La huida hacia delante de Mark Zuckerberg a nivel comunicativo y empresarial ha escrito esta última semana un nuevo y estridente capítulo. Probablemente el último anuncio del creado de Facebook, anunciando el cambio de nombre de la compañía y su reconversión a plataforma total en el ámbito digital, cumpla sus objetivos a corto plazo y tenga la capacidad de eclipsarlo todo, porque no hay nada más seductor que la innovación tecnológica y nada más ilusorio que un metaverso cargado de promesas, pero es dudoso que a medio y largo plazo conecte sentimentalmente con las comunidades digitales.
La presentación de Horizon exhibía una puesta de largo a la manera de la feliz primera década del siglo: mesiánica, jerárquica y unidireccional, y un infantilismo propio de John Hammond, el multimillonario dueño de Jurassic Park que quiso crear un mundo a la altura de su ego. Pero como en Wall-e, o en The Surrogates, o en la misma película de los dinosaurios, la realidad se acaba imponiendo.
Pese a contar con una maquinaria propagandística más potente que la que tienen muchos gobiernos, pese al embrujo de la capacidad tecnológica juegue a su favor y cuente con los mejores profesionales del planeta para desarrollar sus planes, el debate va mucho más allá. Se trata de quién o qué queremos que gobiernen nuestras vidas.
La ciudadanía está comprendiendo los peligros que tiene ceder su soberanía tecnológica, y que el futuro —un buen futuro— no se construye de arriba abajo y de forma unipersonal, sino que será colaborativo, será horizontal -o cuanto menos transversal- y será construido cada día con el esfuerzo de muchas personas, no vendrá caído del cielo un veintitantos de octubre.
Zuckerberg redobla su apuesta para cegar a la audiencia prometiendo la utopía digital, pero le lastran los peligros que ha supuesto Facebook para nuestras democracias (el Brexit, el ascenso de la ultraderecha o el asalto al capitolio no se pueden comprender si la compra-venta de algoritmos), las reiteradas comparecencias ante las autoridades legislativas y Los Facebook Papers, que desvelaron una cultura interna donde la desinformación, el odio y la violencia campaban a sus anchas. La estrategia de Zuckerberg es, paradójicamente, una prueba de madurez para nuestra sociedad. Y, con franqueza, ojalá hayamos aprendido algo.
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