Yo tampoco he votado... ni a Rajoy, ni a Felipe VI, ni la Constitución

Ha sido una semana intensa y apasionante en el plano político. Me incluyo entre los que no creíamos que esta moción de censura iba a salir adelante

Jerez, 1992. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. Periodista. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Máster de Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos en la Universidad de Cádiz. Máster de Humanidades: Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas en la Universitat Oberta de Catalunya. 

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, en una imagen de archivo.

Estoy cansado, realmente cansado de leer a aquellos que tacháis a nuestro sistema parlamentario de antidemocrático. No habéis parado en todo el fin de semana y manifestáis una total falta de cultura política y de conciencia crítica. Ha sido una semana intensa y apasionante en el plano político. Me incluyo entre los que no creíamos que esta moción de censura iba a salir adelante; sólo podemos asombrarnos y aplaudir a un Pedro Sánchez —y a su equipo— que se ha reinventado y recompuesto de sus propias cenizas. Sobre la propia moción, con la que ha Sánchez ha ganado un protagonismo inimaginable hace tan sólo unos días, un artículo en El País de Carlos E. Cué resume con una precisión meridiana cómo se forjó. Un proceso estrictamente democrático y encuadrado dentro del normal funcionamiento de un sistema parlamentario como el que caracteriza a la monarquía constitucional del Reino de España, se queje quien se queje.

Yo no soy monárquico, ni estoy de acuerdo con la Constitución de 1978. Soy republicano y abogo por un nuevo proceso constituyente. No obstante, he de reconocer que el sistema parlamentario cumple con muchos de los requisitos que deben regir a una sistema democrático y el del Reino de España, me guste más o menos, tiene algunas de esas características. Que el Presidente del Gobierno, que en el caso de España viene a ser una especie de Primer Ministro por ser el Jefe de Estado el propio Rey, sea elegido por los miembros del Parlamento, es perfectamente comprensible. Los diputados y diputadas son los representantes de la ciudadanía —caso aparte es que a algunos les cueste o les haya costado durante años un diputado 500.000 votos y a otros sólo 50.000— y como tal tienen derecho a realizar los pactos y acuerdos post-electorales necesarios para garantizar la gobernabilidad del país. Algo similar a lo que puede suceder en cualquier Ayuntamiento o en cualquier Comunidad Autónoma. Ergo... ¿por qué tengo que soportar que tú, carca indignado, me vengas con el cuento de "este no es mi Presidente, yo no le he votado"? Yo tampoco he votado, ni a Pedro Sánchez, ni a Mariano Rajoy, y muchísimo menos a Felipe VI, porque ni siquiera he tenido la oportunidad de hacerlo. Y sobre la Constitución Española, ¿qué me vas a contar si no la ha votado ni mi padre, que le faltan tan sólo unos años para jubilarse?

¿Por qué tengo que soportar que tú, carca indignado, me vengas con el cuento de "este no es mi Presidente, yo no le he votado"?

La derecha está nerviosa. O mejor dicho, las derechas están nerviosas, rabiosamente nerviosas. El Partido Popular, asolado por una corrupción que ha llegado a su cénit —hasta el momento— hace dos semanas con algunas de las sentencias de la trama Gürtel y su implicación como partido en lo que es una corrupción estructural con la utilización de las administraciones públicas del Estado, está en jaque mate. Su socio fantasma, Ciudadanos, aquel que durante el día aboga por la regeneración democrática y por la noche por el continuismo en el poder de su hermano mayor, está descolocado. Sin embargo, no parece que vaya a cambiar mucho por el momento. Algunas iniciativas que ya ha avanzado Pedro Sánchez como el aumento de un 13% de la inversión en investigación y desarrollo, la creación de una especie de renta social o el aumento de las partidas destinadas a políticas de la mujer o la lucha contra la brecha salarial, no parecen muy esperanzadoras teniendo en cuenta que se va a mantener durante 2018 un Presupuesto General del Estado del Partido Popular; un PGE que tuvo el apoyo de Ciudadanos y PNV, y precisamente la oposición del PSOE y las fuerzas parlamentarias restantes que han apoyado al candidato socialista.

En esta encrucijada, el PSOE tiene que ser hábil y tender la mano no solo a Unidos Podemos, sino a todos los diputados y diputadas que han hecho posible la salida de Mariano Rajoy y su gobierno del ejecutivo, casi todas ellas fuerzas políticas soberanistas que buscan una salida pactada y lógica al conflicto en Cataluña. En cuanto al cambio de tornas, no podemos olvidar que fue el mismo PSOE quien jugó con las esperanzas de mucha gente al dejar fuera de juego a la izquierda con su flirteo con Ciudadanos tras las elecciones de diciembre de 2015, y con la rocambolesca historia que surgió tras las siguientes y últimas de junio de 2016. Pedro Sánchez, que se fue por la puerta de atrás como le invitaron a hacer sus amigos los barones socialistas, se opuso a la decisión del PSOE de abstenerse frente a la investidura de Mariano Rajoy. La abstención del PSOE fue la que llevó a Rajoy a revalidar la Presidencia del Gobierno.

Es el turno de que el PSOE demuestre que puede mirar a su izquierda. Si no lo hace, de hecho, se estará metiendo en un callejón sin salida

Por todo ello es muy importante refrescar la memoria a los conciudadanos que hoy piden elecciones. Esta moción de censura no sólo ha sido una salida lógica a la corrupción sistémica del Partido Popular —no lo decimos nosotros, sino una sentencia judicial— sino una salida inevitable a un frente abierto en el Parlamento que llevaba más de dos años sin resolverse. Mariano Rajoy no ha sido un presidente estable y si lo ha sido durante estos dos últimos años ha sido precisamente por la inestabilidad —forzada— de la principal fuerza de la oposición. Ahora, el PSOE ha sido oportunista pero inteligente. Otro artículo, en este caso de Javier Negre en El Mundo, habla precisamente de los entresijos en los que se ha cocinado la regeneración de Pedro Sánchez en su propio partido hasta llegar a Moncloa, de la mano del asesoramiento de Iván Redondo, un ex-asesor del PP que ellos mismos dejaron en la estacada. Diana. Y ahora viene el trabajo más denso: afrontar un gobierno en minoría, con una oposición rancia y españolista muy cabreada y con unos "socios" —el hecho de no incluir en el gabinete a ninguno de ellos acentúa el entrecomillado— que te ganan en número de diputados a la hora de abordar el soberanismo catalán (y vasco), que van a mirar con lupa cómo gestionas unas políticas sociales y económicas en un país sumido en un letargo de más de 6 años de derecha. No es cosa fácil, lo llaman política.

Y es el turno de que el PSOE demuestre que puede mirar a su izquierda. Si no lo hace, de hecho, se estará metiendo en un callejón sin salida. Las consecuencias las padeceremos todos y las vislumbraremos en los resultados de las próximas elecciones generales, que a mi juicio deberían coincidir con autonómicas, municipales o europeas. Hasta entonces hay que decirle a los que ladran, que el sistema parlamentario cabalga, por fortuna de todos y de todas. Quien quiera reformas, que tire la primera piedra. Por ahora un poquito de limpieza... ¡Adiós, Mariano!