José María Selma Montero, jerezano de 56 años, estuvo muchos años moviendo tierras, trabajando en obras públicas con su empresa, pero al mismo tiempo tenía en la restauración y en la carpintería otras de sus grandes motivaciones profesionales y personales. Hace veinte años que descubrió una casa palacio ruinosa en pleno centro de Jerez y allí ha ido fundiendo en todo este tiempo su experiencia profesional en el mundo de la construcción con su particular destreza como supermanitas, tan capaz de rematar una talla en crudo de un crucificado del siglo XVIII como de recuperar la maltrecha caoba de una capilla con dos siglos de antigüedad. Por si fuera poco en su hiperactividad, organiza celebraciones, cria sus propios jereces y hasta se viste de marqués para dar la bienvenida a grupos de turistas que llegan a visitar la casa donde vive con su familia. Y no es cualquier casa.
Una capilla de finales del XVIII da la bienvenida nada más cruzar el dintel que separa el interior del inmueble de la calle Conocedores, una céntrica vía de Jerez salpicada de cascos bodegueros reconvertidos o en desuso, algunas obras de rehabilitación y un puñado de casas en franca decadencia. “Nos pegamos mucho tiempo restaurando esta capilla, estuvo en un sótano de una casa en Cádiz y se había deteriorado mucho, aunque al ser caoba, resistió. Es una preciosidad. La talla es un Sagrado Corazón de Jesús y es muy bonita, algunas parejas se han casado aquí ya”, cuenta a toda velocidad Selma, ávido por descubrir las maravillas que encierra una finca de unos 1.500 metros, una casa palacio construida en 1846, con unas vistas impresionantes de la ciudad y una cueva bodega a seis metros bajo tierra que él mismo excavó tras tener el pálpito de que “ahí abajo había algo”.
En el número 24 de Conocedores, con 175 años de historia en la misma finca —al menos en las estancias que se ven sin bajar al subsuelo— se encuentra la denominada Casa Palacio Jerezana, que hace las veces de alojamiento turístico exclusivo con cinco habitaciones privadas que transportan a otra época. Pero en el mismo número de la vía, al fondo a la derecha, también está la Bodega Casa del Marqués, más allá de un precioso almizcate donde el olor a vinagre de yema da la bienvenida a un salón-bodega —las antiguas caballerizas de la casa— para celebraciones y botas que guardan jereces únicos.
Arriba, un patio que era un antiguo granero que el dueño de la finca dejó “al aire”, pues sus techos estaban demasiado deteriorados y “se me iba de presupuesto”. Ahora es una zona de relax, para tomar unas copas o disfrutar de la paz que respira la casa, plagada de pequeños detalles, de curiosidades. Como el celo que José María y su familia pusieron en tapizar los cajones de los roperos y mesillas, en dorar las molduras, o en mantener cálida y acogedora una sacristía con pozo y chimenea. "Tenemos un trato muy cercano con el cliente, esta casa tiene cerca de 1.500 metros cuadrados y da para que nosotros vivamos aquí y también haya huéspedes con su intimidad. Nos gusta mucho que el perfil de cliente que suele venir es muy especial, busca este tipo de sitio y de trato cercano, hay a quien hemos llevado a comer un pescado fresco en la última cala escondida de Conil. Lo que ellos quieran".
“Esto tiene un curro que no te puedes hacer una idea. Esto no es comprar objetos antiguos, sino que a todo se le ha dado su toque, todo se ha restaurado, embellecido…”, explica, veinte después de adquirir una finca en la que “nos lo hemos currado de lo lindo. Toda la carpintería que ves la hice yo —tiene dos espacios de carpintería en la finca—… estuve cuatro años aquí que para mí se quedan, tenía 20 personas en plantilla, trabajando todos los días salvo domingos, y al mismo tiempo yo tenía una empresa de movimiento de tierras… Cuando se agotó el dinero se agotó, y ya no estoy por la labor de invertir más en la casa, ya estoy un poco cansado de tanta casa, es muy bonito para el que viene a pasar el rato pero muy cansado porque tiene muchísimo trabajo”, reconoce, ahora que por fin empiezan a registrar reservas tras “prácticamente un año y pico cerrados por la pandemia”.
"La joya de la casa"
La casa estuvo habitada por dos generaciones durante cien años y luego entró en barrena. José María y su familia no solo la rehabilitaron y recuperaron conservando la esencia, sino que, además, hallaron una enigmática cueva que han convertido en bodega y en la que pretende incluso ofrecer cenas exclusivas. “Es la joya de la casa, los antiguos dueños no sabían ni que esto existía”, afirma. Y es que bajar por su escalera de caracol es bajar seis metros de subsuelo y remontarse “400 o 500 años: esto pudo ser desde una fresquera, una cloaca o hasta un pozo donde se protegían para las batallas, como un búnker”.
Ahora tiene deshumidificadores, unas cuantas botas de jerez y unos quesos entre los huecos de sus muros que se mantienen borrachos unos meses. “Luego los pruebas y ya no quieres nada más”, dice risueño José María, mientras da a probar un PX único. Algo cansado, pero muy orgulloso del fruto que le ha ido dando Conocedores, 24, “un niño chico del que hay que estar pendiente todo el rato: una maneta que se ha caído, una bisagra que hay que engrasar…”. Aparte, ha aprovechado la pandemia para restaurar y vender muebles antiguos a hostelería y particulares. Y también la casa palacio ha comenzado a albergar cursos de cocina. O quién sabe si pronto algún rodaje de las escenas palaciegas de una película de época. Todo gracias a ese aire decimonónico, como de un rococó recuperado, en pleno siglo XXI y sin salir del centro de Jerez. Otro recurso turístico entre las decenas y decenas de tesoros, muchas veces ocultos, que aguardan a cada rincón de la ciudad.
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