Nos echamos las manos a la cabeza por el caso de Marta del Castillo, por poner un ejemplo tan sonoro como doloroso, pero es que la impunidad se ha convertido en la regla general que pasa de asesinos a ladrones y de estos a gamberros y, a su vez, de gamberros a niñatos consentidos de poca monta y hasta ciudadanos irresponsables que tiran aún la colilla o el envoltorio del chicle por la ventanilla mientras lo mascan y miran de reojo.
Nunca pasa nada por nada, y por no pasar, no pasa ni la mínima educación por quienes pasan por la calle sin darse los buenos días, como bultos o chismes, qué dirían nuestros abuelos si viviesen aún pero el caso es que se marcharon dejando una sociedad a la que nadie le desea aquella ley del Talión del ojo por ojo y diente por diente y sin embargo muchos la evocan, sofocados por ese otro extremo en el que aquí jamás pasa nada por nada y el mundo sigue girando por inercia.
Nos asombramos de que el delincuente entre por una puerta del cuartelillo y salga por la otra, de que tire la piedra y ya no tenga necesidad de esconder la mano, de que se robe a plena luz del día, de que se falte el respeto a los viejos y estos ni se atrevan a reprender a los muchachos maleducados, pero es que hemos construido el trauma del miedo al trauma, la surrealista carambola de ese mundo al revés en el que toda pedagogía consiste en un diálogo aunque sea de besugos porque ya en los niños no cabe la riña ni el reproche ni la mirada esquinada no sea que cojan el trauma que nosotros no cogimos con el cogotazo y a nosotros nos tachen de carrozas trasnochados o cosas peores.
Hablemos. El posdiálogo de cuando el diálogo previo no sirvió para nada nos ha arrastrado al bucle kafkiano de ese 'nunca pasa nada' para volver siempre a empezar, como una iconoclasta broma de mal gusto eternizada en uno de esos reels que empalma ahora la juventud hasta el infinito.
Y como no pasa nada por tirar una piedra o robar una gallina o robar hasta cierta cantidad porque eso es hurto y no robo, en el plano siguiente tampoco pasa nada por revolver en la caja de todos y chuparse los dedos o dejarla hecha un fiasco, ni por aventurarse con pólvora ajena hasta que lleguen los buitres del fondo ni por cambiar de opinión en lo que antes eran principios porque ahora se llama libertad de pensamiento aunque ni se piense, ni por atentar contra la unidad del país y huir en maletero y volver como Puig o Demont por su casa, ni por cazar elefantes ni por enriquecer a mi amante ni por abandonar mi país a capricho de ese perdón con la risita apretada que siempre puedo pedir mientras el resto pide amnistías.
Qué va a pasar. La amenaza subterránea es que creemos que los niños no prestan atención a la tele y no es cierto: captan a diario la más peligrosa de las enseñanzas y así nos va a seguir luciendo el pelo. O la pela prestada.