Tal día como ayer, de hace la escalofriante cifra de 126 años, nacía Federico García Lorca. Más de un siglo después, tras su vida tan corta como intensa, el mundo sigue basándose en dos principios inalienables: el de autoridad que todo lo aplasta y el de libertad que todo lo desea para que el mundo pueda seguir girando... Hoy Federico sería un viejo venerable con el alma mucho más joven que ciertos jóvenes y esa percepción es tan triste como la pena negra que atraviesa toda su obra, la constatación de que ese fatum contra el que él se pasó la vida advirtiéndonos es tan cierto como la muerte que nos espera a cada uno pero más terrible, porque hoy sigue dominando el gozne que hace girar el planeta esa obstinación en clasificar a los seres humanos por lo que tienen y no por lo que son.
Lo preocupante es que ese error espinal de la humanidad no solo lo vemos en los más viejos, caducos representantes del mundo de ayer, sino también en los más jóvenes, alienados por las pantallas que el capitalismo de toda la vida hace cruzarse en sus vidas para que, gatopardianamente, cambie todo para que todo siga igual. Lo vamos a comprobar este domingo en las elecciones europeas. Y a mí me puede la curiosidad por ver lo que haría Federico en un domingo como este. Me puede la curiosidad por ver la reacción de Federico ante un mundo de blancos y negros en el que estos últimos pierden el color solamente si se trata de futbolistas millonarios. Que le pregunten a los jóvenes.
El Lorca de venerables cabellos blancos y profunda sonrisa campesina no soportaría con resignación el genocidio de palestinos que cierto país, vecino de la Unión Europea y mimado del gigante americano, está llevando a cabo con total impunidad. El Lorca de venerables cabellos blancos volvería a pasear por el Nueva York de los inmigrantes con el nudo de Trump en su garganta, y no entendería la soberbia de los rascacielos ni la lógica del niño ahogado en el pozo. El Lorca centenario sería como un adolescente rebelde como no vemos rebelarse a los adolescentes de hoy en día por las cuestiones palpitantes.
El Lorca de largas barbas blanquecinas, como Whitman, sería un viejo de espíritu terriblemente joven sorprendido con las políticas de inmigración y alucinado con que el espíritu de conservación de los derechos en desigualdad arraigase también en los más jóvenes, entusiastas de esos partidos que se toman el mundo como una colmena de buenos y malos, como un laberinto impío en el que unos tienen la suerte de haber nacido en el lado del bienestar y deben permanecer en él hasta la muerte y otros tienen la desgracia de morir lentamente en el lado del malestar eterno y eso es lo que hay. Sí, es una pena bastante negra que el viejo Lorca del Amargo apaleado les pareciese terriblemente joven a los viejos jóvenes de hoy de esta vieja Europa.