Las elecciones al Consejo Nacional, federal, de Austria, este domingo, dan a la ultraderecha del FPÖ como claro vencedor, con Herbert Kickl al frente. También en Austria son viejos los intentos de la ultraderecha de alcanzar el poder: recordemos el nombre de Jörg Haider y no perdamos de vista las acusaciones contra Kurt Waldheim, a pesar de las cuales no solo fue Secretario General de la ONU, sino Presidente Federal de Austria. Haider, miembro del FPÖ, llegó a ser jefe del Gobierno del estado federado de Kärnten por dos veces. Hablamos de un proceso que, si bien comenzaba en los años cincuenta del siglo pasado, tomó brío en los 80 en Austria y en el resto de Europa.
Los estados, qué ironía, demonizaron a las izquierdas y siguen siendo contemplativos con las derechas. El terrorismo o el activismo de izquierdas siempre fue presentado como un grave peligro para las democracias; con las derechas se tuvo otra vara de medir. Ejemplos no faltan en España, si consideramos que un número semejante al de las víctimas de ETA fue producido por las ultraderechas en la transición, pero la valoración de esos hechos fue siempre encomendada a la oscuridad y al olvido, cuando no a una justificación borrosa y basada en el sobreentendido. Los estados, tras la II Guerra Mundial parecería que hubieran sido refundados o continuados por las derechas, o peor, aunque pudiera parecer lo contrario: pensemos en España, pero no dejemos de pensar en Francia y De Gaulle. No estoy comparando; estoy considerando. El caso de Alemania, con circunloquios, seguiría el mismo modelo. Las razones: la eterna lucha sin cuartel contra el comunismo. Había terminado una guerra y había comenzado otra, con algunos elementos comunes. De aquellas derechas surgió el neoliberalismo como continuidad del fascismo y que tras la caída del Muro de Berlín ya no disimularon más.
Es interesante cómo los expertos insisten, lo mismo en Europa que en Argentina o en Estados Unidos de América, en que los grupos sociales con menor formación escolar son los que más votan a las ultraderechas. El segundo grupo que más votaría a esas ultraderechas sería el de los más jóvenes, sin demasiados estudios ni experiencia vital. Pero no nos obnubilemos: como en los tiempos del fascismo original, también gente con alta formación y elevada posición económica defiende a las ultraderechas, las cultiva y las disfruta para mantener sus posiciones y convertirlas en inexpugnables. En esto último es donde podríamos ver eso que tanto se habla de la medievalización: la destrucción de las clases sociales, de la movilidad social ascendente, y la perpetuación de determinados grupos sociales como estamentos para siempre. Esta expresión, “para siempre” es la que utilizaban las ultraderechas argentinas durante la campaña presidencial del 2023.
No está tan claro qué ocurre con los grupos etarios entre los conservadores. En España los grupos de mayores votarían a la ultraderecha, pero los más mayores en Alemania, Francia o Austria votarían a los derechistas y conservadores. Al mismo tiempo, parece que los que se deslizan hacia la ultraderecha estarían echando de menos contenidos más claros de sus valores morales y de identidad nacional.
Todo se presenta confuso y contradictorio ante los ojos de cualquiera, y este es el río revuelto en el que ganan algunos pescadores. Los partidos políticos son maquinarias electorales. Los partidos políticos, muchos más que presentar soluciones y posiciones ideológicas, todos las tienen y renunciar a ello es parte de la trampa, viven en un continuo mercado de ofertas y rebajas, buscando de qué manera ganarán al otro, por el puro afán de alcanzar el poder y luego ya se verá. Las derechas, que ven cómo grupos de votantes se deslizan más a la derecha, incorporan ofertas de la ultraderecha. Las izquierdas se dejan caer por la rampa del neoliberalismo en algunas cosas y en la de la presunta seguridad y la represión en otras.
Se ha ido creando una dinámica en la que el centro son los ideales medievalizantes de las derechas y ultraderechas consistentes, exclusivamente, en alcanzar posiciones de aristócratas perpetuados y que nadie se mueva en la sociedad de su presunto lugar. La democracia, como mucho, la consideran orgánica, censitaria. Todo con ayuda de un cristianismo ultraconservador que reclama la caridad, en contra de la justicia social, y un orden natural de las cosas que no existe salvo en los planes de esas derechas y ultraderechas como único medio para su perpetuación. No siempre hubo la cantidad de pobres que hay hoy: salgan a las calles en Europa y lo verán. En México hay menos pobres desde que gobiernan las izquierdas, como en Chile y en Colombia. En Argentina, en solo nueve meses de gobernanza ultraderechista se duplicaron todas las cifras de pobreza y se niega, alegremente, que las épocas en que la pobreza descendía eran las de las izquierdas. Unas izquierdas concretas, las argentinas, de origen peronista y católico.
El embrutecimiento de las sociedades ha venido siendo la estrategia de las derechas-ultraderechas para levantar a sus clases sociales preferidas a una aristocracia medieval; las izquierdas cayeron en todas las trampas y no salen de ellas. La gente no se da cuenta de que pronto será muy pobre y vivirá en la calle, si sigue votando derechas extremadas y ultraderechas.