“Sí a la luz enganchada al poste, Endesa ens roba”, gritaba el alcalde.
Desde mi retiro balear, entre mallorquines, castellanoparlantes y una colonia bávara que pasa el estío intentando mantenerse a flote sobre un unicornio alado —o en su defecto un flamenco rosa—, soñaba la otra noche con el polémico procés. En mi huida por despecho, no el sentimental sino el que exilia a gran parte de la gaditanía por estas tierras, el laboral, me hallé atónita ante la escalada independentista que alteró mi duermevela.
“Sí al derecho a decidir”, se oía por el barrio. “Sí a la anarquía de los carriles sin asfalto”, rezaba el editorial del Berrío del Sur. “Sí a la luz enganchada al poste, Endesa ens roba”, gritaba el alcalde. “Sí a la Constitución de la Cañada lliure de terratenientes con gramos de coca”, demandaban los ecologistas. “La vía pecuaria para quien la trabaja”, clamaba el jornalero. “Lo llaman barriada y no lo es”, vociferaba un grupo de manifestantes frente a la delegación de Medio Rural en un desolado Parque Tecnológico Agroindustrial.
El alzamiento campesino había sacado sus tractores y, armados con sus chimbiris, levantaban barricadas de alpacas mientras la Policía Local y la Guardia Civil discutían en la Venta Gabriel quién debía detener el alzamiento popular, que por darse en zona limítrofe escapaba a su respectiva competencia. La población sólo quería que se eliminara el peaje que le está costando la A-2003, que se respetara su idiosincrasia de gente de campo y dejar de recibir la décima parte de ingresos que las entidades locales vecinas, a las que incluso llega a doblar en población, aportando, por tanto, el doble a las arcas municipales.
El separatismo había sido apoyado con propuestas radicales de algunos partidos políticos que acogieron alegremente la bandera del procés sin tener en cuenta las consecuencias nefastas que esta decisión podía acarrear, como tener que ejecutar por sí sólo el plan especial urbanístico o ampliar el gasto en burocracia. Por su parte, el ejecutivo hacía oídos sordos a las demandas de la población y sólo amenazaba con sanciones de Urbanismo a los “usurpadores” de la cañada, incrementando la crispación de los primeros y las proclamas interesadas de los segundos.
El gobierno central llegó a mandar a la secreta en un autobús de la P1 decorado con la abeja del Museo de la Miel porque el referéndum era tan imparable, como la división de la población entre quienes preferían coger tagarninas y quienes preferían una maceta de espárragos. Mientras unos estaban dispuestos a hacer lo imposible para alcanzar la autonomía, otros preferían seguir tan insolvente como jerezanos sin pendón y reivindicar al gobierno municipal su responsabilidad en el funcionamiento del barrio.
Entonces sonó la alarma y me di cuenta de que estaba soñando, y que, en cualquier lugar del mundo, por pequeño que sea, puede haber una demanda ciudadana, políticos que la usen para sacar tajada sin medir las consecuencias y gobiernos que la ignoren fomentando la confrontación con sus acciones. Problemas de un mundo que no nos pertenece pero al que queremos poner estacas y banderas. Y es que, como canta Jorge Drexler:
“Somos una especie en viaje
No tenemos pertenencias sino equipaje
Vamos con el polen en el viento
Estamos vivos porque estamos en movimiento
Nunca estamos quietos, somos trashumantes
Somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes
Es más mío lo que sueño que lo que toco
Yo no soy de aquí
Pero tú tampoco...”