Le bastaron un par de frases, de aquel médico de guardia, para hundirlo en la más oscura de las tormentas. Lo tuyo no tiene solución. Sólo le faltó decírselo escupiendo tabaco de mascar en su triste consulta de techos bajos y bolígrafo chino. No había en aquel cuarto rastro de ningún viaje ni de ninguna afición. Ni Torre Eiffel ni Real Madrid. Tampoco huellas de familia. Luego no querrás que te corten las piernas y la espina dorsal del paciente, con sus ríos de sangre, se congeló de golpe.
Mientras tanto, en la pantalla luminosa del centro, dejó de leerse YT6. Consulta 2. Qué será de mi hijo chilló el alma del recién enfermo. Pero yo… El paciente, al oír la sentencia, empezó a tartamudear. Su cuerpo, que comenzó a temblar de espanto, no dejó de hacerlo durante toda su madrugada. El médico, con una barba tan descuidada como el fondo de sus ojos, seguirá siendo uno de esos sheriffs malvados que terminan asesinando al héroe de la película con un tiro por la espalda. Como hubo un big bang, habrá un final de golpe para todo se maravillaba el doctor con sus pensamientos mudos e insanos.
Y el enfermo, que había llegado al centro aquejado de extraños hormigueos, abandonó la consulta desangrándose de miedo y duda. Y el miedo le llevó a vivir la peor noche su vida hasta entonces. Si hubiera sido sólo una noche sería ahora, sin esfuerzo ninguno, el hombre más feliz de la tierra. Y la cucaracha de Kafka, al cruzar la puerta de su estudio, rompió a llorar sin consuelo frente a las Reparadoras.
El pánico empezaba a sembrarle de sombras sus futuras miradas. Bastaron unas pocas horas para que Dios se convirtiera en amigo y enemigo al mismo tiempo. Una madrugada rezaba y callaba. Gracias. Otra, idéntica a las demás, maldecía la existencia de todo lo divino. Por qué a mí. Y siempre era noche. Tanta noche que el día llegó a ser noche. Incluso cuando los expertos confirmaban al nuevo enfermo, después de examinarlo minuciosamente, que estaba libre de enfermedad y tragedia. Sí pero a mí, lo que me sucede, es que me han herido de sombras se lamentaba el pobre hombre frente a su propio espejo. Y no sé cómo hacer.
Pasadas unas semanas, diría que agotado de debacle y pensamiento, empezó a pedir perdón -impulsivamente- a todos y todas las valientes que no lo abandonaron. Todo irá bien. No te preocupes le decían al pobre diablo. Sabemos que no es nada construían sus amigos. Reza si te hace bien aconsejaban los creyentes. Yo estoy aquí para lo que necesites aseguraban los que escuchan. Yo estaré siempre contigo juraron los que le amaban. Y de pronto, la ciencia le ayudó a entender el porqué de la herida. Y luego llegó la palabra, que por arte del verso, le cicatrizó la puñalada. Y el amor, por arte de magia y como siempre, le llevó a no temer nunca porque pase lo que pase, estamos hechos de tiempo. Y tiempo seremos.
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