo Haro y Jesús Méndez Lastrucci, acaba de inaugurarse hace unos días en el patio mayor del Ayuntamiento hispalense, donde el visitante puede comprobar, hasta el próximo 4 de noviembre, por qué Dubé de Luque es, como un Cid Campeador del arte por estos lares, y superando la eficiencia del tres en uno, un cuarenta por uno, pues los 40 artistas plásticos que lo homenajean exponiendo sus propias obras en relación con la del maestro no hacen sino orbitar en torno a las obras que fue capaz de concebir y ejecutar él mismo en esa vida de “torrente creativo” de la que habla hoy su hijo Antonio, digno heredero de su perfil de escultor.
Entre los 40 artistas que han aportado su propio guiño creador a la memoria de Dubé de Luque, se encuentran discípulos directos, como Ángel Luis Tejera, y profesionales de reconocido prestigio como Enrique Gutiérrez Carrasquilla, pero también artistas de aplaudida y diversa trayectoria como José Cerezal, José Manuel Peña, Nuria Barrera, Teresa Guzmán, José C. Lasso de la Vega, Pepillo G. Aragón, Jacinto Pérez Elliot, Jesús Iglesias, Sheila Criado, Pili Sánchez o la italiana Alexandra del Bene, entre otros muchos, además del propio Antonio Dubé Herdugo, emocionado por haber aportado de la cosecha más casera de su hogar varias maravillas, como aquel óleo de El Cachorro que sigue suplicando a lo Alto en su último amargor agónico o el busto de esa Dolorosa propiedad de Maravilla (Mara), viuda del artista y madre de Antonio, Reyes y Juande, la obra conjunta de carne y hueso desde cuyas nostalgias trianeras resplandece ahora la figura imponente de aquel padre en constante evolución creativa que no paraba quieto jamás porque el lápiz, la acuarela, el dibujo, el diseño imaginado le secuestraban la belleza en el estilo, que es como se titula esta exposición colectiva de ahora que agrupa a esta generación de artistas que también son amigos y que empezaron a sumar talentos cuando los 400 años de la entrega del Cristo de la Conversión del Buen Ladrón a la Hermandad de Montserrat, justo antes de la pandemia del Covid…
Heredero vocacional de Juan de Mesa o Pedro Roldán, Dubé de Luque recibió clases de pintura de Juan Miguel Sánchez, el retratista que inmortalizó a Joaquín Romero Murube, el escritor del 27 que conceptualizó como nadie a Dios en la ciudad en la singularidad de una urbe como la nuestra, que se ha sobrepuesto, siglo a siglo, a ese complejo frente a los iconoclastas pero que precisa –también hoy- de finos exégetas como Dubé de Luque para transitar de la estética a la ética que los cristianos del Sur intuimos pero no siempre sabemos explicar o demostrar.
Ayer tuve un rato de privilegiada charla con el hijo de Dubé de Luque y fue él quien me recordó que su padre era de los que entraban en un templo y se iba derechito al Santísimo porque tenía clarísimo dónde habitaba Dios para rezarle. No deja de ser milagroso que el hacedor de tantas imágenes sagradas, y desde una ciudad con tantas advocaciones como la nuestra, intuyera la quintaesencia espiritual del Creador por antonomasia. También me recordó su hijo que su padre solía repetir que los primeros Padrenuestros a cualquiera de sus imágenes ya se los había rezado él mientras las hacía.
Qué grandeza, y qué belleza en el estilo… No se pierdan, por favor, la exposición en su honor, porque se avecina una Magna y conviene mantenerse a la altura de quien tanto lustre le dio a la Semana Santa de toda Andalucía.