Así que pasen cinco años es una obra teatral de Federico García Lorca, de amor y muerte –cómo no-, que el poeta concluyó exactamente cinco años antes de que lo mataran. Pero es que ya han pasado 88 años de su asesinato y, sin pruebas de cómo murió realmente, la misma credibilidad puede tener ya la versión oficial tantas veces contada para nada que cualquiera de esas legendarias hipótesis que se han contado menos.
Pero que, para un escritor nato como Manuel Bernal (Los Palacios y Villafranca, Sevilla, 1962), a la sazón periodista, profesor e investigador con más de una veintena de libros a sus espaldas, suponen el caldo de cultivo de una fantasía muy en consonancia con ese motor infinito que supuso siempre el misterio para el de Granada.
Por eso la editorial Renacimiento ha apostado por este inquietante título, Las muertes de Federico, que consagra a Bernal no solo como apasionado investigador de Lorca después de haber publicado libros como Federico García Lorca o la concepción moderna del flamenco (Verbum, 2021), sino como riguroso fantaseador de Federico en el sentido más enriquecedor que pudo darle Todorov.
En este último ensayo de Bernal, que bien puede tomarse como una novela histórica en la que "todo lo que se cuenta tiene algo de verdad", como reconoce el autor en la presentación, se parte, por un lado, de aquellas lúcidas consideraciones -como la de Pedro Salinas al poco del asesinato- de que en realidad Federico no había muerto, sino que había resucitado.
"Lo mataron; pero Federico salió vivo del crimen y ellos han salido irremisiblemente muertos. Ellos, que quisieron librarse de él, por el crimen, no se librarán jamás de su más terrible venganza, de la perduración de su sonrisa ancha campesina, de la perduración de su poesía. No se librarán jamás de su vida", escribió el autor de La voz a ti debida, y añadió: "Porque el crimen no mata. El crimen tan solo acaba con el criminal; pero en el crimen, bárbaro, comienza el triunfo de la víctima inocente. No se librarán los aparentemente vivos del aparentemente muerto. Quisieron matar en él lo que están queriendo matar en toda España: un alma antigua buscándose una voz nueva. Y han fracasado".
Profecías en verso
Por otro lado, el trabajo de Bernal también parte de aquellas escalofriantes profecías del crimen escritas por poetas amigos, como fueron los casos de Pablo Neruda o Joaquín Romero Murube. El propio Lorca plagó su poesía de referencias a su propia muerte –al menos lo parecen después de lo que ocurrió-, pero es más sorprendente aún que lo anunciaran otros en 1935, como hizo Neruda en la oda que le dedicó entonces: "Si pudiera llorar de miedo en una casa sola, / si pudiera sacarme los ojos y comérmelos, / lo haría por tu voz de naranjo enlutado / y por tu poesía que sale dando gritos", comenzaba aquel poema tan vaticinador del que iba a ser Premio Nobel chileno, más de un año antes del crimen.
Además, Neruda contó en sus memorias que, tres meses antes de la Guerra Civil, después de una mala noche en la que Federico andaba con La Barraca por un pueblo de Castilla, vio de repente cómo a un corderillo que andaba ramoneando las yerbas se le acercó una piara de cerdos negros y semisalvajes "con hambre cerril y pezuñas de piedra" y "se echaron sobre el cordero y lo despedazaron"…
Mucho antes, en 1929 y en la revista sevillana Mediodía en la que también había participado Lorca, Romero Murube publicó un romance que incluyó ya en 1937 en un librito dedicado a Federico (Siete romances) sin mencionarlo expresamente ("¡A ti, en Vizna, cerca de la fuente grande, / hecho ya tierra y rumor de agua eterna y oculta!"). En uno de aquellos poemas publicado nada menos que ocho años antes –titulado Romance del crimen- escribió Joaquín: "Al acordeón del puerto / le han estrangulado el cante. (…) Y en todo el mundo la prensa / llevará con gran detalle / a los hogares horados / cinco columnas de sangre".
Romero Murube fue el primero, desde la zona nacional, que fue a Granada, ya a finales de 1936, para asegurarse de lo increíble. Y escribió aquel soneto inolvidable que empezaba: "He subido las calles de Granada / para buscar tu voz y tu gemido / y en fría soledad ya voy perdido / por mura blanco y tarde desolada…", y que terminaba: "Ya no te ve Granada ni te siente. / Tu sangre es caño de agua silencioso. / Tu luz y tu temblor, de las estrellas".
Por esta segunda parte del libro dedicada a "las voces amigas", desfilan, escribiendo cada cual a su manera sobre el poeta, también la filósofa María Zambrano, editora de la primera antología de Federico, publicada en Chile en 1937; Juan Ramírez de Lucas, el último amor del poeta cuya dolorosa perspectiva del asesinato, desde el seno de una familia que no aceptaba la homosexualidad de ambos, constituye una de las siete versiones del caso; Emilio Prados, aquel raro poeta malagueño que no quiso encajar en el 27 y que solo contó con la comprensión de Federico; el cineasta Edgar Neville; el también poeta –y articulista- José Moreno Villa, que dio para siempre una inusitada visión del alma musical de Lorca; la poeta Concha Méndez, que tanto lo quería desde que Federico le hizo de celestino con Manuel Altolaguirre y que también soñó con su muerte antes de que ocurriera; y por supuesto Antonio Machado, Miguel Hernández, María Teresa León, Luis Cernuda, Dámaso Alonso o Rafael de León, entre otros muchos…
Siete versiones de una muerte improbable
El mismo número que el de los pecados capitales es el que escoge Manuel Bernal para contar, con el multiperspectivismo que ofrece esta historia sin cerrar del todo, el indocumentado asesinato de Lorca. Y eso lo hace nada más arrancar este libro delicioso que no puede empezarse y dejarse para otro día.
La primera versión es la oficial, claro, la del "mucho café" sentenciado por Queipo de Llano desde Sevilla, la de la camioneta con el maestro y los banderilleros, la del fusilamiento en plena madrugada, la del tiro de gracia de Trescastros "por maricón", la de la criada de toda la vida, Angelita Cordobilla, volviendo del Gobierno Civil con la cesta de viandas intacta…
Pero las otras seis también tienen su posible sentido, como la de Manolo 'el Comunista', enterrador del cuerpo del poeta que asegura que no fue fusilado, sino que murió "de un tiro de calibre pequeño en las sienes"; o la que coloca de protagonista a Paco Morillo, el taxista de la familia, que se trae el cuerpo –como había hecho antes con el cuñado de Federico, Manuel Fernández Montesinos, fusilado después de haber ejercido de alcalde socialista durante solo unos días- después de una muerte no en el barranco de Víznar, adonde lo llevarían luego para disimular, sino en el cuartillo del Gobierno Civil por una paliza del propio Valdés y de Ramón Ruiz Alonso…
También asoman las posibilidades de que los restos, recuperados, reposaran para siempre en la Huerta de San Vicente, o en Madrid… Y se recoge asimismo la versión de la única personalidad que no solo intervino en favor de Federico en aquellos últimos días de su pasión, sino que se presentó en el Gobierno Civil para que lo engañaran diciéndole que había sufrido un pequeño accidente en un interrogatorio y se lo habían llevado al hospital: Manuel de Falla.
La última versión, la más fantástica de todas, tiene que ver con una carta que reciben en México un poeta llamado Luis y una poeta llamada Concha muchos años después, cuando Federico muere definitivamente mirando al Pacífico… Pero esa versión es tan genial –y con tantas posibilidades de ser cierta como todas las demás- que lo mejor sería dejársela intacta a los interesados lectores de esta reseña…