Viví el 15M con veintinueve años.
Una edad más que suficiente para comprender que las utopías no existen. Para tener interiorizado ya que el ser humano tiende a traicionarse, a mentirse y a mutilarse por esa alquimia que le genera la ambición, el egoísmo y el miedo.
Entonces nos dijeron que no había para tanto, que pasada la euforia reivindicativa, el hartazgo encorajinado y la ilusión de una nueva revolución, regresaría la desidia, el hastío y el desconsuelo.
Lo decían los agoreros, los pesimistas, los optimistas bien informados, los derrotistas, algunos viejos del lugar: La revolución permanente no era tal. Después de la re-estructuración de los poderes fácticos, su lavado de cara y el uso de sus títeres, nos hipnotizarían con su cloroformo mediático y todo volvería al mismo punto del que partimos.
Ocho años más tarde, sus predicciones se han cumplido como las siete plagas del Apocalipsis.
- La política partidista engulló al movimiento de las calles.
- Los oportunistas buscaron su sitio con más ambición que delicadeza.
- La izquierda se hizo el Harakiri e incurrió en errores históricos que se daban por superados.
- Se quedó por el camino gente imprescindible.
- El enemigo volvió con nuevas y sofisticadas fórmulas de opresión.
- Los medios se comportaron como meros utensilios del poder.
- El desencanto llegó al corazón de las cosas.
Ocho años en los que, además, comprobamos que esta desazón es justo el estado donde nos querían. Hastiados de la política institucional pero desmovilizados, descreídos, con el gesto triste y el alma encogida.
En menos de una década hemos visto cómo todo lo que aparentemente nos unía, hoy nos separa. Del relato colectivo a la guerra de familias. De las asambleas a los hiperliderazgos. De los referentes a los sátrapas. De la reinvención a las reformas. De la revolución al Gobierno de progreso. De la Democracia Real Ya al ¿qué hay de lo mío?
La repetición electoral que está por llegar, amenaza, además, con un retroceso en materia de derechos y libertades. Ha revivido el franquismo y el compendio Brexit-trumpista confabula para controlar el mundo. Las castas vuelven a calzón quitado, los políticos a dotarse de privilegios, la gente vuelve mansa al redil, como hipnotizadas por un flautista que lleva al río a un puñado de ratas.
El capitalismo es un enemigo demasiado poderoso, que como buen trilero siempre gana la partida, al que hay que combatir como una forma de resistencia. Nunca ganarás al sistema, pero no queda otra que seguir. Por conciencia, por educación, por memoria, por justicia social, por dignidad.
Y te refugias, de forma ingenua, en tus pequeñas batallas ganadas. En que un día paralizan un desahucio, en que el enésimo imputado termina fuera de la vida pública, en que el parlamento aprueba por presión social una nueva migaja que llevarnos a la boca. Una conquista que siempre sabe a poco.
Nada sacia esta sed eterna ni alivia esta garganta rasgada de gritar. No humaniza los telediarios, ni reparte la mejor parte, ni repuebla de árboles el mundo, ni nos devuelve esa pasión adolescente que se escapa como se nos escapa el tiempo y la vida.
Sabes que no vas a ganar, pero sigues porque no queda otra, porque no quieres ni imaginar cuál es la alternativa.
Luchas. Contra la precariedad, contra la incertidumbre, contra el odio, contra todo y contra todos. Contra esos hombres grises que quieren convertirnos en otros hombres grises.
Y luchas y luchas y ya no te recuerdas sin hacer otra cosa.
Solo luchas.
A veces, también, con la pena a cuestas.