Para no matarnos como hace esa inmensa mayoría de los conductores, tíos, que mueren al volante. Lo reconozco: lo de las tías y los tíos lo he puesto para llamar la atención, como hacen las campañas institucionales, pues es tal el nivel de infoxicación al que está sometida la sociedad en todo momento que es prácticamente imposible que cualquier mensaje con verdadero sentido cale como calan otras muchísimas cagadas de las que nos mantienen pegada la nariz al móvil desde bien temprano.
Pasaron los retruécanos graciosos de los Siglos de Oro como también pasó el Romanticismo. La campaña de la asociación francesa Victimes et Citoyens ha elegido un lema que ha levantado ampollas: "Conduce como una mujer". Y escuece porque desde pequeños nos han machacado con la idea de que las mujeres no sabían conducir del mismo modo que los hombres no debían llorar, por ejemplo. La posmodernidad comenzó cuando empezó a suturar la certeza de que los tópicos no solo no son verdad, sino que se regodean en su propia falsedad.
Nada como el amor al dato para combatir el lodazal de las mentiras repetidas. Según el Observatorio Interministerial de Seguridad Vial en el país vecino (Onisr), más de cuatro de cada cinco accidentes mortales (el 85%) son causados por hombres. El dato es estremecedor. Pero hay más: nueve de cada diez jóvenes fallecidos pertenece al género de los hombres, y el 93% de los conductores ebrios implicados en un accidente también son hombres, y de ellos era el 84% de los carnés retirados. Las cifras cantan. Por seguiriyas de pena negra.
De modo que a los hombres no nos queda más remedio que subirnos al coche con esa actitud maternal con la que parecen hacerlo las mujeres, es decir, con la intuición de la supervivencia propia y ajena en una máquina que sigue siendo el medio de transporte con más tasa de mortalidad, tan por encima del avión, por ejemplo.
A estas alturas de la Historia y de la tecnología punta no es de recibo que montarse en el coche y exponerse en una carretera siga constituyendo la mayor de las loterías vitales. Uno sabe que sale pero no sabe si regresará, porque el ejercicio de la responsabilidad propia no sirve de nada sin la responsabilidad ajena. Nos lo advertían siempre nuestras madres: "No tienes que cuidar tanto de ti como del que viene enfrente". Lo repetían ellas, que no tenían carné sencillamente porque eran mujeres, las auténticas expertas en la prudencia de que nadie muera de un modo tan absurdo.