De alguna forma, tras la muerte del fotógrafo René Robert, hay múltiples lecturas, por ejemplo: esa mano que le empuja, la misma que nadie ve, o quiso ver. A veces los fotógrafos se acercan al filo del secreto, de lo que no se debe saber y, menos hacer público. No tiene explicación razonable, lo cierto es que en un bar del centro de Jerez, un fotógrafo «desenfocado» del mundo de la “desinformación cotidiana”, me descubre la existencia de una misteriosa gárgola jerezana. La gárgola como ser protector, una especie viva que interactúa con otros seres y que, en general, tiene una actitud positiva, constructiva o neutral. Esta gárgola, como ser maligno, también conserva la situación de ser vivo o activo, con su actitud negativa o destructiva.
Nos deja claro, la gárgola jerezana, dejando aparte su funcionalidad, es pura imagen. Provoca sentimientos y emociones al contemplarla, y es arte, expresión secreta, belleza y fealdad. Cambia continuamente, a ojos del observador según el estado de ánimo que lleva en su interior, transformándose ante nuestros ojos. En ella constatamos que su piedra habla y nos desvela a través de la forma, la textura, el desgaste, el estilo, o la propia figura y sus diversas partes, nos transporta a una época con sus modalidades.
Digámoslo así, pocos jerezanos saben que existe, pero está al acecho. Es el inicio de una línea de conocimiento hermético que encierra respuestas a preguntas que ya nadie quiere recordar en Jerez de la Frontera. Esta singular gárgola confiere a la posición de umbral del más allá, una interrogación que se traslada a las alturas, cumpliendo su función de nacimiento a la nueva vida.
De hecho, pues, representa la gárgola de Jerez, una agresividad incontrolada que en principio debe ser aplacada o dominada por la razón, pero lo imposibilita el apresamiento al que el hombre se ve sometido en una maraña de intrincadísimas ramas, por lo que su rostro adquiere espeluznante signo de angustiosa tragedia.
Según la tradición, las gárgolas tienen la función simbólica de proteger la edificación sobre la que descansan, deben asustar a cualquier pecador que intente mancillar la pureza del recinto, mostrándole lo oscuro de las fuerzas que habitan en el infierno. En la actualidad, los diferentes planos de existencia. Su representación de una serpiente (anfisbena) rodeando a un ser humanoide, tiene connotación demoníaca. Hace referencia a la serpiente que rodea el árbol del Paraíso. En la iconografía cristiana, la serpiente-dragón se vincula a la idea del mal y al demonio. La serpiente –símbolo de la lujuria y del diablo en el Génesis– como los basiliscos o las anfisbenas. “Todo bicho que anda arrastrándose sobre la tierra es cosa abominable” (Lev. 11, 41-42). “La serpiente es el hijo querido del diablo. Es su preferido, por el que tiene una predilección particular”.