La hostia de Will Smith al tío este cuya existencia desconocía hasta que, en mi imaginario, ha pasado a ser la persona a la que Will Smith le ha partido la cara en la gala de los Oscar, es probablemente el tema de 2022 sobre el que más se ha escrito en las 24 horas siguientes. De hecho, quitando el Covid-19 y la guerra –temas en los que evidentemente todo el mundo es experto–, pareciera que no se habla de otra cosa.
Ayer, 28 de marzo, me preguntaban dos cosas: que qué me parecía, y que qué le iba a pasar a Will Smith. En cuanto a la primera, me resulta apasionante que mi opinión le interese a alguien. En cuanto a la segunda, ojalá yo dominara la legislación penal norteamericana, pero no es el caso.
El golpe de Will Smith tiene varios prismas. El primero, sin lugar a dudas, es el recurso a la violencia. Poner de ejemplo una actuación en la que existe una agresión física, en mi opinión, es un paso atrás clarísimo en el progreso humano, donde las palabras parece que ceden el espacio ya perdido por los puños. Excesiva gente está de acuerdo con la torta, lo que me hace llevarme las manos a la cabeza. Creo que en las únicas tortas en las que deberíamos estar todos de acuerdo son en las de Inés Rosales.
El segundo prisma, ni más ni menos, es la facilidad con la que alguien hace bromas sobre enfermedades ajenas o que no le afectan directamente. No hablo de defectos, o complejos: hablamos de enfermedades. Y el tercero, la vorágine de comentarios sobre si es o no machista la actitud de Will Smith, lo que dejo para quienes realmente entienden del tema.
Por otro lado, en el Código penal español hablaríamos de un delito leve de lesiones o de maltrato de obra (desconozco cómo quedó la cara del presentador, aunque imagino que bien). Hablamos de penas de multa, bastante reducidas, y que irían condicionadas a la situación económica del actor. Una broma, vaya. Como la que al parecer intentó gastar el presentador. O como la que nos están gastando aquellos que hacen noticia un golpe en una gala.