Zapatos con caramelo

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Cómo decirle que había caminado de vuelta pensando en un presente alternativo que lo excluía.

Nunca sabemos cuándo el pasado va a venir a vernos. En la desbandada de la cabalgata, cuando notamos el frío porque se va la gente, me encontré con Miriam. Hacía más de diez años que no la veía, a ella le había dado tiempo de casarse, divorciarse y volverse a casar, yo había tenido dos hijos pero con un solo marido. La charla me llevó a lo que podía haber sido y ya no sería posible, antiguos novios, otras posibilidades laborales. Me produjo un cansancio añadido, ni siquiera me descalcé en la puerta, fui dando pasos pegajosos buscando el calor del pijama y la bata. No me dolía lo elegido, sino tomar conciencia de que ya no estaba en el punto donde todo el abanico permanece abierto.

No comenté nada del encuentro a Miguel, él no había podido ir porque estaba resfriado. Cómo decirle que había caminado de vuelta pensando en un presente alternativo que lo excluía. Debería sentir ternura viéndolo encogido bajo las mantas, pero ahí estaba yo imaginando otra boda, otro piso, otros ingresos. La casa en la playa por la que compraba los cupones.

Me dormí tarde y tuve que levantarme temprano porque me despertaron mis hijos. Llevaba un chándal viejo y los ojos a medio desmaquillar cuando bajé a por comida preparada al asador de la esquina. Fue allí donde la realidad me golpeó sin clemencia, después de tanto tiempo sin vernos, vi aparecer a mi exnovio con las mismas intenciones. Quise camuflarme, pegándome al mostrador y haciéndome la absorta. Fue imposible, siempre tan atento me soltó dos besos, me deseó feliz año nuevo y preguntó por los niños. ¿Cuánto podía tardar un pollo? Mientras hablábamos notaba cada arruga, qué manera de acabar un sueño. No conocía a su mujer, pero busqué un buen coche, al lado del mejor, una mujer se limpiaba las suelas contra el bordillo. Trastabilló y pisó una caca de perro. Mi primera carcajada de enero.

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